an sólo 7 días después de que Güemes recuperara el poder, y mientras seguía a paso redoblado la preparación del Ejército que debía cumplir con la estrategia sanmartiniana y confluir en un movimiento de pinzas sobre las fuerzas realistas en Perú, los mismos que habían dado el golpe de estado se confabulan con las fuerzas realistas parapetadas en Jujuy y le abren el camino a la partida de 300 hombre comandados por un lugarteniente de Olañeta, el coronel Valdez, apodado “Barbarucho”, que tienden una emboscada a Güemes y lo hieren de muerte el 7 de junio de 1821, falleciendo 10 días después en la Quebrada de la Horqueta rodeado de sus gauchos y después de haber rechazado una propuesta de enviarle médico siempre que depusiera las armas.
Este poema registra estremecedoramente el final de la epopeya güemesiana, y desmiente absolutamente el infundio que años después se echó a correr sobre la muerte del héroe, que tanto prendiera en el imaginario colectivo. Aclaremos tan sólo dos cuestiones, que el análisis histórico ha establecido ya cabalmente: la tropa que lo embosca, guiadas por el traidor Mariano Benítez (una calle de Salta lleva su nombre: debiera cambiarse ese nombre por el de Pastor Padilla!) estaba compuesta no por 200 soldados sino por 300, y entraron no por Castañares sino por los Yacones. Y, desgraciadamente, no es correcto que “el muro norte ha cumplido y puede desmoronarse”. En realidad, “el muro norte” había cumplido su colosal etapa defensiva, y estaba lista ya para pasar a la etapa ofensiva, cuando la traición y muerte del gran jefe lo impiden.
¡Gloria a nuestro héroe y a todos los hombres y mujeres que lo acompañaron en tan desmesurada y heroica lucha!