alta, igual que todo lo que fue el Alto Perú y anexos, durante varias centurias, fue la residencia de una endemia que hacía horrorizar a los habitantes lejanos de la Pampa Húmeda. Esta situación no sabe a ciencia cierta cuando comenzó, pero desde el inicio de la vida en este hermoso rincón del planeta Tierra.
Retrocediendo en el tiempo, muchas personas que viven actualmente, deben recordar innúmeros detalles relacionados con esta endemia, que era algo así como un importante factor para justificar el subdesarrollo que se podía apreciar en esta zona argentina, en relación a otras del país enorme, y poco poblado, que éramos, y que se prolongaba indefinidamente ante la indiferencia estática que, posiblemente era otro de los productos de la endemia.
Esta endemia fue el paludismo. Los salteños, jujeños y tucumanos - estos últimos con reticencia - aceptaban la enfermedad como un hecho natural y permanente, que pocas preocupaciones serias acarreaba a la gente que aceptaba esta situación con un fatalismo ancestral.
Los salteños comenzaban a enterarse de los peligros que encerraba la endemia, cuando en la escuela aprendían a pronunciar el nombre del terrible enemigo. El "plasmodium matarie". Después en las aulas los niños comenzaban a odiar al "Anopheles hembra", que tenía la particular insolencia de usar como nido nada menos que la sangre que corría por el cuerpo de cada uno de los alumnos.
Como el nombre científico no era usual en el lenguaje común de las personas, todos hablaban de los mosquitos. La terapéutica más conocida eran los mosquiteros, que trajeron aparejados muchos accidentes de carácter grave, cuando se dejaba encendida una vela en la mesa de luz y ésta al consumirse con un pabilo encendido agarraba la malla del mosquitero provocando quemaduras, especialmente a los niños que se trataba de proteger.
Por esos años el Ministerio de Educación de la Nación, proveía de quinina a las escuelas. Todos los alumnos concurrían a clase munidos de un jarro de hierro enlozado que pendía del cuello de cada uno, atado con un lazo hecho con piolín. Una vez a la semana, la maestra del grado hacia formar a sus educandos en fila india, ante un grifo, que generalmente se encontraba en el patio para el recreo. Allí, con gesto severo entregaba a cada uno una pastilla blanca, redonda y brillante, que debía tragársela con un trago de agua que sorbía de su jarro enlozado.
Había alumnos que - seguramente por estar en un mayor grado de infección - eran obligados a tomar una pastilla rosada, que era amenazadoramente más grande. Luego venían los zumbidos en los oídos, mareos y extraños dolores de estómago, que con gesto de indiferente los médicos explicaban que "ya se les iba a pasar".
Todo esto era una rutina y el "chucho"- como decía la gente del campo - era un común denominador de la salud de los salteños. Comúnmente veíase a la gente pobre, envuelta en frazadas y ponchos tomando sol, al tiempo que tiritaba estremecida de frío. Eran los ataques palúdicos, que iban creciendo y terminaba en violentas fiebres. Los médicos habitualmente a todas las enfermedades las trataban atacando al mismo tiempo el paludismo, aumentando en forma asombrosa el número de afectados al hígado por el uso de la quinina, que solía suministrársela también, como astillas de la corteza de la quina, que solía colocarse en frascos con vino, para impregnar éste del remedio, y luego suministrarlo en pequeñas dosis.
La palidez, delgadez y aspecto débil, eran síntomas inequívocos del paludismo. No obstante ello había personas de considerable desarrollo físico. Los índices de paludismo eran muy elevados por cierto y estos comenzaron a bajar cuando en los lodazales se inició una lucha contra los mosquitos, que allí ponían sus huevos.
La lucha se hacía con acaroina con escasos resultados, hasta que se descubrió el poder insecticida de los derivados del petróleo. Los usos de éstos se limitaban a combatir las moscas, sin tenerse visión suficiente, como para pensar en el uso masivo de estos elementos, para exterminar al mosquito transmisor de la enfermedad.
Finalmente se hicieron fumigaciones de gran extensión con la intervención de la Fuerza Aérea y el paludismo pasó a ser un recuerdo pintoresco de nuestro pasado inmediato.
FUENTE: Crónica del Noa. Salta, 10 de junio de 1982.
Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá