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Los Tesoros Ocultos

Por Gustavo Flores Montalbetti

Los comentarios que en nuestro Noroeste circulan haciendo mención a tesoros escondidos son muy comunes y se repiten tantas veces que muchas versiones son tan creídas por quienes las escucharon, que puede que hasta resulten verdaderos. En realidad, son una mezcla de historias documentadas, con leyendas y a veces con relatos, que como parte de la tradición de una región pasan de padres a hijos, y cuanto más se alejan en el tiempo van siendo enriquecidas y adornadas por la fantasía popular. Circulan de boca en boca, pero tienen un momento y una razón de origen. Están los que constituyen solamente una leyenda de carácter común que se difunde por algún motivo en especial, en cambio, otros son conocidos por la gente de un paraje determinado porque las señales han sido detectadas solo por sus habitantes. Por último, se enumeran los que a través de datos históricos fehacientes y comprobables se pueden catalogar de creíbles. De éstos últimos se sabe el sitio aproximado y la fecha medianamente precisa de su desaparición. Aunque, de todos se dice que están integrados por una cuantiosa cantidad de bultos que pueden ser petacas, alforjas o zurrones de cuero. Según la creencia popular, en el lugar de ocultamiento se ve una señal que, por lo general, es una luz de color. A veces hablan de un fantasma que, al custodiarlo, avisa de su presencia. Pero, cual es la relación que existe entre las joyas y monedas enterradas y las luces que la gente dice ver. Nadie lo sabe de manera cierta, pues está probado científicamente que no es factible que las produzcan los metales. El saber popular dice que estos faroles se pueden observar en el transcurso de la noche del día 24 al 25 de agosto, cuando se recuerda a San Bartolomé. Algo de suma importancia es que solo puede sacarlo aquél que vio la luz y marcó el sitio al clavar un cuchillo con la intención de cavar al día siguiente, porque si cualquier otro se atreve a desenterrarlo es agredido por el gas que despide y al poco tiempo su cuerpo comenzará a secarse mientras la piel se le manchará con tono negruzco y la muerte le llegará de modo inexplicable; hablando con propiedad. Uno de los tesoros más famosos, es el que perteneciera al Marqués de Yavi y Tojo, propietario de aquella antigua hacienda que abarcaba desde Tupiza hasta las inmediaciones de Ledesma y desde Orán hasta la Quebrada de Humahuaca. La sala principal se ubicaba en Yavi e incluía una importante mina de oro de la que se extrajo gran cantidad de metal. Por razón que no viene al caso, tuvo que huir precipitadamente para salvar su vida y la de su esposa, llevando consigo una tropa de cuarenta mulas que, en gruesos costales portaban seis lingotes cada una. Dicen que por la enorme carga debían marchar más lentamente tras una y otra jornada aumentando el peligro de ser atrapados, y para evitar que cayera en manos de sus perseguidores, lo enterraron en las barrancas de un arroyo de las inmediaciones de la actual ciudad de Ledesma. Otro del que mucho se comenta, es el que algunos aseguran fue propiedad de los Jesuitas, que desarrollaron activamente la minería de la explotación de oro hasta su expulsión.

La versión dice que fueron varias carretas cargadas a más no poder. Hay quienes aseguran tener el derrotero de la última marcha que hicieron, quizás sea el mismo que originó la leyenda del Curu-Curu cerca de El Galpón; tal vez el que se busca en las serranías de Virgilio Tedín; o el que se perdió en los faldeos del Cuchiyaco cerca de La Candelaria; aunque estas, coinciden en mencionar catorce carretas repletas. Cualquiera de ellas podría ser la verdadera, aunque se sabe que los curitas bajaron por el río del Juramento hasta cerca del Filo de San Antonio; allí se le pierde el rastro. Otro, que a pesar del paso de los años sigue renombrado, es el del Zorrito cerca de Cafayate; que no deja de producir escozor y despertar ambición. Al igual que estos hay otros menos conocidos, pero igualmente culpables de la remoción de toneladas de tierra por parte de quienes se han convertido en sus obstinados buscadores. También están esos que la gente dice permanecen escondidos entre los adobes de algún muro o debajo de las baldosas en antiguas construcciones. Y suelen hablar de los muchos atrevidos que murieron al destapar el habitáculo donde fue escondido alguno, y hay quienes afirman de tal o cual persona conocida que quedó seca al aspirar el gas que despiden. Dicen que quedan malditos y que la muerte se demora, aunque despacio se van poniendo flacos igual que perro comedor de sapos. Por todo ello más vale dejar que cada tesoro se quede donde ha sido escondido, hasta que por obra de la providencia vuelva a ver la luz y lo encuentre el primero que acierte a pasar por ahí. No debe ser agradable para el que insiste en buscarlos, encontrarse con un fantasma o escuchar los ruidos que dicen llegan a provoca las ánimas de quienes los custodian. Por el misterio y el encanto que los rodea, tal vez sea mejor que continúen estando en el agujero en que los dejaron ocultos.

Del Libro "Cuentos y Relatos de Tierra Adentro"

ISBN N°807101

Gustavo Flores Montalbetti

 

 

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