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Los Primeros Colectivos

l colectivo, increiblemente es un invento argentino y su nombre también, su origen se dio en la ciudad de Buenos Aires cuando un grupo de taxistas decidieron realizar un recorrido fijo anunciándolo con un cartel en la parte delantera y permitiendo subir a más de un pasajero. A estos primero colectivos o también luego llamados omnibus (dativo plural de la palabra latina omnis) se los llamó coloquialmente "bondi".

Los primeros ómnibus que aparecieron en Salta, fueron algo así como la continuación de los automóviles de alquiler,  que en forma colectiva, usaban vecinos de localidades del Valle de Lerma, para trasladarse hasta la capital de la provincia a efectuar sus diligencias ineludibles. Así el precio del viaje salía más económico. Almorzaban en casa de algún pariente o amigo, y a hora determinada se encontraban en un sitio, donde los aguardaba el automóvil que los llevaba de regreso. En la ciudad los traslados de pasajeros se disputaban entre los tranvías y los coches de plaza, y unos pocos automóviles de alquiler que tenían su parada en la plaza 9 de Julio.

Posiblemente en el año 1934 hizo su aparición el primer ómnibus, en su función de tal, en la ciudad de Salta. Tenía su parada en la esquina que formaban las actuales calles Alberdi y Caseros, junto a un amplio baldío que ocupaba la esquina donde se levanta hoy el edificio que ocupó la gran tienda Buenos Aires, y posteriormente la casa  Heredia.

Mostraba su carrocería fabricada posiblemente en Tucumán, donde se notaban los golpes de martillo para dar forma adecuada a las chapas. No tenía muchos asientos, y se veía a las claras que fue construido sobre el chasis de un viejo camión, con un ciclo cumplido en acarrear caña para los ingenios tucumanos.

Estaba pintado de azul, y su dueño y conductor  -un hombre maduro y delgado con rasgos españoles -anunciaba que llevaba a sus pasajeros, en un viaje de ida y vuelta, hasta la localidad de Cerrillos, por solamente 30 centavos. El precio era más que tentador, puesto que un traslado cualquiera dentro de la ciudad en un coche de plaza costaba 50 centavos.

Pocos eran los interesados en el viaje, y así, con solo la mitad de los asientos ocupados, arrancaba entre la tos estrepitosa del motor, para dirigirse hacia la ruta 9, entonces enripiada, que llevaba hasta Cerrillos.

El viaje de ida duraba media hora, dada la escasa velocidad que permitía el camino con muchas curvas, y sombreado por una muralla de altos álamos, que daban fresca sombra durante los días cálidos del verano. Durante el viaje, era común un alto, en medio de la ruta, para enfrentar una tropa de ganado, que se llevaba arriando, en busca de la estación de Rosario de Lerma, donde se procedía a herrar los animales, embarcarlos en los trenes de carga hasta la Terminal de rieles, y desde allí, siguiendo las sendas de la montaña, cruzar la cordillera tranco a tranco, hasta llegar a Chile, donde eran vendidas las tropas de vacunos. Era este un espectáculo siempre interesante, y los pasajeros quedaban observando en silencio la marea de lomos de distintos pelajes, que ondulaba bajo las cornamentas que alzaban algunos animales, al tiempo que balaban entreabriendo sus hocicos ornados de espuma, como respondiendo a los bocinazos  que lanzaba el ómnibus para abreviar la espera.

Este servicio precario más tarde originó las primeras empresas de ómnibus interurbanos. La primera fue la empresa "Villa" con sede central en Cerrillos, localidad que en esos años marchaba a la vanguardia como comunidad progresista del valle de Lerma. Tenía unos ómnibus pintados de verde, que nacieron desvencijados, ya que las unidades fueron improvisadas sobre chasis de camiones dados de baja. Hacían el recorrido entre Cerrillos y Salta, cumpliendo con un horario fijo. Pero el horario era "generoso" ya que, cuando había un pasajero "remolón" en la madrugada, hora en que salía el servicio de Cerrillos, el coche se paraba en la puerta del domicilio del demorado, y el guarda golpeaba la puerta anunciando que no podían esperar mucho.

Así se iniciaron los servicios de ómnibus interurbanos, improvisándose compañías, por lo general integradas por toda una familia, que prácticamente vivía a bordo, o arreglando desperfectos con esa mecánica intuitiva que se solía aprender a fuerza de observar e imaginar secretos que encerraban los motores oscuros, grasientos y siempre humeantes.

El servicio a Jujuy, cuando se inauguró, era algo así como la invitación a una aventura, y quienes lo hacían regresaban relatando extrañas peripecias, que despertaban interés  en algunos, y temores en otro que juraban no hacer nunca esta clase de viaje. Eran inevitables las comparaciones de las comodidades del tren, y el polvo que había que soportar en el ómnibus, pero siempre, la mayor rapidez del servicio automotor se sobreponía a las virtudes ferroviarias.

Estos servicios dejaron de ser improvisaciones en la década de los años 60, para irse convirtiendo en lo que son ahora, con sus terminales enormes, sus servicios regulares y veloces, y coches con aire acondicionado y atención a bordo. Si los Villa o el primer propietario conductor vieran lo de hoy, no podrían creer que ese modesto y tesonero esfuerzo que iniciaron, fue el cimiento sobre el cual se levantaron los servicios actuales.

Fuente: "Crónica del Noa" -09/03/1982

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá

 

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