Retratos
de familia:
La madre
(fragmentos)
Por la espiral-humo y aburrimiento
de un cigarrillo rubio,
se evade la mañana.
Los dedos con un vertiginoso sistema dactilógrafo
ensayan picotesos sobre el féretro de la caricia
ausente,
y todo huele a tinta, a formularios,
a percheros con impermeables,
y a problemas del debe y el haber,
escondidos detrás de todos los archivos del reloj.
(...)
Los niños ya no creen en la inocencia de Blanca Nieves,
y es fácil inducirlos a soñar
con la epopeya legendaria del rey del caucho.
Y la madre está ahí,
marcando su reino de ternura
por un sueldo mensual, con aguinaldo y vacaciones pagas.
En el mentón de cera se agrupa el ice cream
que le contrae las manos,
para convertirla en una mendiga de mistificación,
en una época de conquistadores de estrellas.
Hasta que llegue la noche y se mire por dentro,
y vuela a tener suavidades de algodón
y olor a manzanas en las manos,
y tibiezas de nido en el regazo
y palabras sin rouge en los labios...
Pero acaso ya sea demasiado tarde
para que el niño pueda retocar
el retrato físico de la madre.
GUSTAVO MARMAI
Está por volver
Fuego en el atardecer de tus ojos
Cometa iluminando un cielo vacío
Lo único que brilla son tus ojos
En este anochecer
Lejano
De otro universo
Amigo Niquara
Tú que amas la humanidad
Dejaste latir de más tu corazón
Te fuiste a buscar otros otoños
“una noche de bufanda”
y te encontraste en otras tierras
otros otoños serán los tuyos
RUBÉN DARÍO
Leticia
Sobre la cabecera vacía de la mesa,
en la silla saliente, hueca y deshabitada,
como una sombra oscura, falsamente invitada,
sin un gesto amistoso, se sentó la tristeza.
Leticia pensó en los niños. Restauró
la tibieza;
ahogó en una sonrisa la lágrima frustrada,
y por madre y heroica se elevó renovada,
apoyada en el gesto de su propia entereza.
¿Qué importaba la sombra de su destino oscuro?...
Le queda en los labios un clamor de futuro,
y por cuatro caminos se echó a andar con valor...
Hoy la herida del tiempo ya no tiene gemidos,
porque sembró de risas cuatro surcos queridos,
y en las cuatro esperanzas va a cosechar amor.
GUSTAVO MARMAI
(de El Paraíso de los Amargados, Salta, 2003)
El callejón del Diablo
Los cartuchos de azufre tirados en el piso
El trinquete a un costado
Otro carnaval sin el Urucú de doña Quica
Y vos que cantabas en el paraíso eras tú
Te olvidaste de quedarte aquella noche de verano
Chamuyando en una esquina
Y ahora pienso
Che pobre diablo
¿Tenés para el pan de hoy?
¡¿Acaso Dios se enojó con vos otra vez?!
Che pobre diablo
Ya ni subsidio te dieron
Y la única moneda que vale es tu cara de cobre
Chamuscada en el infierno
Che pobre diablo
Otro domingo sin fútbol
Gastaste de nuevo tus manos
Y ni una hojita de coca te ofrendan
O el cigarro por la changa
O el vino por la vida
Che pobre diablo
Te quedaste olvidado en tu callejón
Que parece sin salida
Che pobre diablo
Tu trinquete al rojo vivo
No volvió a probar un asadito los domingos
¡Qué hambre che pobre diablo!
Quedate loca, quedate...
Quedate chamuyando con ese pobre diablo
Que tiene un infierno por mostrarte
Toma su mano de azufre y verás
Que el paraíso es él
Y nadie más
El paraíso del amor (dolor)
Y nada más
RUBÉN DARÍO
Carro
Cargado sobre su cuerpo
va el carro cargado de frutas
y el látigo feroz apura su paso.
En sus ojos deja ver su tristeza
¿dónde va su rumbo?
hacia el cielo.
Nadie va a su entierro
sus huesos calcinados
no tienen flores ni coronas
¡y lo sigue llorando el viento!
MARTA LÓPEZ
Fantasmas de Acuarela
Cálidos días han
venido como fantasmas
de acuarela y volver
a ver mi futuro que
como barrilete de papel
cae en meteoros
de espesura milenaria.
Hay una danza que ve a lo lejos el
pañuelo que enjuga
una lágrima y
un beso de tu cuerpo
que aprendió a pedir
perdón.
MARTA LÓPEZ
(de Letras del Alma, Salta, 2001)
Unas palabras*
Hay quienes piensan que palpita en el pueblo una potencialidad
poética, deliberadamente ahogada y mutilada a
través de múltiples y sutiles mecanismos
de imbecilización colectiva. Confieso haber descreído
de esa romántica sentencia. Confieso, una vez
más, haber estado equivocado. ¡Cómo
olvidar a Gustavo diciéndome una tibia mañana
de invierno: "Cristián, ¿no me has
visto pasar por aquí esta mañana?; pues,
hace como media hora que me ando buscando y todavía
no me encuentro". O a aquel otro que monitoreando
sus desbarajustes imaginarios anuncia en pleno vuelo:
"Doctora, me voy poniendo sospechoso". Y qué
decir de Ramón, que vino al mundo "arrastrado
por un viento milenario, un viento poderoso y sabio,
como si tuviera un brujo por dentro".
En un mundo hechizado por flautistas de palabras huecas,
por secuestradores de ocasos amarillos, un hospital
psiquiátrico nos recuerda que no podemos darnos
por vencidos. Que aunque la poesía esté
en terapia intensiva, nos ofrece desde el fondo de una
sala de guardia el contraveneno contra los que verdaderamente
están perdidos.
CRISTIAN ADET