Por José de Guardia de Ponté
Un análisis para su entendimiento
El antropólogo Antonin Artaud nos dice: “Las verdaderas tradiciones no progresan, ya que representan el punto más avanzado de toda verdad. Y el único progreso realizable consiste en conservar la forma y la fuerza de dichas tradiciones”, esto quiere decir que la repetición de hechos, costumbres, mitos y tradiciones es el atributo esencial del saber popular, marca su vitalidad y hace precisa su identidad. Pero, convengamos que estos conceptos están más dentro del deseo que de la realidad científica, ya que incluso los mitos más perdurables, como surge de todo análisis diacrónico, precisan reestructurarse para no perder vigencia.
Con esto queremos expresar que la preservación no significa “embalsamamiento cultural”, no quiere decir que nos tenemos que poner en la ardua tarea de andar cuidando que la gente no deforme las leyendas o anden cambiando las fechas de un misachico.
El historiador inglés Arnold Toynbee decía que cuando hay que andar petrificando la cultura es signo de la decadencia de la civilización, a la que define “… ensayo de antemano frustrado de mantener incólume el estilo ancestral a través del empleo de medios mecánicos y hasta de la fuerza, lo que termina de quitar la más leve huella de vida”.
Pedirles a los artesanos que se limiten a realizar fieles copias de las creaciones de los antepasados es limitar el espíritu creativo con que se nutre el folklore y reducir al hombre a un animal que reitera de generación en generación su modus de vida.
La preservación bien entendida del patrimonio cultural folklórico se resume en cuatro palabras: investigación, estudio, enseñanza y divulgación. La frase: “No se quiere lo que no se conoce y no se defiende lo que no se quiere” sintetiza el espíritu que encierran las cuatro palabras antedichas.
El cambio evolutivo es justamente una renovación que refuerza y proyecta la identidad. Pero ese cambio debe ser un sano resultante de la fusión del pasado con el presente y no por aculturación destructiva que viene generando el nuevo fenómeno de la globalización.
Los cambios sanos se dan mediante una adopción selectiva y no por imposición masiva de la cultura dominante.
Podemos decir que el folklore es precapitalista pero más justo y preciso sería definir al folklore como acapitalista, su destino no es desaparecer en la posmodernidad globalizadora sino alcanzar su propia modernidad.
Si nuestro patrimonio cultural folklórico desapareciera derrotado ante el desafío de preservación sería el triunfo de la colonización espiritual de nuestro pueblo.