Por Roberto Vitry
n
toda esta historia de los coches a caballos, de ellos sólo queda como
un testimonio folclórico en las añejas fotos de antaño.
Dueños de la ciudad entre gran parte del siglo pasado y comienzos del
presente, los cocheros se agrupaban en un sindicato y como todo grupo heterogéneo,
la indisciplina resultada emblemática. Quien esto escribe tuvo la suerte
de charlar con uno de esos ya desaparecidos personajes, don Juan a secas en
1992, el que nos introduce en el mundo fascinante de los “mateos".
“En las fiestas patrias
no se trabajaba bien. No había gente para transportar. ¿Chupines?
No sé cuál era más; yo creo que todos se iban en empate.
Había tramposos, pero honestos también. Claro, no todos eran
amigos y existían diferencias. Los que tomaban no progresaban. En la
época de Perón nos agrupamos. Después, el coche tenía
que pasar a la historia, no daba para mantenerse. Yo lo dejé en 1960.
Después comenzaron a desarmarlos. El que queda ahora es el de De Monte,
que todavía anda por el parque San Martín los domingos por la
tarde. Yo tenía tres caballos y trabajaba diez horas por día,
siempre por el centro. Para el camino a la Isla pocos eran los que querían
ir, porque ahí dicen que salía el “cura sin cabeza”;
pero más cuento que otra cosa.
No había asaltos, entonces.
No le cobrábamos de más a nadie. Esto ocurría con los
que venían de afuera, a quienes se les aplicaba la “tarifa reforzada”.
En 1950 me tocó transportar en mi coche a los campeones mundiales de
básquet de Argentina, desde Gimnasia hasta el Hotel de Turismo. Eran
changos muy pintudos y muy educados. En 1945 o primera presidencia de Perón,
el trabajo era de todos los días, era lindo porque se ganaba bien.
Había coches lujosos, que eran de los particulares. Alcalá tenía
coches buenos porque él mismo los arreglaba, allá por los ´40.
Las reuniones de los cocheros se hacía en el bar Nipón; en Ituzaingó
y San Marín era Balderrama que después se fue cerca del canal.
También jugábamos al fútbol. En la Escuela Hogar había
una cancha del Club Comercio. El nuestro era un equipo de verano y les era
difícil ganarnos así nomás.
¿Degüello?, eso
es porque se creía que se cobraba de más, que se los pasaba
a degüello. A los cocheros que se machaban se los llevaba la policía
con coche y todo. Ellos, los policías, llamaban contravención.
El conductor tenía que estar siempre sobre el pescante; no se podía
estar fuera del coche; la reglamentación exigía que había
que estar en el pescante.
Los caballos los comprábamos
de las fincas vecinas y algunos eran muy buenos. Salta era más chica,
con menos habitantes. La San Martín llegaba hasta Jujuy. Por la Alvarado
se pasaba por arriba, al Oeste. Todo eso eran rastrojos; la Moldes, un callejón.
Mendoza, San Juan, todo un campo donde pastaban los animales”.
Las anécdotas
“Don Francisco Baeza
era un español que vivía en la Juramento frente a la usina.
Tenía un coche de lujo y él era elegante y bien vestido. Paraba
frente a la Catedral y un día una señora le dijo: “Mateo,
me lleva?. Yo me llamo Fracisco Baeza y no mateo”, le respondió
a la dama porteña.
En un carnaval yo llevaba
una persona enferma al médico y en España y Zuviría apareció
un muchacho con un balde de agua. Cuando uno sabe manejar el látigo,
no necesita de la fuerza; la cuestón es habilidad, y claro, había
sido hijo de un mayor del ejército. Fuimos a la policía y el
comisario tenía que salir a favor del mayor y me aplicaron una multa,
pero el chango quedó con la oreja robusta. La Primera, estaba en España
entre Dean Funes y calle Güemes. Pagué la multa y me fui. A los
“culateros” también les convidaba lindo. Era el tiempo
de oro para nosotros entonces. Se ganaba más con el coche que con dos
negocios ahora. Los taxis comenzaron a aumentar poco a poco los coches se
fueron guardando o se los vendía para hacer carritos de frutas y verduras.
Se ganaba bien, para mantenerse, hacer una casa, tomar vacaciones y tener
los animales bien mantenidos en los tiempos buenos.
Antiguamente se contrataban
coches para ir a Sumalao, pero todo el mundo se llenaba de tierra para Sumalao
se iba con coches de dos caballos; esto antes de 1940 y llevábamos
hasta seis pasajeros. Después de este año, esos viajes no se
hicieron más.
Había coches de lujo.
Estos no alzaban bultos grandes. Los ocupaban mucho para pasear y entonces
se les bajaba la capota para los turistas; también llevábamos
novios. Era para lo que más ocupaban.
Los familiares adornaban los coches con flores y otras cosas. Para carnaval
también se los usaban en los corsos, llevando disfrazados.
A los que trabajaban de noche
se los conocía como “nocheros” y paraban en la plaza 9
de julio. Los que trabajaban de día paraban en la estación de
trenes y en el mercado municipal; otros en Córdoba y Tucumán,
donde habían muchos bares. Era el “bajo”, donde reinaba
la alegría. Los conscriptos eran los más tramposos. Se hacían
llevar de noche a los cuarteles y no pagaban; se escapaban corriendo, rememoraba
don Juan.
Algunos datos
En 1940, la Municipalidad registraba
300 coches de plaza, contra 612 automóviles, 3500 bicicletas (327 de
reparto) y 54 triciclos. El nombre de mateo a los cocheros nació recién
a comienzos de siglo en Buenos Aires. Mateo se llamaba el cochero de una obra
teatral que animaba Luis Arata.
Don Juan nos dejó algunos
nombres de los dueños de las cocheras: Demetrio Castro, Manuel Ibarra,
Miguel Lazo, Isaac Rosa, Raimundo Baéz, Jesús Alcalá
y Rodolfo Manganelli.
El sindicato que los agrupaba
se fundó el 1º de agosto de 1840, presidido por Aurelio Gómez
y en esa fecha se celebraba el día del cochero.
Fuente: Publicado en El Tribuno
26-12-99