Llegaba siempre puntualmente a su gabinete de trabajo, en el Instituto de Estudios Americanistas “Dr. Enrique Martínez Paz”, en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Llevaba un portafolio abultado por los papeles y al finalizar su labor, bien pasado mediodía, regresaba a su hogar con ánimo de proseguir la tarea que había estado efectuando en aquel recinto universitario. Durante más de una década -la última de su valiosa existencia- así le vimos. Empeñoso, tenaz, salpicando su agradable conversación con las inevitables anécdotas que guardan la memoria de quienes tanto han andado en la vida. Generoso y cordial, don Julio Viggiano Esain no conocía tregua en su labor investigadora.
Muchas veces, en la conversación que nos servía parar intercambiar opiniones acerca de cuestiones retrospectivas, Viggiano Esain se regocijaba en aludir a recuerdos de su niñez -había nacido en Tandil, provincia de Buenos Aires, el 10 de agosto de 1899- y de sus andanzas por la ciudad de Rosario de Santa Fe, desde sus catorce años. Servía para abrillantar su añoranza decir quiénes habían sido sus maestros de violín, como Eduardo Cavalcanti, José F. Berrini, Juan B. Massa, en la ciudad rosarina y Antonio Castelví, y Ernesto Drangoch, entre otros, en Buenos Aires, hasta las imágenes de una infaltable bohemia donde surgían los nombres de Roncallo, Cayetano Silva -autor de la Marcha de San Lorenzo- y otros.
Desde sus años de niño tenía una fuerte vocación por la música. A pesar de ser tiempos difíciles para quienes deseaban consagrar sus energía a esas disciplinas, Viggiano Esain lo hizo. Al fin, estuvo entre los fundadores del Profesorado Orquestal de Rosario, siendo su violín concertino. Luego fue profesor del Conservatorio Santa Cecilia, desde 1925 y más tarde del Williams, a partir de 1930, por seis años.
Por razones diversas y, sobre todo, por su salud, vino a radicarse en Córdoba. Desde 1936 fue profesor concertino solista de la Escuela del Profesorado e ingresó en la Orquesta Sinfónica de Córdoba en 1940, llegando a ser su primer violín durante siete años hasta retirarse, al igual que del Conservatorio Beethoven. En 1936 ingresó en Instituto de Arqueología, Lingüística y Folklore “Dr. Pablo Cabrera”. Germinaba en él un cúmulo de proyectos orientados a rastrear el pasado de Argentina y especialmente en Córdoba, por la huella de lo auténticamente folklórico y tomó amistad con otros institutos en el país. Entre tanto inició sus viajes de recolección y estudio del material folclórico por las más diversas regiones de la provincia cordobesa. Así, hasta 1963 efectuó casi trescientas excursiones de esa naturaleza.
Era una delicia escuchar a Viggiano Esain el relato de aquellos recorridos, las peripecias sufridas, los personajes extraños encontrados y cómo hábilmente solía pasar largas horas en conversación con los ancianos que guardaban en el hondón de su memoria las coplas y los romances de antaño; cómo se hacía repetir, una y otra vez, por algún viejo guitarrero una melodía perdida en el tiempo. Aquello fue complementado con los viajes realizados con igual finalidad por las comarcas de la cordillera de los Andes, La Rioja, Catamarca, Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero; en 1968 por las Salinas Grandes de Córdoba y, en 1974, por el sureste y noreste de esta provincia.
Paralelamente, iba dejando el producto de sus investigaciones, en folletos, libros y artículos periodísticos, habiendo inaugurado en 1937 su bibliografía con Cultura musical. Notas relativas a este problema en nuestro país. Casi 40 son los títulos registrados. Entre ellos, La escuela musicológica argentina, Instrumentología musical popular argentina, Vigencias de origen indígena, Pregones populares cordobeses, La Navidad en Córdoba, San Juan y San Pedro en Córdoba, El folklore en la escuela, Adivinanzas cordobesas y muchos títulos más…
Viggiano Esain se entusiasmaba con su labor, gozaba en sus peregrinajes a través de tantas regiones argentinas porque regresaba con una gran cantidad de viejos cantares, músicas, refranes, narraciones de otros tiempos… y luego en su lugar de trabajo en la Universidad, y en el seno de su hogar, que formó en 1942 con doña María Teresa Invitti, prolongaba afanosamente su labor de estudio de valoración y de redacción de sus páginas. Fue designado miembro correspondiente de numerosas entidades de museología y folclore de nuestro país y del exterior. Incorporado en 1956 al Instituto de Estudios Americanistas allí permaneció hasta su muerte, ocurrida en Córdoba, el 17 de julio de 1977. Entonces también se quebró una tarea que realizaba desde 1960, con alcurnia y entusiasmo, como crítico musical del diario Los Principios de esta ciudad.
Escribía con vigor y sensatez, al mismo tiempo que con hondo conocimiento técnico, como dictaba sus lecciones desde la primera cátedra de doctrina del folclore que hubo en nuestro país, en una escuela secundaria, desde 1947 a 1956 en la Escuela Normal Superior Dr. Agustín Garzón Agulla, en Córdoba. En los años 1969 y 1971 tuvo la satisfacción de ver publicados sus dos primeros tomos del Cancionero Popular de Córdoba, una obra de extraordinario valor. Más de cinco mil fueron las coplas allí reunidas, pero aún faltaba dar a conocer la poesías más tradicionales. Ésta es la que en 1981 se brindó en el tercer tomo del Cancionero, con el sello editor del Instituto de Estudios Americanistas y un meduloso prólogo del destacado estudioso del folclore, profesor Julián Cáceres Freyre. Y hemos querido brindar lo que alguna vez, con el seudónimo de “Agustín Pacheco”, -dimos a los lectores, sin agregar muchas otras cosas de aquella personalidad de Julio Viggiano Esain.