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Los Loteros

alta debe ser una de las pocas ciudades que cuenta con un original plantel de loteros, que hacen una vida propia, independiente, llena de simpáticas ocurrencias, y una amistad que viene de lejos, que los cohesiona con vínculos inconsútiles,  de invisible fuerza y permanente vigencia en esa sociedad, que como un club exclusivo, muestra a sus socios con características idénticas, y hasta cuentan con un local donde esporádicamente se reúnen comentando los acontecimientos del día, no faltando los temas políticos, y por supuesto los vaivenes de la diosa fortuna, que juega con esa especie de serpentina de colores que son los billetes de lotería. Difícil es mencionarlos a todos, porque son numerosos los que fueron, y también los que quedan y otros que van llegando.

Por la calle España siempre es recordada la figura de  "Funesto Funes", tocado con un chamberguito negro, sus billetes de lotería en la mano, ofreciendo la suerte en risueños coloquios, donde no faltaban sus agrias críticas al peronismo.

Chicica Esparaza, de gesto altivo y sonriente, decidor de clásicas ocurrencias provincianas, siempre dispuesto a responder con justeza, y siempre ofreciendo su tentador mercancía. Toca su cabeza con un sombrero de fieltro gris en el otoño e invierno, y con uno de paja blanco, inmaculado, para la primavera y el verano.

También estaba el mono Sanguedolce, pequeño y revoltoso, cliente infaltable de “El Globo”, bar ubicado por la década del 40 sobre la calle Caseros. Usaba también un chambergo gris, que muchas veces andaba por el suelo, cuando el Mono, como era corriente, dirimía una disputa a puñetazos y hábiles cabezazos.

Locrillo, serio, con aires de solemnidad, ofrecía con parquedad la suerte que llevaba en sus manos, luciendo un sombrero de fieltro gris en forma permanente. Era  el más pausado en su decir y hablaba con certero aplomo, con esa característica de los salteños de antes, que siempre tenía razón sobre lo que discutían.

El Gallego -como le solía decir- era efectivamente español, hablaba incansablemente, y  alteraba su oficio de lotero con el de fotógrafo en la plaza 9 de Julio. También usaba un fieltro gris, algo desgastado, mientras que sus colegas siempre llevaban un sombrero impecable, como recién adquirido de la tienda.

Vicente Borghesi, es tal vez el más soñador con su magnifica voz de barítono interpretaba tangos de sentidas letras, donde se evidenciaba su vocación artística y su sensibilidad ciudadana, que era conmovida por la música melancólica y acompañada de los tangos porteños.

Sirena a su vez era una especie de excepción, porque no usaba sombrero. Siempre, desde temprano, se lo podía ver parado discretamente a la entrada del Banco de la Nación, sobre la esquina de Mitre y Belgrano. No voceaba su mercancía, la ofrecía cordial y discretamente a una selecta clientela, que se sentía obligada a adquirirle un billete, por la gentileza sencilla y cordial del vendedor, de actitud serena y tolerante.

Todos ellos, con sus sombreros de fieltro, paseaban la mañana en un radio comprendido por las calles Caseros, España y Belgrano. Podían andar por otros lugares, pero este sector era la "zona de operaciones"  del simpático grupo, que al hacer un descanso al mediodía, si anuncios previos, se reunía en la Unión de los Amigos, el viejo bar de piso de ladrillo, que socarronamente, le llamaban la "Unsa", por el parecido de sus iniciales y por ser la antípoda de la Universidad. Allí entre risas y "picados" de salame, queso y mortadela, hacían un bullicioso "vermouth", bebiendo vino en invierno y fresca y espumante cerveza en los días calurosos. Muchos de ellos, en reiteradas oportunidades vendieron "la grande" y siempre guardaron el secreto de su cliente, que generalmente compartía generosamente el premio, lo que daba lugar a una celebración de proporciones, ahí, en el viejo bar de aroma  avinado, donde se conocían todos los acontecimientos que se registraban en la ciudad.
Todavía muchos de estos loteros continúan voceando su mercancía en la misma zona donde iniciaron esta actividad, que ha llegado a ser una faceta original de la vida ciudadana de la Salta de los últimos 30 años.

Algunos, ya con los cabellos blancos, todavía cumplen su cometido, y hacen el acostumbrado alto del mediodía en la "Unsa" actual, donde más se habla de recuerdos que de los sucesos del día.

Fuente: "Crónica del Noa" - 02/03/1982

 

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá

 

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