UN PUESTITO PARA MI HIJO (Remembranzas de una Salta de antaño)
así como hubo artesanos, verdaderos trabajadores independientes en Salta, hubo otras actividades que tenían cierto prestigio, podría decirse que colocaba a los que la ejercían por encima del común de los trabajadores, en el amplio sentido de la palabra, de toda la comunidad.
Esto ocurría desde que comenzó el siglo XX, con antecedentes que se afirman en las postrimerías del anterior. El estado habíase consolidado, y resurgiendo en todos los ordenes movía al país, sobre todo a la zona de la Pampa Húmeda , donde las inversiones británicas movieron la producción primaria para llenar sus propias necesidades, mientras las provincias del interior comenzaban los progresos de la "gran urbe", mientras sorbían mate, comiendo pan casero, bajo la sombra apacible de una parra que generalmente daba hermosos racimos de uvas agrias, poco menos que incomibles.
El porvenir de la gente tenía limitados horizontes, y sobre ello se hablaba cuando declinaba el calor de las siestas de verano, a la par que se levantaba el aroma simple de la tierra mojada, al pasar el carro "regador", por la calle polvorienta, que daba la impresión de algo que jamás cambiaría, como si fuera parte inamovible del paisaje.
Al tomar otra dimensión el país, surgió el funcionario público. Esto era algo muy importante, sobre todo si era empleado de una repartición nacional. Las provincias, siguiendo las normas nacionales, crearon en contornos primitivos, cargos y funciones más o menos similares a las de la Nación , pero con el grave inconveniente de no contar con los recursos propios necesarios para cumplir debidamente con los compromisos oficiales.
Así surgió el empleado público, y junto con el personaje, apareció el puesto. El cargo público, bautizado "puesto", fue una meta común de todos los ciudadanos. En torno de este interés general, giraban las especulaciones políticas, y el reparto de "puestos", ante de los actos eleccionarios, era una estrategia común, que ejercían todos los que procuraban el manejo de la cosa pública. Esta labor, por esos años, implicaba la obtención sin sacrificio alguno, de un recurso estable para llevar una vida apacible sin preocupaciones ni ambiciones.
Claro que los puestos nacionales eran más codiciados, ya que además de ser superiores en cuando a remuneraciones, los pagos eran matemáticamente regulares, detalles que no adornaba a los cargos públicos provinciales y menos aún a los municipales.
Era así que los "puestos" se disputaban en luchas domésticas, ocultas a la vista del público, donde las "recomendaciones" constituían poderosas armas para llegar a ocupar el ambicionado cargo. Un sueldo nacional permitía mantener con comodidad una familia media de aquellos días. Quién lograba este nivel social, automáticamente pasaba a disfrutar de prolongadas y despreocupadas siestas, alquilaba una casa con las comodidades medias de la época, y solía ir a las funciones del "biógrafo", en las tardes primaverales o en las noches de verano.
Los empleados eran considerados seres privilegiados y menospreciados en gran medida por los productores agropecuarios, de aquel entonces, que por lo general tenían escaso porvenir con sus labores solidarias, y hasta anónimas, supeditadas a los vaivenes del clima o al turismo depredador de las insaciables mangas de langostas.
Hubo muchos casos en que materializaban romances imposibles, merced a la intervención de personas - generalmente señoras - que tenían gravitación política, maridos mediante, ante las autoridades de turno.
Así, para un novio carente de oficio o profesión, lograban un puesto bien remunerado y creaban, en un abrir y cerrar de ojos, una especie de sueño hecho realidad por la pareja que recibía esta verdadera prebenda.
Para aquellos hijos vagos que se la pasaban de milonga en milonga y se convertían en estudiantes crónicos de las universidades de Córdoba o Buenos Aires, se los traía de una oreja y se les daba un "puesto" para que se ganen la vida. Allí hacían carrera y hasta podían formar una familia. Una salida honrosa que tenían los ociosos hijos de padres ricos. Rezaba un dicho en ese tiempo: "de padres trabajadores, hijos cansados..."
Luego llegó el peronismo y el "puesto" se convirtió en un botín de guerra disputado entre las facciones divididas de la sociedad. Cada vez que caía un gobierno volaban por las ventanas los empleados que habían sido nombrados por el gobernante saliente y así sucesivamente. Eran muy pocos los que supervivían ya que tenían influencia en las dos orillas de la poliquitería.
Hoy las cosas no han cambiado mucho, quizás y en cierta media se ha profesionalizado bastante el tema y el empleado público se presupone es un animal en extinción aunque, hasta el momento, sea la base de la burocracia más consolidada.
JGP