Por Willy Wilde
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ías pasados viajábamos con un amigo empresario, a bordo de una enorme
camioneta 4 x 4, rumbo a Perico del Carmen, provincia de Jujuy. Nos tocó pasar por
la otrora próspera ciudad de General Güemes, a unos 50 y tantos kilómetros de
Salta capital (nadie indica la cantidad exacta de kilómetros que separa ambas ciudades,
no hay dos letreros coincidentes, en un dice 54 y a 200 mts. otro indica 51).
Tras una larguísima espera de ida y de vuelta, sobre la ruta, veíamos en forma
inevitable los derruídos y enormes talleres de ferrocarriles de antaño, cuyos restos
reposan al costado del camino, en proximidades del insoportable cruce de la ruta
34 y una avenida de la ciudad, siempre abarratada de camiones y camiones que
han socavado hasta 25 cms. el asfalto y con demoras de hasta media hora por el
semáforo de brevisima duración ahí.
Me preguntaba mi amigo Carlos, cómo había vivido yo el tiempo de los "ferrocarriles
en flor" , allá por los 50, los 60 y hasta su "defunción" por los 90, decretada por aquel
polémico presidente del país, don Carlos Saúl Menem, que también liquidó Aerolíneas
Argentinas y la próspera (y bastante dispendiosa) YPF, cambiada por unos cuantos
millones de dólares, ambas a capitales españoles, que nos devoraron a corto plazo.
Le contaba que yo, desde muy corta edad, en tiempos en que los caminos eran puro
polvo y a veces ripio, por lo que viajar en auto era una odisea, la ida a San Salvador de
Jujuy a bordo de los regios cochemotores Ganz, orgullo de la industria húngara, era
todo un placer. Los cochemotores eran bastante limpios, respetablemente puntuales y
sus gastados asientos de cuero, para épocas en que a los vándalos no se les ocurría
tajear su cobertura. Los cochemotores, arrastrados por motores Diesel, tenían generalmente
dos guardas de gorras bien calzadas y unfirmos grises, a veces gastados, pero siempre bien
almidonados. Llevaban silbatos colgado al cuello e imponían respeto y orden.
Un guarda por vagón, con varias decenas de asientos de a pares, que podían volcarse
hacia atrás o adelante, para ir mirando al frente siempre, o para tener más intimidad y
aislarnos de los pasajeros que nos tocaban al frente.
Los cochemotores tenían letreros de niquel, de letras huecas talladas, fijados en las
ventanillas, que daban mensajes como "Es peligroso asomarse" o "Prohibido escupir en
el piso" , "Mantenga la higiene" o la indicación de los "Baños", que eran con inodoros y lavabos
de acero inoxidable y paneles del mismo material. Yo guardé uno de esos letreros como
una antigüedad, por años y años, hasta que alguien me lo hurtó... (Y bueno,"el que roba
a un ladrón, tiene cien años de perdón")
Los baños no eran exclusivos para cada sexo y estaban, casi siempre, limpios, olían a
desinfectantes, por lo menos hasta la década de los 60. Los mismos guardas se ocupaban de
mantener la higiene, como parte de sus tareas o de reclamar a los pocos que no la cuidaban.
Recuerdo una vez,
para tiempos en que viajábamos de vuelta al Cuartel y lucíamos orgullosos el uniforme del Ejército
Argentino, para reincorporarnos a la Compañía de Zapadores de Jujuy, con las tiras simbólicas de
AOR (Aspirante a Oficial de Reserva), por lo que no éramos conscriptos comunes, cuando que
tuvimos que poner orden por un par de beodos que venían haciendo escándalo en un coche
y a los que hicimos bajar del tren.
Antes, mucho antes, me tocó viajar de niño, con mi madre en el recordado "Cinta de
Plata" un tren que llevaba vagones dormitorio, otros de Primera Clase (asientos acolchados
de cuero y ventanillas sanas) y de Segunda (asientos de dura madera y después hasta ventanillas
rotas). Esos iban hasta la ciudad de Córdoba y seguían hasta estación Retiro en Buenos Aires.
Viajábamos en los buenos servicios que prestaba el Ferrocarril General Belgrano. Las sábanas
de las camas cucheta, arriba y abajo, eran de telas duras, pero estaban bien almidonadas
o eran flamantes. Lo mismo sucedía con las gruesas frazadas, que lo peor que podía pasar era
que olieran a desinfectante. Por supuesto que el viaje era larguisimo, generalmente Salta - Buenos
Aires insumía casi dos días y a Córdoba, con suerte, la mitad. No se podía pedir mucho más tampoco,
el carril de los trenes del Belgrano era de trocha angosta, una sola vía, no de ida y vuelta, como
se hacían los trenes en los Europa y en los Estados Unidos. Eso no permitía desarrollar velocidades
superiores a los 50 kilómetros por hora y a veces transitaban a mucho menos. La espera por los
otros trenes que venían, en cada cruce, eran de horas y horas, si venían retrasados. Justamente
por esas demoras la gente empezó a pasarse a los ómnibus, algo más veloces y más puntuales,
salvo que tivieran algun percande en la ruta.
Distinta era la velocidad a la que viajaban los trenes del Ferrocarril Mitre (que
pasaba por Córdoba y llegaba hasta Tucumán), por lo que provocaba la envidia de los
pasajeros de estas zonas lejanas.
Cierto es que como las vías del Belgrano siempre fueron de sentido único, utilizadas para
transporte de vagones de carga, que se movían a horarios discontinuos y no coincidentes con los
trenes de pasajeros, se daban a menudo accidentes de choques de trenes sobre
la misma vía, por un tren que se quedaba descompuesto y no se había indicado la
circunstancia.
Una vez, cuando los telégrafos no andaban y el correo mantenía en espera por largo tiempo a los
usuarios ni había forma de llamar por teléfono sin aguardar horas en la telefónica, me olvidé de avisar
que no conseguí lugar en el tren Córdoba - Salta y en uno de esos accidentes comunes, descarriló el
tren del día anterior, cerca de Rosario de la Frontera.
Mi querido padre y un amado tío, habían viajado hasta Metán para ver entre los
hierros retorcidos de uno de los vagones, por las dudas viniese a bordo. Cuando luego
los hallé en la estación local, ambos lloraban de emoción y yo también, por mi falta
de tino.
Como sea que sea, mis innumerables viajes en tren forman parte de mis recuerdos más
hermosos y fueron una parte importante en nuestras vidas de estudiantes y viajeros, o
viceversa. Jamás perdíamos ocasión de venirnos a Salta, a ver la familia o a la noviecita de
turno. Confío y ruego que los ferrocarriles del país resucitarán alguna vez, por una imperiosa
necesidad de progreso y ahorro de combustible.
Un tren regular lleva de doce a quince vagones, con capacidad, cada uno, para el doble de
pasajeros que un omnibus. Les recuerdo que los países modernos de todo el mundo dan cada
vez mayos prioridad a los ferrocarriles.
Todavía tengo esperanzas de que algún día los nuestros se van a recuperar, no con proyectos
carísimos y fantásticos, sino los que son para bien de nuestra nación.