Hoja Nº 4............................... Abril de 2003
FinalYa me aparto me escondo donde las sombras ponen candado a la luz a mi ocaso aparente sin ira y sin rencores. Soy mi tiempo repetido setenta veces siete. ALICIA MARTORELL (de Demasiado tiempo, Salta, 1993) |
Cartas a la casaIVMadre, te he mentido de nuevocuando dije que todo marcha bien; que ganaba buen sueldo y que aquí, lejos me amaban mucho y estaba muy alegre.
Es mejor que lo sepas, yo te he mentido, madre.
Cuando regrese verás cómo se enturbian los ojos de los niños, verás cómo la alfombra de tu limpia ternura se ensucia con mis pasos.
Cuando regrese olerás mi tabaco, verás el traje viejo remedando esta forma tan dejada por Dios, tan ausente de todo. MIGUEL ÁNGEL PÉREZ (de Cartas a la casa y otros poemas, Salta, 1987) |
A quien corresponda Las insanas melodías del placer las sombras gozosas de la literatura, Orlando Furioso y su desgarrado devenir en que me veo. Borges y todo el universo en sus poemas. La vida de mi hija y su maravillosa explosión desde mi útero. Las complejas y cómplices compañías de mis amigas, dolidas en la muerte y en el perjudicial amor. Las lealtades. La fuerza natural y vigorosa de la inconsciencia, primer don del superviviente. Nada me ha sido vedado, digo. Sólo tu amor, fantasma de soledad itinerante, bisagra del sueño consolador. Tu amor que necesito recrear cada noche en la que te hago un cuerpo vertiginoso pero que en sus límites me abarca, que en su memoria me reconoce, y en el instante en que hacemos el amor (en que giro mi rostro del techo a la oscura noche) y te traigo a mí con la misma violenta insistencia con que te buscan los espejos de la soledad. GERALDINE PALAVECINO (de Bajo tu peso, Salta, 2000) |
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Vértice hay demasiados muertos en esta esquina los de pie en esta suerte y los de enfrente... aquí se juntan a robarse el polvo y a pisarse la vergüenza... oigo como si a ratos escarbaran las estrellas. NANCY M. GARCÍA (de Armagedón, Salta, 1989) |
No hay aire en el aire... No hay aire en el airey el viento no mueve nada. Ni el negro follaje urbano, hecho de paraguas y sobretodos, de errores y baldosas, de persianas y patrones. Camino y el cielo cierra sobre mis hombros las últimas gotas. Y el viento no mueve nada. Camino y no escucho mis pasos no estoy, no me encuentro en la húmeda ciudad.
Solo respiro en este enorme castillo, que tu ausencia construye alrededor mío. EDUARDO FLORES LESCANO |
El bobo tragador de nubesLas hadas del hospital le pusieron al bobo tragador de nubes una almohada chata y le sacaron sangre de cualquier vena. Él les hablaba de sus quimeras rosadas, recitaba versos y pensaba en un techo de cristal o en un patio abierto para bien morir. Tomó la posición más cómoda, dejó caer delicadamente el dorso de la mano con la placidez del descanso eterno, y sintió que el mundo rodaba, rodaba... El chagásico alcohólico de la cama vecina, doblado, como un compás, lo miraba y se pellizcaba las uñas enlutadas con ambas manos; estiraba el colchón como si quisiera arrancar un esqueleto, y mirando la cama del bobo tragador de nubes, le decía: ¿Y vos, quién sos? Matala, matala, quemala, clavale el cuchillo, apagala, apagala!... El ingenuo soñador nada escuchaba, sólo entreveía en sueños blancas enfermeras como frágiles libélulas traspasadas de luz y un ajuar de intangibles y bordadas mariposas nocturnas que rondaban la cama del chagásico enloquecido. También vio descender desde el panorámico techo de cristal una tarántula pelusienta y avellanada que balanceándose sobre la cama, envolvía y aprisionaba al anémico loco. Asomóse el sol abriendo en lo alto grietas y colores. El bálsamo del amanecer tendió un arco de luz bajo el cielo verde agua. Corrió desde el fondo bajo y amargo del cerro una brisa acidulada y tierna, y las silenciosas hadas de la noche recorrieron las iluminadas galerías del San Bernardo... Y el bobo tragador de nubes, siguiendo por la ventana el camino que abre la rosada cima del Portezuelo, entre lágrimas y cristales exclamaba: ¡Oh, la vida, la vida!... ROBERTO ALBEZA (de Imágenes encendidas, Salta, 1986) |
Algunas señales a Jorge Calvetti Tantas vidas de mítengo ya, que soy sólo una parte de mí mismo.
Así me va quedando su herencia, señales de humo, para construir mi propia mitología sin echar mano a los dioses y a viejas leyendas.
Como acaso se dijo alguna vez: mis cosas están muertas en un país de antaño; pero yo estoy aquí.
Sobrevivo crisisy fracasos, llevo pantalones hechos a la medida de ahora en los que me sostengo no sé por cuántos años.
Es hora entonces de empezar a ordenar nuestros papeles. RAÚL ARÁOZ ANZOÁTEGUI |
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