odavía muchos deben acordarse de un verano sangriento que conmovió a todo el Valle de Lerma, al entrar en escena dos peligrosos individuos que dejaron una estela de sangre en una breve y trágica trayectoria. Ocurrió esto allá por el año 1936, cuando se acercaban los calores del verano. Salta vivía sus días tranquilos de aldea grande, con prolongadas siestas y escasos acontecimientos.
Corrían tiempos en que era una obligación gastronómica, hacer empanadas en las casas de familia todos los domingos. Primero se iba a misa. Luego de un breve paseo, la gente haciéndose invitaciones, regresaba a sus casas con los invitados a quienes obsequiaban con exquisitas empanadas al horno, verdadero manjar de aquellos días, que constituía motivo de rivalidad entre las mujeres que se consideraban auténticas empanaderas.
Un medio día cuando caía el sol a plomo, corrió la noticia. Se habían fugado dos presos dando muerte a un bombero. Poco después trascendían detalles del hecho sangriento, ingresando al interés del público dos nombres: Santos Ramírez y Doroteo Hernández. El primero era un joven correntino de unos 18 años que había sido detenido por vagabundear por las calles en averiguación de antecedentes. El otro era un avezado delincuente que cumplía una condena e la cárcel provincial, que funcionaba por entonces en la actual Central de Policía. El muchacho conoció allí a Hernández y había comprometido su ayuda para liberarlo. Tenía el preso permiso para salir los domingos. Salió con un bombero en un automóvil de alquiler que llegó hasta el monumento 20 de Febrero a la sazón ubicado en un lugar despoblado. Allí, el joven Ramírez dio muerte de un disparo al bombero guardián que viajaba junto al chofer. Agarró al volante al huir el conductor y corrió en dirección al Sur del Valle de Lerma. Las comisarías fuero alertadas y al llegar el automóvil a la localidad de La Merced, un bravo agente de policía trato de impedirle el paso, siendo abatido de un balazo en la cabeza. Se formaron patrullas para perseguir a los prófugos y el interés ciudadano se encendió, manteniéndolo en vilo, comentando los detalles de la espectacular y sangrienta fuga. Mientras tanto, rastreadores y policías patrullaban desde el sitio donde encontraron abandonado el automóvil con manchas de sangre del bombero abatido.
Las casas eran cuidadosamente cerradas al acercarse la noche y se adoptaban toda clase de prevenciones, especialmente en las casas ubicadas en zona rural, donde podrían hacerse presente los prófugos para solicitar alimentos o agua o para asaltar a los dueños de casa y proveerse de todo lo que necesitaban, incluyendo dinero. Había una evidente tensión y se tejían toda clase de comentarios. Hasta se llegó decir -en un diario local- que mientras los bandidos eran buscados en el Sur del Valle, éstos habían estado paseando en un coche en torno a la plaza 9 de julio. Se comentaba sobre la terrible puntería del joven correntino y hasta se afirmaba que éste lo llevaba poco menos que a la fuerza a Doroteo Hernández.
Pasaban los días y comenzó crecer cierta simpatía por el joven correntino buscado por la policía y reclamado por la justicia. Un día se notó movimiento de una patrulla en los cerros inmediatos al San Bernardo. El comisario Peirone - muy conocido por el público como jefe de investigaciones -fue visto con una ametralladora portátil en las laderas. Afirmaban que por allí andaban los prófugos. Ya a la tarde se dijo que efectivamente fueron localizados y que el joven avanzó a tiros hacia la patrulla, logrando evadirla al atascarse la ametralladora del jefe de investigaciones. Poco después se sabía que el cabo Nieva, un gaucho joven, fuerte y sin miedo, lo alcanzó a Santos Ramírez en las vías del ferrocarril que van a Cerrillos. Hubo una feroz lucha porque el cabo quería reducirlo con sus manos. Fue entonces que Ramírez, viéndose perdido le disparó a boca de jarro derribado al policía. La bala le rozó el cráneo sin perforarlo, motivando la pérdida del conocimiento. Poco después se produjo la captura de los dos y la historia del joven correntino se comentaba en todos los tonos. Muchos años transcurrieron, cuando salió ya canoso del penal Santos Ramírez. Estaba arrepentido de lo que hizo. Se había casado estando en el penal y nació su primer hijo quien llamaba "Santito". Se fue a trabajar al interior, pero poco de que se enteraban de su identidad perdía el trabajo. Por fin decidió marcharse hacia el sur del país. Partió allá con su familia buscando el olvido para su pasado, que quedó aquí para siempre en la memoria de quienes suelen relatar los pormenores de aquel suceso, que conmovió a la opinión pública de Salta.
Fuente: "Crónica del Noa" -13/04/1982
Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá