Volver Mapa del Sitio
La Colimba

Desde que fuera creada la ley del servicio militar a pedido del general Pablo Richieri, en nuestro país existen sentimientos encontrados en lo que se refiere al cumplimiento impuesto de sangre, como se le llama a la obligación de la conscripción.

Siempre, desde el primer momento, los jóvenes de las ciudades, especialmente los de familias más acomodadas, hablaban con terror de este evento en la vida ciudadana, como si tratara de cumplir con una inimaginable tortura, propia del Medioevo, donde solamente la inhumana crueldad de los sargentos era lo que prevalecía sobre la vida del cuartel.

Al mismo tiempo, en nuestra campaña, donde se mantiene siempre la pureza de los sentimientos, el cumplir con el servicio militar -con la patria como allí dicen- era motivo de orgullo, y de honor, que se extendía a los integrantes de toda la familia. Así es que cuando los muchachos bajaban del cerro, para reunirse en el poblado y viajar en el tren que los llevaría a los cuarteles. Los familiares y amigos les hacían objeto de agasajos. Generalmente se reunían en un almuerzo donde no faltaba el locro y el asado. Los felicitaban efusivamente, y los sobrecargaban de consejos inútiles, mientras las madres de los futuros soldados, dejaban correr silenciosas sus lágrimas de emoción, por las morenas mejillas curtidas por los vientos y los soles de las alturas.

Después partían en el tren rumbo a la ciudad, para incorporarse al cuartel, previas las largas esperas para ser atendidos. Siempre surgían hechos anecdóticos -y surgen todavía los que van quedando en recuerdos imborrables en la memoria de los reclutas. 

Estaban los veteranos que se aprestaban a abandonar el cuartel y solían hacer pesadas bromas a los recién llegados. De pronto, ese grupo de muchachos asustados e inexpertos, comenzaban a unirse en un lazo de camaradería estrecho y franco. Poco a poco iban notando que adquirían dominio de su propio cuerpo y los ejercicios que parecían algo imposible de realizar, se tornaban fáciles y habituales.

La disciplina comenzaba a pegárseles, y extrañados notaban que aumentaban de peso, como resultado de una vida ordenada y constantemente activa.

Cuando se acercaba un día de desfile, todos se esforzaban en perfeccionarse, porque tenían la esperanza de ser los mejores entre todas las unidades. Se había creado lo que se llama un auténtico "espíritu de cuerpo".

Pero claro, no todo era color de rosa.

 

 

La Salta del ayer - recordemos quienes eramos, para saber quienes somos
Todos los derechos reservados portaldesalta 2010/2016