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Los Carpinteros

ubo en Salta muchos carpinteros de gran habilidad y sentido artístico, que llenaron siempre las exigencias de la gente de estos lugares, que siempre hacían fabricar sus muebles dentro de la provincia. Era común oír y ver, como la gente considerada de mayor categoría, afirmaba con énfasis que la fabricación de muebles en Salta era de muy alta calidad, al extremo de menospreciarse el mobiliario que llegaba de otras provincias, sobre todo de Buenos Aires, donde estaban introduciendo muebles provenientes de Inglaterra, Francia y Estados Unidos.

Se hablaba con orgullo de las finas maderas de los bosques de Salta y cuando alguien estrenaba muebles, solía mostrarlo a sus amigos, comentando la calidad de la madera con que estaba confeccionado, como detalles sólidos y artísticos que resaltaban bajo su lustre perfecto de la madera trabajada al detalle.

El autor a su vez, comentaba en los boliches donde solía hacer el "vermú", que había hecho un escritorio o una biblioteca para "El dotor fulano", y relataba detalles de su trabajo, mostrando hasta como tuvo que empuñar el formón para terminar los pequeños adornos del mueble.

Así la obra pasaba a ser de conocimiento y propiedad moral de todo el vecindario, que afirmaba en estas cosas el orgullo provinciano que unía a todos los pobladores de la capital de la provincia.

Corrían los últimos años de la década del 20, cuando apareció en la ciudad un nuevo inmigrante. Estaba parado en el andén de la estación, junto a su mujer y a dos pequeños hijos. Un par de párvulos rosados, tímidos y rubios, que mostraban sus cabecitas cubiertas de un cabello lacio, dócil y casi blanco de tan claro.

El inmigrante era un gigante de poderosos brazos y grueso cuello de toro, pobremente vestido, que tenía en una de sus enormes manos una bolsa conteniendo, al parecer, todo el equipaje de la familia. Los chicos se protegían entre las piernas del padre, que para ellos semejaban dos sólidas columnas. Su mujer, con un rebozo verde oscuro, miraba con temor los alrededores de la ciudad que parecía como dormida, mientras lentamente pasaba un carro por la calle de piedra bola.

A los pocos días estaban instalados en una pieza de una vieja casa que se levantaba cerca del hoy parque San Martín. La pieza daba a la calle y mostraba un elevado umbral, con una piedra haciendo las veces de escalón. Eran esos umbrales que se construían como una defensa contra las crecientes e inundaciones, que por los días de lluvias de verano anegaban las calles de esa zona de la ciudad. En la misma pieza, tiradas sobre el suelo de ladrillos gastados y desparejos, junto a unos trapos grandes que servían de cobijas, están unas pocas herramientas de carpintero. Allí en esa pieza estaba todo el hogar. Era dormitorio, cocina y taller a la vez.

El rústico carpintero apenas hablaba el castellano y tenía gesto hosco estereotipado en el rostro. Posiblemente era un rudo mujik llegado a las playas del Plata, después de la guerra cruenta donde había sido destrozado el ejército del último Zar de Todas Las Rusias.

La pobreza del gigante manso compadeció a los vecinos, que a los pocos días compartían sus generosas comidas salteñas con la extraña familia, que había venido desde tan lejos a sumarse a los que trabajaban a la sombra de los tejados de tejas viejas, con que estaban coronadas todas las casas de la ciudad.

Los vecinos, diligentes, buscaban "changas" al carpintero, que ya balbuceaba palabras en castellano. Sillas viejas, mesas con una pata quebrada, perchas, etc., fueron los primeros trabajos del carpintero, que llenó de aromas a madera húmeda la cuadra tranquila de ese barrio de antaño.

Poco tiempo después, en el interior de la humilde morada, había un tronco de palo santo que servía de asiento, y que al mismo tiempo ponía un característico olor a madera fina en el desprovisto taller del artesano ruso. Al año siguiente había alquilado la pieza contigua y se le veía salir sonriente, dando largas zancadas, para ir hasta el Mercado San Miguel a comprar carne y verduras para la comida del día.

Sus hijos corrían por entre los árboles del parque San Martín y se extasiaban mirando los animales que estaban enjaulados en el viejo Jardín Zoológico. Luego fueron a la escuela y comenzaron a sentirse argentinos. El carpintero murió siendo viejo y sus hijos desaparecieron entre la gente, tal vez viajando a Buenos Aires, o hacia algún otro lugar del país, donde recordarán los primeros días de su llegada a Salta.

 

Fuente: "Crónica del Noa" - 09/05/1982

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá

 

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