Por José de Guardia de Ponté
alta siempre se ha distinguido por su enorme y frondoso anecdotario, ya que es un pueblo tranquilo y sociable.
A la gente le gusta juntarse de vez en cuando, fundamentalmente los domingos a la tardecita y al pasar el tiempo, ya cansados de hablar mal de alguien, deporte pueblerino que todavía sigue vigente, es el momento de recordar viejas historias del ayer.
Resulta ésta de la década del 40 cuando la vieja aldea se iba transformando en una ciudad pujante y orgullosa.
Las noches tenían vida en los arrabales donde el concurrir de niños bien y no tan bien, por oferta sexual y divertimento era bastante asidua.
Por la calle Córdoba al 1300, esquina pasaje Tedín aproximadamente existía una borrachería muy concurrida. La misma tenía una sola consigna, no podías entrar borracho, salir absolutamente alcoholizado no había problema. O sea, tenías que entrar O Km. para tomarte todo lo que quieras. Lo atendía una gringa que ya estaba pasada en años para trabajar el cuerpo y tenía un carácter de los mil demonios. No le temía a nada y le hacía frente con furia a los que se sobrepasaban o a los que violaban la regla de entrar en curda.
Pasó una noche que un borracho fue expulsado por la rubicunda señora y ya afuera tomó una tiza y escribió en la pared con grandes y feas letras: “BAR LA VIEJA DE MIERDA”
Y así quedó nomás… desde esa noche los borrachitos de Salta se decían: “-Vamos a tomar un vino a lo de la vieja i’mierda?”
José de Guardia de Ponté
- Esto me lo contó un gran conocedor de la Salta de antes, Dn. Juan Cedrón amigo del entrañable Sergio Paredes (Serafín Quival). Vaya a él mi agradecimiento y admiración.