Por José de Guardia de Ponté
Quien no recuerda aquella casa de la infancia, donde aprendimos a vivir jugando. Aquella de los mundos maravillosos y de los rincones secretos.
La mía, como las antiguas y solariegas casas de Salta, tenía un fondo de árboles frutales, palta, higo, morera y una parra que techaba todo el patio trasero, para el verano, dando los mil y un reflejos de verde.
Saltarse la tapia para conocer nuevos mundos, buscar nidos en el viejo laurel, acorralar gatos en la casa abandonada de al lado eran las grandes aventuras que recreábamos luego imaginando historias de piratas y bucaneros.
No existía la televisión aunque parezca mentira y solo nos maravillábamos la mente leyendo libros. Los tres mosqueteros, Sherlock Holmes, Sandokán, el último mohicano, Tom Sawyer y tantas otras historias.
Con una varilla de visillo me hice una espada y con la base de un caballito hamaca una perfecta cimitarra.
Para mi cumpleaños siete mis padres me regalaron un revolver de cowboy con el que maté mil indios por la noche... pobres indios, si hubiera sabido...
Estaba prohibido aburrirse y cada día era una jornada para inventar un juego nuevo, Armar avioncitos, transportar tierra con la camioneta Duravit, hacer puntería con la honda, matar hormigas con un palito, disponer una batalla de soldaditos y cuando llegaban los primos a jugar se armaba la fiesta !
- Juguemos un partido de fulbo ! Noooo mejor al mercadito, a vender tortas de barro !!! y para que contar cuando encontramos en el ropero la caja de ropa vieja y nos disfrazamos de todos los héroes de historietas. - Yo soy batman ! noooo yo soy batman ! mejor vos sos superman querés? y nos atábamos un trapo al cuello y corríamos como locos por el patio haciendo flamear la capa...
Que bella locura haber sido un niño... cuando ahora los miro jugando a la playstation me da un poco de pena... porque creo que se están perdiendo algo.
José de Guardia de Ponté