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AUGUSTO RAÚL CORTAZAR

 

ESQUEMA

DEL

FOLKLORE

 

 

LOS FENOMENOS FOLKLORICOS

La palabra ‘folklore’ y sus acepciones

La palabra folk-lore fue propuesta por William John Thoms en su ya famosa carta a la revista The Athenaeum de Londres, que la publicó en el Nº 982 del 22 de agosto de 1.846. Con el nuevo término procuraba sustituir ambiguas expresiones entonces en uso, como ‘antigüedades’ y ‘literatura popular’, designando concretamente el saber tradicional ‘lore’ del pueblo ‘folk’. En la misma carta se alude al estudio de los usos, costumbres, ceremonias, creencias, romances, refranes, etc. de los tiempos antiguos (1)  sobrevivientes en el pueblo.

Por lo tanto, en esta especie de partida de bautismo del folklore hallamos en germen la doble acepción con que la palabra ha cargado hasta hoy, originando no pocas confusiones: 1º. El saber del pueblo, 2º lo que se sabe acerca del pueblo, mediante la investigación sistemática. En la terminología actual, decimos que en el primer caso la palabra se refiere a los fenómenos folklóricos y en el segundo a la ciencia que los estudia.

Pero no son éstas las únicas acepciones. Se llama habitualmente también ‘folklore’ a ciertas expresiones, en particular de carácter artístico, como danzas, canciones, música, representaciones teatrales y cinematográficas, etc. no producidas espontánea y tradicionalmente en una región determinada por el ‘folk’, sino cultivadas por artistas determinados que reflejan en sus obras el estilo, el carácter, las formas o el ambiente propio de la cultura popular. No son por lo tanto fenómenos folklóricos, sino proyecciones de esos fenómenos en el ámbito de las ciudades, en el plano de la creación artística individual y destinadas a un público que no es por cierto el ‘folk’ y que con frecuencia se reduce a refinadas ‘elites’. Por otra parte, para producir, expresar y difundir tales proyecciones se utilizan elementos complejísimos (imprentas, escenarios, maquinarias, organización técnica y comercial, etc.) inconcebibles en el modesto mundo del pueblo.

Las proyecciones revelan inspiración folklórica y se manifiestan en los más diversos campos: novela y cuento, poesía y sainete, música y coreografía... si bien las de carácter artístico son las más evidentes y divulgadas, se revelan también en la industria –tejeduría, platería, cerámica, etc.- en la moda femenina, en el arte culinario. El aprovechamiento de materiales folklóricos en la escuela, la enseñanza metodizada de las danzas nativas, son interesantes ejemplos de carácter pedagógico.

Las proyecciones del folklore son legítimas cuando se afianzan en el conocimiento directo y en la documentación veraz de los fenómenos, en la compenetración del autor o del productor con el espíritu característico y con el estilo representativo del complejo folklórico que se trata de reflejar. Dignamente expresados, prestigian el folklore de un país y contribuyen a que trascienda de su realidad viviente y de su documentación técnica a planos más difundidos y a veces universales, acentuando la personalidad cultural del país. A la inversa, las expresiones chabacanas e irresponsables conspiran contra el patrimonio espiritual de la nación.

Por fin, hay otros casos a los cuales propongo llamar trasplantes. Son manifestaciones de indiscutible carácter folklórico que se producen ocasionalmente fuera de su ambiente y desengranadas de su sistema funcional, aunque los protagonistas e intervinientes puedan ser miembros del ‘folk’ y por la índole de la manifestación supuesta (canción, danza, comida típica), pero en cambio han dejado de ser funcionales, ya con respecto al ambiente geográfico, ya al grupo social. Han variado las necesidades que se quieren satisfacer; las impuestas por las condiciones de la existencia cotidiana lugareña, para ser sustituidas artificialmente por un afán evocativo, por apetencias nostálgicas o propósitos concretos de afirmar la fisonomía y la personalidad provinciana o extranjera frente a un mundo que se considera indiferente, desdeñoso u hostil. En el uso de prendas campesinas o en las actitudes propias de los paisanos; en la reunión hogareña en la que se sirven tortas fritas y se toma mate; en el cultivado matiz del habla regional o en los platos típicos de un almuerzo criollo hallan pretexto los ‘trasplantados’ provincianos y extranjeros, para recordar el terruño nativo; pero se ve que esos ejemplos no configuran auténticos fenómenos folklóricos ni llegan tampoco a ser proyecciones. Son como gajos que se quiere cultivar en macetas; proceden, es cierto, de ‘la tierra’ lejana, pero no se pretenda que equivalgan, por su desarrollo y su función en la naturaleza y la vida humana, al árbol añoso del monte nativo.
        

Cómo reconocemos los fenómenos folklóricos

Para lograr una caracterización que permita su deslinde con respecto a otros fenómenos culturales semejantes es conveniente afirmar, como punto de partida, el concepto de que se trata del resultado de un proceso, y no de manifestaciones estáticas. Son comparables a los frutos que alcanzan madurez asimilando, en síntesis complejas, elementos diversos y no a joyas que se conservan intactas a través de generaciones. El hecho de que el ritmo del proceso sea tan pausado que muchas veces no llegue a percibirse en el curso de una vida, no contradice su naturaleza esencialmente dinámica.

Según un primer rasgo caracterizador, el folklore no es nunca privativo del individuo, circunscripto a lo personal, sino por el contrario colectivo, socializado y vigente. El origen remoto habrá sido sin duda un acto individual; el impulso generador pudo haber sido una invención o un descubrimiento o la imitación de algo prestigioso en la ciudad o la adopción de una herencia cultural indígena. Lo que interesa no es tanto el origen de los elementos, sino precisamente el haber dejado de ser manifestación personalizada, única, para pasar a ser colectiva, compartida por todos los miembros de la comunidad. Estos pueden no haber sido actores, parte activa en el proceso; basta con que en conjunto presten ambiente de receptividad general al bien de que se trate. En otros términos, que el hecho no resulte, en el consenso social, exótico, llamativo, anacrónico. Si al hacer, pensar, creer, sentir, cantar no se suscita en los demás extrañeza, rechazo, burla, desprecio, incomprensión en el sentido social, se trata de un fenómeno colectivizado. Para que la doma de potros o las prácticas de las curanderas sean fenómenos folklóricos no es preciso, desde luego, que todos los miembros de la comunidad sean domadores o curanderos... su vigencia social significa que el grupo los considera incorporados a su patrimonio tradicional, del que todos, por lo tanto, se sienten copartícipes, aunque no intervengan personalmente en su expresión.

Esto trae como consecuencia que cada uno siente latir en sí, como en potencia, el derecho de introducir alguna variante en la forma consagrada. El ejercicio de este derecho está limitado por el concepto predominante en los grupos populares que valoran y prestigian lo heredado y consabido, velando por su integridad, por su estilo, por su carácter. De ahí que la reacción colectiva tienda más bien a proscribir que a prohijar las novedades máxime si son desorbitadas. Esta actitud, a la vez que fundamenta la llamada ‘ley de autocorrección’ –enunciada por Walter Anderson-, explica que la vida tradicional del folklore se manifieste sin variantes, sin cesar renovadas. No obstante lo cual, versiones antiquísimas mantienen a través de los siglos los rasgos que las hacen inconfundibles y únicas; pese a la infinita variedad de detalles, son  perfectamente reconocibles los viejos romances españoles, ya se recojan entre los sefardíes de los Balcanes, ya en Africa del Norte, ya en cualquier punto de América; los cuentos de Caperucita Roja o de Cenicienta, extendidos a los cinco continentes, repetidos en muchas lenguas son reconocidos por todos, pese a que nadie se siente constreñido a respetar una versión única. La creación originaria ha sido desde luego individual; pero en el curso del proceso, cada cantor o narrador se siente intérprete de un repertorio que la memoria de los integrantes del grupo atesora, considerándolo como propio. Las variantes, las refundiciones, la reelaboración del tema consabido mantienen la estructura, la fisonomía fundamental, aunque los renovados matices atestiguan la intervención de muchos narradores, de muchos verdaderos poetas –aunque anónimos- en el curso de las generaciones. Por lo tanto, el material recogido en el seno de una comunidad popular cualquiera representa una obra sutilmente colectiva y en este sentido no es un despropósito hablar del pueblo, genéricamente, como verdadero creador del folklore, pero sí sería absurdo pensar en la creación simultánea y colectiva, al conjunto del ‘espíritu del pueblo’ .

En consecuencia, un segundo rasgo caracteriza los fenómenos folklóricos: el de ser populares, en el sentido de expresión espontánea de una previa asimilación colectiva por el ‘folk’.

Como corolario, que aquí sólo señalaré de paso, cabe hacer notar que no deben confundirse con instituciones y estructuras oficiales, de carácter político, jurídico, económico, etc. incorporadas a la vida del pueblo, a la cual a veces rigen y condicionan como el gobierno municipal, la escuela, la policía, la iglesia, las oficinas administrativas, etc. Aunque los miembros del ‘folk’ las integren, ejerzan o representen, no pueden, por su propia esencia ser folklóricos.

Tampoco se deben confundir con manifestaciones ocasionalmente popularizadas –no populares en aquel sentido- como una canción o una danza en boga, los caprichos de la moda, los dichos y chistes de actualidad. Su vigencia pasajera, su falta de arraigo muestran que el pueblo ha sido temporariamente un medio fugaz de difusión pero no el artífice concienzudo que selecciona, reelabora y asimila un bien cualquiera.

¿En virtud de qué trayectoria cultural un nuevo elemento logra esa incorporación al patrimonio tradicional de la comunidad? ‘Si observáramos un ambiente popular típico: pueblecito remoto, aldehuela aislada, caserío disperso, comprobaríamos que la menor porción de su vida colectiva es la sometida a los moldes rígidos y uniformizadores de lo ‘institucionalizado oficial’ –organización política, jurídica, económica, administrativa, etc.-. Frente a estos casos cada individuo en desarrollo, por el contrario, se compenetra de todo el saber del grupo escuchando sus conversaciones y asimilando sus técnicas; le basta parar mientes en lo que a su alrededor ocurre. Las ideas básicas, los valores de la cultura y las pautas para su conducta social se le presentan en términos sencillos y accesibles con sólo observar lo que todas las personas normales creen o cómo cada cual reacciona ante determinadas situaciones.

‘Desde luego no hay aquí erudición ni saber libresco; falta la teoría pura, la doctrina abstracta, el sistema intelectualizado; todo se edifica sobre la base de la experiencia, inductivamente, y no a través de un conocimiento lógico, sistemático, casual y cierto de los fenómenos. Hasta las más complicadas formas resultan de la equilibrada suma de experiencias que añaden, quitan, pulen, innovan o restauran la herencia común. El producto es, por fin, la exteriorización de un íntimo proceso encauzado por los criterios tradicionales, el medio natural, los impulsos síquicos, las necesidades funcionales. Así una larga germinación se abre, al cabo, en flor de belleza o se brinda en fruto de sabiduría’ (2)..

En este sentido digo –y sería el tercer rasgo- que los fenómenos folklóricos son empíricos, espontáneos, no institucionalizados.

En cuanto a los medios de trasmisión de los bienes en el ámbito de la cultura popular, no son los característicos de las sociedades civilizadas contemporáneas: libro, periódico, radiotelefonía, cinematógrafo, televisión. En aquel ambiente ‘la difusión se logra merced a la palabra hablada, coloquial, directa. Por eso se dice con verdad que la transmisión folklórica es oral, dando convencionalmente al término un sentido muy lato: se basa en la palabra, pero subrayada y a veces sustituida por el acto mismo, por el manipuleo que se aprende practicando, por el gesto que complementa o refuerza, por el ejemplo expresivo aunque mudo. Dicho en forma negativa, porque se prescinde comúnmente de la escritura. En fin, el acervo cultural, que no por ser empírico es endeble ni torpe, pasa así, por la palabra, el ejemplo, la imitación a enriquecer los espíritus que inician su socialización en el acotado ambiente de la aldea’.(3)

De aquí el cuatro rasgo diferenciador: los fenómenos folklóricos son orales, dando a esta palabra un valor convencional muy lato, que equivale a no escrito, a no adquirido a través de procesos institucionalizados y sistemáticos de enseñanza y aprendizaje.

Gracias a su experiencia, el pueblo va asimilando nuevos elementos que enriquecen el patrimonio tradicional. La intercomunicación, cada día más frecuente, con los centros urbanos irradiantes, los medios de difusión progresivamente más activos y variados, la corriente de transculturaciones de más en más caudalosa multiplican las posibilidades de elección; pero el ‘folk’, mientras mantenga su condición de tal, en tanto no haya desnaturalizado su carácter, es muy parsimonioso en la elección. No acoge indiscriminadamente cuanto a su conocimiento llega. Sólo acepta y progresivamente asimila aquellos elementos en los que descubre aptitud para satisfacer ‘necesidades’ colectivas del grupo, ya de índole biológica –alimentarse, vestirse-, ya jurídica o estética –repartición hereditaria, decoración o danza- ya mágica o religiosa. A diferencia de lo que ocurre en ambientes refinados, el ‘folk’ se muestra muy cauto y sobrio en la elección de los medios que considera adecuados para satisfacción de esas necesidades. Se abstiene tanto en la duplicación o de la heterogeneidad inútiles como del refinamiento superfluo; también el artificio petulante, la singularidad caprichosa, precisamente por lo que tienen de individualismo exacerbado, quedan al margen de la aceptación general del pueblo.

Cuando, por el contrario, esta aceptación se va generalizando y llega el bien a incorporarse al patrimonio común, es porque ha probado su aptitud para satisfacer alguna necesidad colectiva. Utilizando un tecnicismo etnológico, llamo `función en la existencia del grupo, a la cual integra orgánicamente, vitalmente.

De allí que para definir, comprender e interpretar el valor o papel de cualquier fenómeno, haya que analizarlo, observarlo cuidadosamente como parte del conjunto, y no como manifestación aislada, autónoma, suficiente para sí misma. Todos los elementos integrantes del folklore de una determinada comunidad se amalgaman en unidad superior y funcional que no admite desgajamientos incomprensivos que atentan contra su naturaleza o tronchan su armoniosa realidad.

Por esta condición de satisfacer necesidades de los grupos populares, matizándose, por una parte, de tonalidades típicas determinadas por la tradición y por el ambiente regional y, por otra parte, correlacionándose entre sí en trabazón inextricable, los fenómenos folklóricos son esencialmente funcionales. Y este es el quinto rasgo.

Para lograr la plenitud de la condición folklórica faltaría otra etapa esencial: el arraigo popular a través del tiempo. No es suficiente que un bien se incorpore ocasionalmente al patrimonio cultural del grupo: es menester que integre la herencia social que los miembros de una generación trasmiten a otra, en sucesión indefinida.

El fenómeno folklórico se configura cuando concurren lo que podría llamar las coordenadas del proceso: la horizontal de su colectivazión empírica entre los componentes de una comunidad en un momento dado, y la vertical de su persistencia a través del tiempo. Esta última etapa es la tradicionalización. Si consideramos, por ejemplo, una canción que por cualquier circunstancia favorable se difunde en el pueblo y llega a adquirir vigencia en el grupo social, no creo que por eso sólo sea justificado que la llamaremos folklórica. Puede tratarse de una popularización fugaz y no de una verdadera asimilación perdurable. Será, si se quiere, un fenómeno ‘en estado naciente’, mas para que llegue a la plenitud habrá que aguardar la etapa de tradicionalización, es decir comprobar sus condiciones de viabilidad.

Para que aquella transmisión de legados culturales configure, a lo largo del tiempo, una tradición se presupone, además la existencia de un reconocimiento colectivo –expreso o tácito- de la eficacia de ésta, una reafirmación de su excelencia, una aceptación de su prestigio. Su propia venerable estabilidad, capaz de adaptarse mesuradamente, sin embargo, a los cambios de las sociedades modernas, sirve de base a ideales de vida y a concepciones del mundo muy caros a las comunidades del tipo ‘folk’.

Por otra parte, desde Thoms en adelante, se consideró que uno de los rasgos más definidores del material que la ciencia en esbozo estudiaría, era precisamente el ser como una persistencia del pasado más o menos remoto en la cultura popular actual.

Esto no quiere decir que esa tradición sea en todas las épocas reconocida unánimemente y que siempre haya dejado huellas, vestigios, documentos. La falta de éstos no significa, desde luego, la inexistencia de aquélla. El eclipse, durante ciertos períodos, de un fenómeno folklórico –por lo tanto tradicional, ha sido comprobado más de una vez por la investigación científica. La más rotunda demostración, en el caso de los romances españoles, se debe a Ramón Menéndez Pidal. Sus conclusiones exceden el caso particular estudiado por el maestro y refirman las obtenidas, en otros campos, por la ciencia folklórica (4).

He dicho que el folklore es popular y funcional, que integra orgánicamente la vida del pueblo; pues bien: éste incorpora también a su vida actual ese pasado, que sobrevive en la memoria colectiva, no como simple recuerdo de algo ocurrido y concluso en una época cualquiera, sino como tradición, como elemento proveniente de un pretérito indeterminado, pero vigente hoy en las preferencias colectivas, en los ideales comunes, en las costumbres, en las normas consuetudinarias. Esa tradición rige a su vez los actos, establece pautas de conducta colectiva. Por la cual es evidente que la tradición no es yerto pasado, no sólo existe por ser pretérito –como ocurre con la historia-, sino que nutre las conciencias de los hombres de hoy y, en una palabra, integra funcionalmente la vida del pueblo.

Confirmado lo antes dicho: si la tradición es folklórica, es funcional y, por lo tanto, actuante, vigente en la cultura actual de las comunidades populares de tipo ‘folk’.

Esta perduración indefinida, que suele ser secular y no pocas veces milenaria, que se mantiene a través de pueblos, lenguas, civilizaciones y ámbitos geográficos distantes y disímiles, es uno de los más poderosos atractivos del folklore y en ciertos casos se presenta como un verdadero prodigio.

El sexto rasgo nos muestra, en consecuencia, que los fenómenos folklóricos son tradicionales.

Tal circunstancia favorece el olvido de los nombres de los iniciadores del proceso, sean artistas o maestros de danza, héroes o inventores, hechiceros o príncipes. La anonimia va borrando los rastros. Pero no sólo por obra del tiempo. El pueblo mismo, al incorporar cada nuevo bien a su cultura, prescinde del nombre del creador porque considera que el acervo espiritual es colectivo. Más aún: se despreocupa del autor individual puesto que –según ya dije- cada miembro del `folk’, cada interprete de un fenómeno folklórico se ve a sí mismo como coparticipe de una herencia común y no concebiría el respeto individualista de nuestra civilización por los ‘derechos de autor’. La consecuencia es que al finalizar la trayectoria los fenómenos folklóricos –y este es su séptimo rasgo- resultan anónimos.

Hasta ahora he considerado factores relacionados con los aspectos sociales y temporales del proceso de folklorización. En último término, aludiré brevemente al factor geográfico, vale decir a la influencia del medio natural. Es particularmente importante, dadas algunas características de los grupos de tipo ‘folk’. Su preferente localización marginal, con respecto a las grandes ciudades y a las zonas de intenso tráfago, de vida cosmopolita e industrialización creciente, los pone en contacto más inmediato y estrecho con la naturaleza. Ella condiciona algunas de las manifestaciones folklóricas más típicas, como la vivienda, la indumentaria, la alimentación, los transportes, las actividades laborales, las técnicas agropecuarias y hasta las artesanías. La naturaleza circundante, con la que el grupo ‘folk’ típico vive en íntimo contacto, forma con éste y su cultura tradicionalizada un complejo en el que la influencia geográfica tiene papel decisivo. No creo que llegue a ser ‘determinante’, pero sin duda contribuye a configurar la fisonomía inconfundible de cada conglomerado folklórico. Los géneros de vida, dice un geógrafo de la autoridad de Federico A. Daus, son ‘modalidades por las cuales los pueblos que viven en contacto con la naturaleza logran obtener de ella su sustento (5) .
Basándome en el mismo autor, diría por mi parte que ámbito folklórico es la región o área del territorio cuyos habitantes conservan tradicional y anónimamente un legado de cultura espiritual y material, por lo cual poseen conciencia de su individualidad.

El mundo natural circunvecino, que nutre la experiencia común, se infiltra en el ámbito mental de cada paisano afincado en su terruño y se traduce luego en lo que su mente concibe. La animización y hasta la edificación de las montañas y ríos, del mar y la selva, que hacen germinar mitos y prácticas rituales, leyendas explicativas e infinidad de comparaciones, imágenes y metáforas del cancionero popular, tienen en el paisaje su razón de ser. De allí que todo conglomerado folklórico lleve la impronta del ambiente geográfico en cuyo seno el ‘folk’ desenvuelve su vida, por lo cual resulta interesante el estudio de lo que he llamado ‘ecología folklórica’ (6). Surge de aquí el octavo y último de los rasgos caracterizados que he procurado puntualizar: todo fenómeno folklórico es geográficamente localizado, es decir tiene expresión regional.

Al afirmar que el fenómeno folklórico es lugareño y típico no quiero decir que sea exclusivo del lugar, ni único, ni de invención o de origen local. El pueblo selecciona, adopta, adapta y asimila elementos culturales muy diversos y los va armonizando con las exigencias del medio circundante; pero entre esos elementos los hay excelsos por su jerarquía espiritual, por su mérito artístico o por su milenaria antigüedad, como los estudiados por los investigadores en costumbres de campesinos y pescadores europeos, cuyo origen se ubica en la protohistoria; otros equivalentes han pasado a América en el folklore español, rico en matices musulmanes y hebraicos, con lo cual el remoto Oriente confluye con las caudalosas supervivencias autóctonas en la formación del folklore americano. Muchos de ellos han navegado en corrientes históricas por centenares de años, decantándose y acendrándose en la retirada tamización. Suelen ser universales y representar lo más puro y perdurable de las creaciones del espíritu humano. Para no recordar sino un caso, piénsese en la deslumbrante calidad de la poesía del Siglo de Oro hispánico, germen de los infinitos cantares –romanos, glosas, décimas, coplas- que hoy entonan los campesinos americanos.

Por eso la expresión regional del folklore no excluye la difusión la trascendencia universal de muchos de los elementos que lo integran.

Caracterización sintética

Esquematizando, diría que los fenómenos que han cumplido su complejo proceso de folklorización resultan ser populares (propios de la cultura tradicional del ‘folk’) colectivizados (socialmente vigentes en la comunidad), empíricos, funcionales, tradicionales, anónimos, regionales (geográficamente localizados) y transmitidos por medios no escritos ni institucionalizados.

Es importante tener en cuenta que al intentar un diagnóstico de un fenómeno para determinar si es o no folklórico, se deben  hacer jugar todos los criterios enunciados y no reducirse a un confrontación trunca o arbitraria de aquellos rasgos (por ejemplo tener en cuenta sólo la condición de tradicional o de popular o de anónimo, desechando las demás).

Símbolos

Aquí se cierra el ciclo que se inició en las páginas primeras. Espero que, como síntesis, quede la imagen de un dinámico proceso cultural a cuyo término el folklore se brinda en noble fruto o en floración de belleza. Esta imagen tan reiterada ha llevado a muchos a proponer el acertado símbolo del árbol. También podría serlo el río, con lo que expresaríamos, a la vez, una aspiración. Somos, como pueblo, una ininterrumpida corriente en la historia y en esta continuidad finca nuestra fisonomía tradicional. Aceptemos el imperativo de mantener nuestro carácter, pero no anquilosado y yerto, como una momia sagrada y centenaria, sino como algo vivo y dinámico; parezcámonos al río, siempre renovado y siempre idéntico, que mantiene por milenios su configuración en el paisaje, a pesar de los aportes de sus afluentes y que conserva su ser pese a las variables sustancias arrastradas por su corriente.
        
Sea nuestro folklore como el río, cuyas aguas no adulteran su naturaleza aunque se oscurezcan con las sombras de las barrancas o resplandezcan con la luminosidad del cielo; tal como los valores esenciales de la tradición fluyen en la historia sin afectarse por la mutación de tiempos transitoriamente borrascosos o límpidos.

Sea nuestro folklore como el río fecundante, que reactiva la vida propia de las tierras por donde pasa, favoreciendo la expresión de sus fuerzas telúricas y se ufana luego en rendir tributo generoso al mar. Constituya también nuestro folklore estímulo sugerente para el espíritu de nuestro pueblo; tenga la aptitud de ‘reactivar la vida propia’ de cada rincón de nuestra tierra pero, llegado el caso, sea capaz de ofrendar su caudal al mar, al infinito mar de la cultura del mar.

Planteo y discusión de algunas cuestiones

En el curso de la sintética caracterización que antecede han sido analizados varios ejemplos y discutidos diversos problemas. A manera de recapitulación, con el propósito de aplicar coordinadamente los criterios expuestos, pasaré revista a cuestiones que suelen suscitarse.

    1. Concebido el folklore como un fluente proceso y considerando que éste es cada vez más acelerado en razón de una mayor intercomunicación social, de la tendencia niveladora del Estado y la industria, etc., ¿resultaría que en plazo más o menos breve, según los países y las regiones, está condenado a desaparecer? Indudablemente no, pues ese dinamismo cultural, esa movilidad social rigen también para todos los sectores de la sociedad, pero con un diferente ritmo, con un ‘tiempo’ que siempre y forzosamente ha de ser más lento en las comunidades de tipo ‘folk’. Por lo tanto, siendo el folklore resultado de una diferenciación cultural mostrará siempre el contraste entre aquellos estratos antagónicos (por ejemplo, ‘pueblos’ y ‘elites’), que son tan antiguos como la civilización, pues surgen de divergentes modalidades del espíritu humano, de ideales de vida dispares, de condiciones de existencia que jamás podrán parangonarse, como las tipificadas por la ciudad y el campo, las oligarquías y el ‘folk’ y en otro orden, la enseñanza institucionalizada y la empírica, la tendencia hacia lo novedoso y la idealización del pasado, la mezcla cosmopolita y la decantación regional y provinciana.

Se suelen levantar voces medrosas que temen por la desaparición

del folklore. Se acallarían si la concibieran como un proceso y no como un caudal que va gastándose. Basta considerar, a este respecto, países como Suiza, Suecia y Bélgica y tantos otros en los que, por su escasa extensión y su grado elevadísimo de cultura pública, deberíamos suponer ya cumplidos los vaticinios de extinción. Sin embargo, no sólo asombran por la riqueza de su tradición popular en todos los órdenes, sino también por la inexhausta dedicación de sus especialistas, la magnificencia de sus muscos ‘vivientes’, la actividad ejemplar de sus instituciones y la perfección técnica de algunas obras que condensan estas circunstancias, como el Atlas del folklore suizo, por ejemplo.

    1. Resumiendo consecuencias de los rasgos determinados, se puede afirmar que:

1º Todo lo folklórico es popular, vale decir resultado de la asimilación funcional del pueblo; pero la inversa no es equivalente, porque hay aspectos de la vida popular que no son folklóricos, precisamente por ser institucionalizados y no empíricos, oficiales  y no espontáneos; por ejemplo la aplicación, en una escuela aldeana, de métodos pedagógicos y el cumplimiento de reglamentaciones impuestas no es por cierto folklore, aunque los alumnos sean integrantes del ‘pueblo’ lugareño, pero sí sería el juego tradicional que espontáneamente practican las criaturas durante los recreos. La fiesta organizada por la municipalidad de un pueblecito de disposiciones superiores, con motivo de un acontecimiento cualquiera, puede contar con la concurrencia de los pobladores, pero no es folklórica por no ser el resultado de una espontánea y consuetudinaria reacción tradicional y colectiva del pueblo; lo cual no obsta para que, aprovechando la circunstancia, se pongan de relieve hechos folklóricos asociados como cantos, comidas, juegos, etc.      
2º Todo lo folklórico es tradicional, pero son múltiples los casos de bienes tradicionales ajenos en absoluto al folklore, como ceremonias litúrgicas, protocolo de los cortes reales, costumbres propias de ambientes académicos, uniformes y actitudes habituales en la vida militar, etc.
3º Todo lo folklórico es regional, pero este concepto abarca, además, diversos aspectos, desde el paisaje a la historia, de la economía a la industria, muy distintos por cierto, del vivir consuetudinario del pueblo.

c) Tradición presupone trasmisión y etimológicamente no significa otra cosa; pero en esa trasmisión cultural las fuerzas o tendencias innovadoras están en constante pugna y de la suerte variable de esta oposición puede resultar, según los casos: 1) la muerte de una tradición existente (por ejemplo una costumbre que cae en desuso; un romance que se olvida; un término regional que se convierte en arcaísmo); 2) el comienzo de un nuevo proceso de tradicionalización debido al triunfo de la forma innovadora (una prenda de indumentaria que es poco a poco adoptada; un episodio impresionante que va convirtiéndose en legendario); 3) por fin, la coexistencia de ambas formas –una copla y su variante; dos procedimientos o técnicas, uno arcaico y otro nuevo, para cualquier actividad).

    1. Lo folklórico es la antítesis de lo oficial, de lo reglamentado, pues la espontaneidad y la libre aceptación y vigencia colectivas son sus rasgos entrañables; por lo tanto, fiestas como la de la vendimia, por ejemplo organizadas por el gobierno de una provincia, aunque logren la participación de auténticos trabajadores, no son en sí mismas folklóricas; serían más bien un buen ejemplo de proyección de una faena popular y tradicional.

La ciencia folklórica. Brevísimos antecedentes.

Los fenómenos folklóricos se habrán manifestado en las primeras sociedades humanas desde el momento en que se cumplieron procesos culturales del tipo de los que acabo de esquematizar. Por ser aquéllos característicos y muchas veces pintorescos, suscitaron la atención de escritores y teólogos, de historiadores y viajeros, de filósofos y poetas. Las obras interesantes desde este punto de vista figuran entre las más notables de la cultura universal, desde los libros épicos y religiosos de la India o los poemas de Homero hasta nuestros días.

La producción medieval ofrece una riquísima cantera, hasta ahora inexhausta. Basta pensar, por una parte, en trabajaos descriptivos y críticos referentes a supersticiones y magia, para lo cual hasta las actas de los concilios son documentos valiosos y por otra en obras literarias que recogen o reelaboran cuentos, apólogos, fábulas, etc., de origen oriental en buena parte.

En la edad moderna aparecen en diferentes países pensadores, filósofos, literatos y hombres de ciencia cuyos aportes tienen valor fundamental. Son verdaderos precursores. La obra de alguno de ellos es netamente folklórica por su enfoque, su rigor y su calidad. Sirvan de ejemplo los nombres de Jean Baptiste Thiers (1636-1703), Joseph Francois Lafitau (1670-1740) y Charles Perrault para Francia; Gianbattista Basile (1575-1632) y Giovanni Battista Vico (1668-1744) para Italia; Johann Gottfried Herder (1744-1803) y los hermanos Grimm (Jacob, 1785-1863; Vilhelm, 1786-1859) para Alemania; Thomas Percy (1729-1811) para Inglaterra, etc. El caso de España presenta ejemplos memorables como el marqués de Santillana (1398-1458), recopilador de ‘refranes que dicen las viejas tras el fuego’; Rodrigo Caro (1573-1647), estupendo tratadista, no suficientemente conocido, de los juegos de su tiempo en relación con los antecedentes clásicos, en su curiosa obra Días geniales o lúdicros (1622); Juan de Zabaleta (1610-1670), a quien debemos menuda descripción de costumbres en sus Días de Fiesta; el P. Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), exponente de la reflexión crítica de muchos aspectos de la vida popular y tantísimos otros que la estrechez de estas páginas impide citar.

En el Siglo XIX, al conjuro de la ideología romántica, un verdadero torrente bibliográfico señala la culminación del gusto colectivo hacia lo popular y tradicional. Se creó un clima impregnado de interés y de simpatía hacia lo rústico y espontáneo, lo legendario y lo anónimo, reaccionando así contra los excesos del frío intelectualismo de la era iluminista y neoclásica. Esta atmósfera propicia preparó el advenimiento del folklore. No de los fenónemos, desde luego tan antiguos como la sociedad, sino de la recolección y estudio sistemáticos y metódicos de esos fenómenos. Es decir, un primer esbozo de lo que sería la ciencia del folklore. William John Thoms (1803-1855) fue el intérprete de tal inquietud. Con la palabra que él creó (folk-lore), se concreta una aspiración que muchos sentían, más o menos difusamente. Por cierto que la palabra no es la ciencia; pero el término encierra un concepto, un propósito, un programa que el mismo Thoms expuso en recordada carta.

Otras circunstancias favorecieron este impulso inicial. Se abría una era de cientificismo y las especulaciones teóricas marcharon de consumo con las exploraciones en el mundo colonial que los países europeos expandían y consolidaban. Disciplinas afines nacen también a la vida o alcanzan rápida madurez y notoriedad por esta época, como la Sociología, la Etnografía, la Etnología, la Antropogeografía.

Hacia fines de siglo, la semilla arrojada por Thoms al azar de un artículo periodístico germina en tierra fértil. Un grupo de antropólogos, ‘anticuarios’ e historiadores consolida las conquistas fundando la Folk Lore Society, de Londres (1878), publicando la primera revista  científica de la especialidad (Folklore Record, 1878--1882) y el primer manual de sistematización. El panorama se ha desplegado prodigiosamente en el presente siglo. La sola mención de los diferentes aspectos llevaría un volumen. El desarrollo total, desde sus comienzos, tiene una utilísima guía en la Noticia histórica del folklore; orígenes en todos los países hasta 1890; desarrolló en España hasta 1921 (Sevilla, Imprenta Alvarez, 1922) de Alejandro Guichot y Sierra, la cual puede complementarse hasta nuestros días con el reciente libro de Giuseppe Cocchiara, Storia del folklore in Europa (Turín, 2º Edición, Einaudi, 1954). Los antecedentes argentinos han sido reunidos por Juan Alfonso Carrizo en su Historia del Folklore argentino (Bs. As., Institiuto Nacional de la Tradición 1953). No es ésta la oportunidad para resumir tales historias. Bastará la escueta enunciación de algunos aspectos que son algo así como los signos externos y visibles de la consolidación de la ciencia folklórica en un doble espacio; su difusión mundial y su perfeccionamiento interno, en cuanto a su estructura epistemológica, al afinamiento y adecuación de sus métodos, al rigor de sus investigaciones de campo y de gabinete y a la seriedad y trascendencia de sus resultados. Algunos índices de ese notable progreso son: a) multiplicación de sociedades científicas en el mundo; b) revistas especializadas de investigación y de difusión; c) colecciones de textos y ‘bibliotecas’ editoriales; d) publicaciones técnicas, tratados y manuales; e) bibliografías generales y periódicas; f) enciclopedias especiales y artículos, cada vez en mayor número y extensión, en las más modernas de carácter general; g) diccionarios folklóricos; h) museos folklóricos (especialmente los llamados ‘vivientes’) y secciones específicas en museos de otro carácter; i) investigaciones técnicas de campo, individuales y en equipo; j) métodos, escuelas y corrientes científicos; k) institutos de investigación, archivos, encuestas, ficheros, catálogos; l) cátedras universitarias; m) carreras íntegras (licenciaturas y doctorados) en muchas universidades del mundo; n) congresos nacionales e internacionales cada vez más frecuentes. Jornadas, coloquios y otras reuniones de este tipo; ñ) entidades, de diversa índole y categoría, que se vinculan con el cultivo del folklore y sus proyecciones (asociaciones, sociedades, centros, círculos, ‘peñas’, etc.); o) reparticiones y organismos dependientes de los estados, de las provincias o municipios, dedicados a recoger, estudiar y difundir las expresiones folklóricas del país.

Documentación determinada de los materiales y ámbito infinito de la investigación

El punto de partida es una visión amplia, integralista, no artificialmente fragmentada de la cultura. Pero esta actitud intelectual no excluye la imprescindible necesidad de establecer convencionalmente los límites del campo de trabajo de cada disciplina; máxime si se trata, como en este caso, de una ciencia que surgió para ocuparse del estudio de un determinado sector de la realidad no incluido explícitamente en la temática de las ciencias existentes entonces (historia, antropología, sociología, etc.) o no considerado por ellas desde este nuevo punto de vista.

En mi opinión la ciencia del folklore reivindica para sí aquel material, aquel sector de la realidad, aquellos fenómenos caracterizados por todos los rasgos analizados en el capítulo correspondiente (populares, tradicionales, empíricos, etc.). Considero que el folklore debe estudiar todas las manifestaciones (no oficiales ni institucionalizadas) de la cultura tradicional del ‘folk’: éste es el amplio campo donde puede documentar (buscar, conocer, cosechar, recoger) los variados fenómenos que lo integran. Debo insistir en que documentados como folklóricos, tales fenómenos pueden ser estudiados en cualquiera de los aspectos que a la ciencia interesen: evolución histórica, orígenes, función cultural, simbolismo, relación con supervivencias y transculturaciones, transferencias religiosas y psicológicas, peculiaridad regional, etc., etc., lo cual presupone en el investigador la más absoluta libertad de indagación y estudio a través de los campos de las ciencias que en cada caso ofrezcan su auxilio. Entre estas ciencias, algunas son afines y tratan con frecuencia el mismo material, aunque enfocado desde sus propios ángulos; otras están totalmente desvinculados, pero ocasionalmente auxilian ante una investigación determinada: entre las primeras por ejemplo, la Etnología, la Sociología, la Geografía humana, la Historia, etc, y entre las segundas, las ciencias físicas, exactas y naturales en general.

Como en todos los otros casos del quehacer científico, es necesario establecer aunque sea convencionalmente, límites entre las disciplinas afines, determinando los sectores de la realidad que cada una de ellas documenta e investiga con métodos propios y de acuerdo con puntos de vista y objetivos específicos. Negar esta posición significaría borrar las fronteras entre las ciencias particulares y contradecir las evidencia de la progresiva constitución de disciplinas autónomas.

Es claro que habrá fenómenos que son estudiados por varias, lo cual es lo corriente en la investigación de cualquier especialidad. Algún ejemplo bastará para nuestro caso. Las ceremonias, las supersticiones, la música, la danza, son especies folklóricas; pero en muchos casos pueden no serlo. ¿Se justificaría que el especialista considerara como material específicamente folklórico, por ejemplo las ceremonias antiquísimas que se cumplen en el Vaticano con motivo de la elección de un pontífice o el protocolo de las cortes reales o las supersticiones de los jugadores de ruleta o la música de los conservatorios o la técnica del ballet? ¿Son temas folklóricos la poligamia o la táctica guerrera de ciertas tribus indígenas? ¿No estaría nuestra ciencia invadiendo los terrenos propias de otras especialidades?

De este planteo se ha querido derivar una conclusión que me parece injustificada. Mantener los límites de las ciencias afines no quiere decir, en modo alguno, que se coarte la libertad absoluta que por cierto tiene el investigador científico de recorrer todos los rumbos que considere convenientes a los fines de su estudio. Supongo que jamás un folklorólogo dedicado, por ejemplo, al estudio de los mitos, dejará de tomar en cuenta los que le interesen sólo porque se manifiesten fuera del ‘folk’, ya en culturas etnográficas ya en las ‘elites’ más refinadas; más esto no quiere decir que los materiales sean folklóricos, sino simplemente que son útiles o necesarios a los fines de una investigación. Es lo corriente en el campo científico. Sin salir del caso del folklore, pensemos como un ejemplo al azar, en las informaciones botánicas que se requieren para estudiar la función del algarrobo en la vida popular y tradicional del Noroeste argentino; o bien las de carácter astronómico para sondear todas las posibilidades de explicación de un mito astral. Nadie considerará abusivas estas incursiones en campos de la botánica o la astronomía, si lo requiere así la indagación científica, pero nadie tampoco sostendrá que las plantas y los astros son materiales folklóricos.

En resumen, determinar convencionalmente el campo y adoptar un punto de vista para que la ciencia folklórica observe recoja y documente los materiales específicos, sin superponer su tarea con otras disciplinas colindantes, no quiere decir que se intente retacear el libérrimo derecho del investigador, que por cierto no reconoce vallas en el estudio, explicación, comparación e interpretación de los fenómenos documentados.

Más aún: personalmente he sostenido siempre el anhelo de que el folklorólogo adopte en su labor una actitud integralista y una amplia visión, capaz de percibir tanto las interrelaciones entre los fenómenos como los vínculos entre las ciencias para no hacer del folklore una menguada especialidad, sino una ‘ciencia del hombre’ animada de fecundo espíritu humanista.
                       

Referencia metodológica. El método integral

A comienzos del Siglo XX, aunque perfilado el folklore como disciplina autónoma, no había elaborado su propio método. Los primeros investigadores fueron, por fuera, especialistas en otras ciencias preexistentes, que subyugados por el atrayente panorama que se les brindaba en el nuevo campo, cambiaron de rumbo. Procedían de la Antropología, la Etnología, la Historia, la Sociología y aplicaron en los nuevos estudios los métodos en los que ya estaban adiestrados.

Estas fecundas contribuciones Intercientíficas se mantienen hasta hoy. En la bibliografía argentina, solamente, se podrían encontrar ejemplos de aplicación de los siguientes métodos: histórico (en el doble sentidos de historia del folklore y monografías de tipo historicista); antropogeográfico (por ejemplo en relación con la vivienda); histórico-cultural (expuesto como teoría y aplicado en la práctica; “de palabras y cosas” (Wörter und Sagen), como provechosa contribución de los lingüistas; sociológicos y psicoanalíticos, formulados teóricamente y llevados también a la práctica; funcionalista, que yo contribuí a divulgar traduciendo el libro póstumo de Bronislaw Malinowski (7),etc.

El método histórico-geográfico, llamado también finlandés en homenaje a sus creadores, es una de las más honrosas conquistas de la ciencia folklórica en lo que va del siglo, tanto por el acierto en su concepción y el rigor de su técnica, como por el prestigio de sus cultivadores y el fruto de sus estudios y monografías. Ha conquistado a investigadores eminentes en Estados Unidos y tiene destacados cultores en América Latina (8).

El método integral. Considerado el folklore no en abstracto o en una sola de sus especies, sino en la realidad concreta de sus expresiones, se nos muestra, en cada comunidad popular, en cada región del mundo donde florece, como un conjunto complejo de manifestaciones que reflejan casi todos los aspectos de la vida tradicional del pueblo. Esta evidencia ha hecho nacer en mí la inquietud por concebir un método que enfoque el problema desde otro punto de vista. La aspiración es que mediante él se pueda documentar, en cada investigación, la totalidad de aquellos fenómenos, abarcando en consecuencia todas las expresiones de la vida del grupo popular en estudio que respondan a los rasgos señalados como signos de lo folklórico. Para llevar a la práctica esa concepción es preciso comenzar por circunscribir el posible campo de aplicación. De los mencionados rasgos elijo como base: su carácter regional, su condición de funcional y su raíz tradicional.

“Si los fenómenos folklóricos son funcionales y tradicionalmente localizados en una región, el método por medio del cual se pretende captarlos debe tender a enmarcar geográfica y culturalmente el ámbito de la investigación y a documentar luego, dentro de tales límites, no una especie o manifestación aislada de ese conjunto, sino todas las expresiones de carácter folklórico recolectables. En resumen, la investigación resultará geográficamente circunscripta y folklóricamente integral.

“La exigencia primera del método consiste, por lo tanto, en elegir la región donde las investigaciones se llevarán a cabo. Se trata de escoger, dentro de la extensión total del país, los sectores presuntivamente más ricos en manifestaciones tradicionales, más conservadores y replegados en su carácter y modo de vida, más típicos y recios en su personalidad colectiva. En una palabra, más adecuados para un estudio de esta índole.

“El objetivo concreto que se persigue es documentar en su propio medio, con todo el rigor científico exigible, los fenómenos folklóricos. La elección de un área adecuada y aún su limitación convencional hasta adecuarla a las posibilidades concretas de cada caso, torna perfectamente factible el expandir la observación a todos los ámbitos de ese diminuto mundo folklórico y documentar cuantas manifestaciones de tal carácter pueda el investigador recoger o registrar” (9)

Este enfoque es traducible en términos del moderno ‘estudio de áreas’; ya de comunidad, ya regionales, ya nacionales (10). El método folklórico integral tiene puntos de contacto con los dos primeros y especialmente con el ‘de comunidad’, puesto que intenta documentar la realidad en todos los aspectos atinentes, con criterio más cualitativo (atendiendo, por ejemplo, más a la estructura y a la función) que cuantitativo o estadístico; pero procura perfeccionar los estudios sociológicos ‘de comunidad’ en varios sentidos:

    1. No olvida ni desecha (como éstos suelen hacerlo) lo histórico, desde que siendo lo folklórico tradicional, su vinculación con el pasado es permanente y está en su misma esencia.
    2. Se interesa también por las expresiones folklóricas que han caído en el olvido o en desuso, perdiendo su vigencia actual (folklore histórico).
    3. Presta atención a las relaciones culturales de la comunidad con el conjunto más amplio de la sociedad contemporánea del país, pues el folklore está constituido en gran medida por la asimilación de elementos irradiados por los centros y ciudades prestigiosos. A la inversa, las proyecciones del folklore prueban que éste llega con frecuencia a integrar la cultura superior, letrada, en sus expresiones artísticas, industriales, sociales, etc.

Cómo los fenómenos folkóricos son documentados en su propio ambiente

Para lograr esa finalidad de documentación integral, es evidente que el investigador debe preparar escrupulosamente y cumplir con máxima consagración una etapa esencial de su labor: la llamada investigación de campo. Los datos técnicamente recogidos, precisos, fieles, completos, son condición para realizar después estudios valederos y extraer conclusiones legítimas.

Con esto no excluyo ni desdeño los aportes, con frecuencia valiosos, de quienes  impulsados por su amor al terruño, un minucioso conocimiento de la región y su buena voluntad, recogen y publican compilaciones y referencias que se presentan como ‘el folklore’ de determinado lugar. En muchos casos, aun escaseando el método, el material es de primera mano, variado, amplio y a veces de notable penetración psicológica. El folklorólogo aprecia estas contribuciones, siempre bienvenidas; pero no deja de someterlas a crítica, supliendo con su análisis la técnica ausente en la recopilación.

Cualquiera de estos viajes o excursiones demandan una serie de tareas, estudios y gestiones previos que a su vez deben amoldarse a su respectivo método y a una precisa técnica. El desiderátum es que hasta la misma excursión preliminar se emprenda después de haber el folklorista agotado los medios y posibilidades de información respecto del lugar de destino, de sus habitantes y su vida tradicional. Esto significa haber compilado previamente una bibliografía, es decir una nómina, catálogo o fichero de lo publicado (libros, folletos, artículos) sobre los temas de interés relacionados con la región y su folklore. Esta será la base metodológica para el estudio de lo esencial de aquellos aspectos más vinculados con su objetivo, como por ejemplo, la geografía humana y la cartografía; la historia local y la arqueología  cuando corresponda; los datos antropológicos, etnográficos y lingüísticos. Complementariamente, las grabaciones, láminas, fotografías y películas.

Las obras literarias, de memorialistas y viajeros, plantean conocidos problemas. Por cierto que no ofrecen al investigador la misma garantía que los materiales técnicos, pero no deben ser desechadas por prejuicio. No faltan especialistas en folklore y otras ciencias afines que valoran sólo los testimonios que so pretexto de técnicos, están escritos con insípida sequedad; desdeñan el aporte de un dato extraído de obras literarias si adolece del ‘defecto’ de estar expresado con elegancia... Creo que sometiéndolo a crítica (como a cualquier otro material) el investigador puede obtener sumo provecho, especialmente en los aspectos descriptivos, de evocación del pasado y de captación de matices psicológicos.

El folklorista en busca del pueblo. El Folklore es ciencia de la vida tradicional del pueblo, el que es preciso frecuentar hasta lograr el ideal de familiarizarse con todos los aspectos del mundo material y espiritual de la comunidad. Para esto hay que salir de las aulas y bibliotecas en busca del `folk`. En este punto evito las generalizaciones teóricas y brindo aquí algunos rastros de mi propia experiencia a través de tantos episodios como he vivido en más de quince años jalonados de metódicos viajes de estudio por regiones riquísimas en ‘sustancia folklórica’, apartadas por cientos y miles de kilómetros de la Capital. Téngase presente que la extensión de la Argentina (casi 3.000.000 km2 ) es varias veces superior a la de Francia, por ejemplo. Como consecuencia, una excursión de estudio exige recorrer previamente distancias enormes para alcanzar la ‘base de operaciones’ de la investigación propiamente dicha.  Y no serán por cierto las ciudades cómodas y ricas en recursos sino el pueblecito, la aldea, el villorrio o algún establecimiento agropecuario, forestal, marítimo o minero.

Una prueba de la eficacia de la preparación previa que el folklorista ha logrado sería que las cosas, el elemento humano y el ambiente geográfico y cultural no le resultaran novedosos, insólitos, exóticos, sino que fuera reconociendo en torno los trazos caracterizadores anticipados por sus estudios preliminares.

Conviene establecer los primeros contactos con personas que por su posición y nivel de cultura no integran en realidad el ‘folk’, pero que suelen ser llaves maestras para despejar el camino, orientar, prevenir respecto de ciertas modalidades del mundillo local y recomendar a quienes serán mañana los verdaderos informantes. Como ejemplos infaltables en los pueblos, puedo mencionar a los maestros, sacerdotes, médicos y funcionarios de diversa jerarquía y especialidad.

La aldea misma suele ser magnífico campo de trabajo; pero, aún así es necesario recorrer los alrededores, emprender desde la ‘base de operaciones’ la última etapa del viaje que se torna en verdad azaroso y complicado. El transporte es –como siempre- arduo problema, ya sea a lomo de mula, ya en las destartalada mensajerías de campaña; pero para el folklorólogo las incomodidades y los riesgos no cuentan y a lo largo del camino va recibiendo insuperable lección. La mirada curiosa o inquisitiva descubre o confirma detalles de toda índole: materiales y forma de los ranchos; faenas agropecuarias; matices del habla regional durante las pláticas con los viajeros lugareños que la marcha coincidente allega; la indumentaria y los arreos de las cabalgaduras y otros medios de transporte; modos de comportamiento (folkways) que resultan encantadores en el saludo y en las hospitalarias bienvenidas en humildes viviendas de pastores y labriegos. Los ómnibus y mensajerías rurales son teatro de indecibles molestias, superadas siempre por ese desborde de espontaneidad cordial, de solidaridad sincera, de festiva socarronería con que el pueblo matiza su vida colectiva. ¡cómo aprovecha el folklorista estos laboratorios prodigiosos! ¡Cuantos aspectos le es dado documentar!

El ‘folk’ y su cultura. Cuando el viaje llega a feliz término, el alojamiento es problema que se plantea como sucesor del transporte. A falta de hotelucho o modesta pensión, hay que confiar en la hospitalidad de que hace el criollo de campo. El ambiente doméstico, con sus ricos pormenores, se despliega en primer término ante los ojos del folklorista. No dan abasto la atención y la memoria para registrar los múltiples aspectos: los objetos y las actitudes; la distribución del trabajo según la familia; el papel de los ancianos y el grado de subordinación de los niños, entre tantos ejemplos.

Pero no basta saber observar. Los objetos por sí solos engañan si no se comprueba su función. Para conocerla, hay que penetrar muchas veces en el mundo interior, psicológico, de quienes se recatan de toda averiguación con inveterado repliegue de carácter. Así, por ejemplo, en el Noroeste y otras regiones andinas, un simple montón de piedras puede ser una apacheta, especie de altar rústico ante el cual los viandantes ofrendan y rezan a Pachamama, diosa autóctona de la Tierra; un cuerno incrustado en la pared, con apariencia de percha, un conjuro para asegurar la fidelidad en ausencia del marido ...

“En el curso de varios lustros de viajes de estudio he conocido numerosos pueblos, aldeas, caseríos, ranchos aislados, desde la puna jujeña a la pampa bonaerense. Junto a casos de conflicto y catástrofe, otros hay más felices. Han quedado al margen del tiempo y su propio aislamiento los ha salvado. Sufren el olvido, pero evitan el aniquilamiento. En ellos se advierte que viven una etapa retrasada, pero normal, dentro del proceso de su evolución. Lugares así  son para el viajero verdaderos oasis, no sólo geográficos, sino espirituales. El investigador encuentra en los ranchos familias, con frecuencia numerosas, perfectamente integradas, en el sentido jurídico, social y ético. Llama la atención la sagaz armonía funcional con que han amoldado los medios de vida a las características dela naturaleza circundante. Esta no guarda para ellos secretos. El conocimiento del medio y el dominio de las técnicas rústicas son empíricos, lo cual no quiere decir escasos, ni zurdos, ni superficiales. La conducta individual y colectiva se amolda a ideales de vida y a normas consuetudinarias, acaso no razonados ni expresos, pero intuidos con agudeza y practicados con rectitud. Las expresiones populares del culto suelen ser ingenuas y a veces fetichistas y supersticiosas, aunque es envidiable en cambio, la firmeza de la fe y la actitud piadosa  y caritativa que dan resplandor a estas existencias oscuras. Otras virtudes, derivadas de ese centro esencial, ennoblecen la convivencia: el trato hospitalario, la solidaridad en la desgracia y el dolor, la cooperación en el trabajo, el respeto mutuo entre los miembros de la familia y de la comunidad. Tras las míseras apariencias de la indumentaria raída y del rancho decrépito, sorprenden la sobria cortesía en el trato, el señorío hidalgo en las actitudes. Cuando hay ocasión, en el canto, en el baile, en las obras artísticas de sus manos surge, como flor impecable entre las peñas, un depurado sentido de lo bello que parece nacido por milagro”. (11)
           
Esta convivencia, aunque sea fugaz y ocasional, si se reitera una y otra vez en varias poblaciones y en incontables ranchos, me parece condición importante para que dé frutos el método integral. Insisto en que a la preparación teórica, de libros, escuelas y universidades, debe agregar el aspirante a folklorólogo la práctica de la investigación de campo, con la doble finalidad de obtener material documentado en el terreno y cumplir el objetivo de familiarizarlo con la realidad en cuya entraña, a veces esquiva, hallará los datos que busca.

Para que esta cosecha sea más impecable y completa los investigadores cuentan con el auxilio de las guías y cuestionarios técnicos y suelen organizar encuestas como recurso complementario. El contenido, uso y organización de estos elementos, corrientes en la práctica científica, exigirá prolijas explicaciones que desbordan los límites de este libro.

Informantes. En términos generales, el sujeto ideal sería un individuo de edad avanzada, que conservara el pleno goce de sus facultades mentales y en especial la memoria, nativo del lugar y residente en él durante largo tiempo y bien impuesto de lo que se trasmite por tradición oral. Todo esto no sólo refuerza la autenticidad de la información sino que demuestra hasta qué punto y en virtud de qué circunstancias, el colaborador ocasional puede ser tomado como representante del grupo humano con el cual convive, como intérprete del sentir de la comunidad y fiel conservador del legado tradicional. En este sentido los ancianos y especialmente las mujeres son informantes preferidos por los folklorólogos  pues los consideran nexos vivos entre el presente y el ayer. En los testimonios de los ancianos el técnico deberá distinguir lo que corresponde al folklore vigente, por coincidir con otros datos actuales y aquello que ha pasado a ser folklore histórico.

Tanto o más valiosos que los ancianos son los niños cuando se trata de especies como cuentos, juegos, rondas, etc. La doble comprobación en los abuelos y en los nietos, revela en el fenómeno la condición de estar tradicionalizado y a la par en vigencia, con presunto impulso para perdurar en la generación subsiguiente.

En todos los casos, sea informante ocasional o calificado, hay que anotar los datos personales y en particular cualquier referencia que caracterice su personalidad, su tipo y nivel de cultura, su arraigo en la zona y compenetración con la corriente tradicional.

Maneras de actuar del folklorista en campaña. El módulo personal juega un papel preponderante y el temperamento, la idiosincrasia, no son siempre adaptables a la técnica. Se supone que el folklorista, además de vocación, cuenta  conciertas condiciones personales como, por ejemplo, aptitudes físicas y psicológicas apropiadas para esta clase de viajes; capacidad para superar el desarraigo de su ambiente urbano habitual; desapego de los halagos de la comodidad; espíritu avenido a las circunstancias e incomodidades; sensibilidad adecuada para captar y gustar lo popular y tradicional; intuición y agudeza para diferenciar lo añejo legítimo de lo advenedizo deleznable; memoria fiel, etc.

La propia actitud del folklorista es por cierto de importancia decisiva. La llaneza, la cordialidad sin aspavientos, la generosidad sincera, la sencillez y el ánimo modelable a todas las contingencias son condiciones muy apreciadas. La paciencia y la discreción son virtudes cardinales. Los paisanos son más dados a averiguar sobre lo que hace el extraño que a responder sobre la propia vida. El interés benévolo por los problemas particulares de cada interlocutor abre muchas puertas y predispone a la simpatía de quienes comienzan siendo informantes y terminan como afectuosos amigos. Puede considerarse que el investigador ha fracasado, dice Evans-Pritchard, “si en el momento de despedirse de los habitantes de la región, no existe por ambas partes la pena de la partida”. Hay que tener presente que el folklorólogo no es reformador social, ni misionero, ni político. Su objetivo no es modificar la forma de vida lugareña son nada más (y nada menos) que documentarla y en este sentido es más alumno que maestro. Su anhelo es aprehender algo de lo que atesora la sabia experiencia de los nativos que en punto a su propio folklore saben por supuesto mucho más que él.

Se recomienda comenzar la observación por los aspectos materiales externos, perceptibles sin intervención de las personas, como, por ejemplo, la vivienda, los aperos de labranza o de pesca, ciertas faenas, la indumentaria, etc. En ciertas regiones esto se facilita porque la vida colectiva y aún doméstica se realiza en gran parte al aire libre. Cumplida esta etapa, se justifica el paso de la indagación a planos más íntimos, como creencias y prácticas mágicas, supersticiones y recetas, cultos religiosos, etc. Cuando ciertas manifestaciones no se ofrecen espontáneamente, hay que buscar o inventar el expediente más feliz para congregar a los vecinos, organizando una reunión e invitando generosamente. Ante el anuncio, transmitido no se sabe por qué medio misterioso a varias leguas a la redonda, brotan los concurrentes de bajo tierra. La propia iniciativa del visitante en el canto, el baile, el relato de algún cuento jocoso desarma las prevenciones. Los presentes quieren también exhibir su propio repertorio; algunos se convierten en colaboradores oficiosos orientando sobre las personas a quienes conviene acudir para informarse sobre aspectos particulares, como tejido o alfarería, canto o baile, recuerdo de tradiciones o narración de cuentos.

El avance, cada vez más intrépido, del turismo en sus manifestaciones burdas o groseras deja en los primeros tiempos una estela negativa en la región alcanzada por este desborde ciudadano. Las actitudes desdeñosas y burlonas, cuando no el abuso y hasta la rapiña, con saldo tristemente negativo con que muchos lugareños quedan, después de haber padecido estas expresiones morbosas de una actividad en sí misma tan loable como el turismo. Hasta que el nativo, viendo invadida su comarca por estos temporarios habitantes, se amolda a las circunstancias, aprovecha las ventajas y reaccionando a su modo, cultiva la técnica sutil del engaño de los desprevenidos y los crédulos. Lo peor que el investigador le puede pasar es que sea tomado por turista...

Material documentado. Próximo ya el regreso, conviene hacer un balance provisional del material recogido. La investigación de campo sería satisfactoria si se hubiera obtenido, por ejemplo:

         a.- Múltiples observaciones directas, verificadas, seguras, b.- Documentación compleja (fotos, dibujos, croquis, etc.) y descripciones prolijas de folklore material, c.-datos de informantes calificados, como pueden ser una tejedora, un domador, un curandero, etc., sobre sus respectivas actividades, e.- en cuanto a las formas de documentación, puede ser, entre las más corrientes y accesibles: 1) anotaciones manuscritas y taquigráficas en las libretas de viaje, 2) transcripciones fonéticas que procuren reflejar matices del habla popular, las cuales serán reforzadas por las grabaciones, 3) esquemas, croquis, dibujos, etc., 4) anotaciones musicales, correlacionadas también con las grabaciones; 5) abundante material fotográfico, en negro y en color, 6) filmaciones cinematográficas de carácter documental, 7) las grabaciones dichas, en aparatos adecuados, 8) objetos curiosos y representativos para enriquecer las colecciones de museos especializados.
         Por la multiplicidad de la tarea (investigación científica, técnica foto y cinematográfica, etc.) la presencia de materiales que exigen especialización (música, fenómenos lingüísticos, etc) y tantos otras razones, creo que conviene insistir en las tentativas de investigación en equipo. Es claro que para esto hay que superar las constancias de la experiencia en cuanto a dificultades de organización, conflictos personales, riesgos de toda índole, disparidad y retrasos en los trabajos. Etc.   
         Visión integralista de la investigación folklórica. El criterio que aquí expongo es metodológícamente integralista, cualesquiera pudieran ser las diversas formas de llevarlo a la práctica.
            “El objeto es compenetrarse del carácter, técnica, modalidad, etc., de cada una de las manifestaciones folklóricas, a fin de comprender su naturaleza y descubrir el grado de afinidad funcional y trabazón íntima que relaciona a una con las otras; por consiguiente, no se requiere adquirir calidad de especialista en cada asunto. Nadie pretende que el folklorista sea sucesiva o simultáneamente curandero y albañil, trenzador o alfarero, mago a bailarín. No se trata de ejercer el oficio, ni siquiera de ahondar y ofrecer explicaciones de los fenómenos, sino sólo de registrarlos con fidelidad. Y en el plano de la vida folklórica, no se manifiestan tan intrincada o compleja que resulten herméticos para el investigador culto.
            En todo lo dicho subyace el supuesto de que me refiero a una investigación determinada, pero el mismo folklorista puede repetir íntegramente el proceso en regiones distintas, tantas veces como las circunstancias lo permitan. En realidad, ése sería precisamente el caso ideal, por lo que significa como multiplicidad de experiencia y por las perspectivas que abre a los estudios comparativos, indudable meta final de estas pesquisas”. (12)
        
La documentación obtenida con enfoque integralista debe ser complementada con otras series de datos que ayudan mucho a lograr esa profunda comprensión integral que se procura. Me refiero especialmente a:     

1. calendario folklórico de la comunidad en estudio (festival, laboral, etc.) para el curso del año y particularmente en cada período estacional; b) el ciclo de la vida para cada sector generacional, de la sociedad: niños, jóvenes, ancianos y desde otro punto de vista, mujeres y hombres.                                                    

Es claro que, en principio, los datos que integran estas series serán los mismos registrados en el curso de la búsqueda integral del folklore del lugar; pero no son en manera alguna redundantes estas ordenaciones complementarias. En primer lugar, presentan panoramas congruentes, vinculados, captables con facilidad y muy ilustrativos. En segundo lugar, el solo hecho de ordenar los datos que constituyen esos conjuntos, tanto el temporal como el vital, permite advertir las lagunas que se hubieran deslizado en la documentación. En tercer lugar, pueden ser hilos conductores para el mismo investigador que los prefiera como puntos de referencia, en lugar de ceñirse a las guías clasificadas por aspectos culturales, puesto que no recargan la memoria con sistematizaciones a veces minuciosas en demasía, desde que se basan más bien en lo que la realidad y la existencia cotidiana van desarrollando ante los ojos.

Requisitos técnicos de los datos documentados. Se pueden mencionar los siguientes, dando por supuesto que los materiales han sido previamente analizados a la luz de la crítica técnica que todo testimonio requiere en la labor científica: 

    1. Expresión clara y correcta de lo observación.
    2. Propiedad en las descripciones que deben ser exactas, completas, ‘gráficas’.
    3.  correlación precisa con los elementos de ilustración audiovisual (fotos-grabaciones, etc.)
    4.  objetividad, en el sentido de que el investigador no debe permitir la intromisión de su yo, de su preferencias y prejuicios, en una palabra, de la subjetividad, a fin de lavar siempre lo que se ha dado en llamar ‘la santidad del texto’.
    5.  fidelidad en el sentido de que lo observado se refleje sin deformaciones, pues éstas pueden derivarse de otros factores que no sean el subjetivismo (incomprensión, fallas en las notas, atribuciones erradas, etc.)
    6. precisión. Aún siendo objetivo y fiel, el dato puede resultar impreciso; por ejemplo por haberse omitido ciertas constancias sobre lugar, fecha, momento, medidas, circunstancias, etc.
    7.  como condición básica que engloba y supera todas las otras, la más límpida probidad intelectual, que torna inconcebible, aunque la dolorosa experiencia lo contradiga, el caso del que falsea los datos para amoldarlos a sus intereses o a sus hipótesis; que desnaturaliza la información para adecuarla a sus concepciones religiosas o políticas o económicas; que excluye materiales para que no rocen sus escrúpulos éticos, etc.

 

En cuanto a los propietarios, los más frecuentes en nuestro campo son los nacidos del afán incomprensivo y unilateral de pureza de estilo, que lleva a condenar lo que no coincide con la orientación o el carácter de lo que se da por legítimo. Otro es el que da preferencia a lo pintoresco en las investigaciones folklóricas, despreciando datos valiosos si se muestran opacos o prosaicos, con lo cual se fomenta la tendencia lamentable a considerar folklórico sólo lo típico, brillante y superficial.

Sería redundancia prevenir sobre la confusión que suele hacerse entre prejuicio e hipótesis de trabajo. El primero es una falla metodológica y ética; la segunda es como una luz que antecede al investigador ayudándolo en la búsqueda del verdadero camino.

Por fin, otra falla, verdadera aberración metodológica, es la de pretender apresuradamente llegar a la síntesis sin pasar concienzudamente por la documentación y el análisis. Se da el caso de partir de la conclusión y procurar luego amoldar los datos a la síntesis prematura, lo cual produce la dolorosa impresión de advertir la carcoma en el fruto inmaduro.            

Regreso del folklorista. La intensa jornada cumplida por el investigador va llegando a su término. Se ha prolongado por meses, que llegan a ser años, en el curso de largas estadas en la región o de viajes reiterados. La salud se encarga con frecuencia de dar la voz de alarma. La alimentación típica, nutritiva pero monótona y pesada, desconcierta a un pobre estómago acostumbrado a las comidas ciudadanas; desequilibran el organismo  tanto el tipo de actividad, habitualmente inusitada para el estudioso sedentario, como el sueño insuficiente. La cama prestada tiene sus inconvenientes y por eso se prefiere la montura, con el poncho por cobija.

Salvados los múltiples escollos, recogido el material, llega el viaje a su término. El folklorista, rendido por la fatiga, a veces afiebrado y maltrecho emprende el regreso. ¿Cuáles son los resultados? Hacen suponer que han sido óptimos las satisfacción y el entusiasmo que  desde el fondo del corazón, retemplan el ánimo. Por lo tanto, no serán sólo el cansancio y el malestar que siente. Ni los riesgos que acechan en esos aspérrimos caminos y menos los gastos que representan las provisiones, regalos, alojamientos, transportes... Parecerá un caso de ingenuidad digno de lástima, pero para él todo está compensado con los datos interesantes que le bailan en la memoria, con las memoria, con las imágenes de escenas populares, estampadas en su retina. La cosecha se concreta en las páginas de sus libretas y en la películas de sus fotos. Paradójicamente, se alivia del agobio presente pregustando el trabajo futuro. Piensa en la labor de gabinete que le permitirá desplegar en millares de fichas los datos recogidos. Se plantea por anticipado problemas de clasificación y de terminología. Cavila sobre el procedimiento, para correlacionar la nueva documentación con la bibliografía y el archivo fotográfico. Se propone leer y revisar... En fin, entra en pleno delirio, provocado sin duda por la febrícula que lo aqueja. Esto es lo que cualquiera diagnosticaría. Pero no. Sabemos hasta qué extremos de sacrificios y heroísmo puede impulsar la pasión por un tema, el cultivo de una especialidad. Sería inútil tratar de explicarlos a quien no haya sentido en lo más profundo del alma la fuerza de una vocación, el atractivo irresistible de un ideal, el amor auténtico hacia la ciencia desinteresada y pura en aras de la cual se consagra hasta la vida.

Investigación de gabinete

         A esta altura se impone preguntar: ¿qué hace el folklorista con los materiales recogidos? ¿Para qué sirven los datos documentados con tanta dedicación?

         El retorno de cada viaje a su vez una nueva etapa en la metódica labor del folklorólogo. Etapa también intensa y sacrificada de duración indefinida, que suele prolongarse por años. La inmediata preocupación se concentra en las fotografías y películas, en los discos y cintas magnetofónicas. Los croquis, dibujos, hojas pentagramadas deben ser pasadas en limpio, reproducidos, etc. Por fin comienza,  la benedictina tarea de releer las anotaciones de las libretas de viaje y redactar las fichas de documentación con cada uno de los datos folklóricos registrados. Es el momento de perfeccionar la crítica de los materiales, iniciada en la investigación de campo. Las fichas deben ser clasificadas y sólo entonces comienza el estudio propiamente dicho de los fenómenos folklóricos documentados. Es un principio que no tiene fin. La selva de los libros se extiende ante los ojos, al parecer enmarañada e interminable. Llega entonces el caso de elegir el tema nuclear en torno del cual va a girar  toda la investigación subsiguiente, vale decir el estudio, análisis, correlación y comparación de los fenómenos para arribar a la síntesis final. El desarrollo de esa labor en su importante conjunto y en sus múltiples detalles es lo que constituye la investigación de gabinete. Apenas se justifica aquí esta mención para no dejar trunco el desarrollo metódico; pero por la variedad de los tópicos y la intrincada complejidad técnica de las cuestiones el asunto reclama un volumen para su cumplida exposición.

Resultados

Si el folklorista ha aplicado el método integral que preconizo, comprobará a esta altura de su labor, que su influencia orientadora se proyecta hasta las últimas consecuencias de la investigación.

Si ésta ha tenido por objeto la presentación panorámica del folklore de determinado ámbito en el cual se ha desarrollado la investigación de campo, nada más feliz y adecuado que ese material recogido con visión integral y que por lo tanto refleja todos los aspectos representativos y específicamente folklóricos de la región.

Pero el método integral no impide, sino aconseja elegir un tema determinado, un fenómeno o un complejo de fenómenos funcionalmente trabados. Este fue mi punto de vista desde que concebí y apliqué la tesis hace quince años; la bosquejé en mi artículo Hacia la investigación folklórica integral (Bs. As., 1944) la expuse en mi trabajo El folklore y su estudio integral (Bs. As. 1947) y fue la base de la investigación de cinco años que dio por fruto mi libro El carnaval en el folklore calchaquí  (Bs. As. 1949). Tengo la satisfacción de que otros estudios metodológicos posteriores coincidan con este criterio. E.E. Evans-Pritchard lo establece expresamente en su Antropología social, pág. 70 (13); lo recomienda un especialista eminente como Lauro Ayestarán (14) en el campo bien definido de la investigación del folklore musical; Isabel Aretz (15) lo considera un progreso, según la propia experiencia a través de sus magníficos trabajos de campo y de sistematización.

Como resumen, transcribo párrafos de aquellos citados trabajos:

“La naturaleza funcional de los fenómenos folklóricos acarrea la consecuencia de que todo estudio monográfico por más serio y científico que sea, pierde gran parte de su eficacia si considera exclusivamente una especie o manifestación folklórica. Todos los aspectos viven tan indisolublemente unidos, que resulta estéril interesarse sólo por uno de ellos sin tener a vista cuántos, de cerca o de lejos, influyen sobre él.

Si la documentación ha sido integral, será provechosa la investigación monográfica y geográficamente localizada, pues se dispondrá de un cuadro total, dentro del que se elegirá el sector que convenga.

Para esto se cuenta con la posibilidad de agrupar en la forma apropiada, según la naturaleza del tema, todo el material recogido, todos los datos que desde cualquier ángulo contribuyan a iluminar la zona sobre la cual se concentre la luz de la investigación” (16).

Los datos obtenidos no son fines en sí mismos, sino medidos para un objetivo científico más completo. Esta visión total, al desplegar el cuadro del conglomerado folklórico, permite precisar sus aspectos más representativos, los que encarnan con mayor evidencia y patetismo sus rasgos característicos, típicos, esenciales. Entre ellos determinará el folklorista qué sector es más afín con sus preferencias o particular capacidad e información. Ese será su campo predilecto; allí ahondará la búsqueda  hasta agotar  el material. Pero ese núcleo no estará desvinculado e inconexo: a su alrededor, como ondas concéntricas de propagación indefinida, irán ordenándose los datos restantes. Pocos serán los que se desechen como intrusos. La gama íntegra de la paleta interviene en el colorido del cuadro: ciertos tonos desde luego más afines con el motivo central, pero proporcionando todos, casi sin excepción algún matiz que contribuye armónicamente a dar a la imagen impresión de vida auténtica y veraz.

Fundamenta esta tesis no sólo una razón causal: la funcionalidad de los fenómenos folklóricos, sino también una finalidad: la de aprender lo más recóndito, lo más propio y auténtico del folklore en estudio.

El grupo humano acaso nos confíe así el secreto de sus motivaciones más íntimas y sabremos cuál es su imagen del mundo, su concepto de la vida y de la muerte; qué impulsos mueven preferentemente sus acciones y qué temores la paralizan; cuáles son sus vicios y defectos y si hay acaso virtudes redentoras; gustaremos el desahogo estético de su alma y ahondaremos en el misterioso repliegue de su magia; en fin en una palabra, procuraremos captar desde el rasgo señero de su vida colectiva hasta la proyección de su alma en el mundo sobrenatural.

Logrado este objetivo, se puede trascender del ámbito puramente científico para cumplir la finalidad patriótica de conocer a fondo, sin prevenciones ni sentimentales arranques, núcleos humanos que constituyen la Nación, dentro de cuyos dilatados límites hay muchos compatriotas a quienes sentimos como extranjeros porque son exóticos para nosotros mismos sus modos típicos de vida.

Y más allá todavía. Para la ciencia no hay fronteras. En cuanto más profundicemos el examen de un caso, más lo vincularemos con la unidad indisoluble de la cultura humana, proteiforme pero eterna, localizada pero universal. Y así también, universal y eterno, es el folklore, expresión quintaesenciada de la potencia espiritual del hombre. (17)

En resumen, si el folklorólogo ha seguido la trayectoria metodológica que aquí propongo y ha cumplido las etapas precedentemente bosquejadas, se habrá compenetrado con el material que recogió; lo habrá sometido a crítica y desmenuzado en análisis; lo habrá estudiado sin limitaciones y comparado con materiales afines, proyectándolo en le plano universal de la ciencia y de la cultura; estará sin duda en condiciones de interpretarlo y habrá llegado el momento de redactar la exposición definitiva, la anhelada síntesis de su complejo y perseverante trabajo. Síntesis, por cierto, precavida y mesurada, sin afán de generalizaciones aparatosas afianzada con maciza solidez en lo que concretamente investigó.

La redacción final de estos resultados deberá ser clara, sencilla, concisa; pero nada impide que sea también elegante y expresiva, siempre que la forma literaria no altere el rigor ni la exactitud de la información; debe desecharse la idea de que un escrito científico tiene valor sólo cuando muestra insipidez y desaliño. Por el contrario, creo firmemente que el recurso artístico del estilo, cuando el investigador es capaz de manejarlo con sentido estético, es un elemento auxiliar, un nuevo tentáculo que se tiende para lograr la suprema finalidad de aprehender lo recóndito, lo más propio y auténtico de esa expresión de vida popular que se ha estudiado. Recurso sin duda sutil, que el lector cientificista o exclusivamente técnico no siempre llega a apreciar, pero que es importante si lo que se anhela es dar una vívida imagen, ya plácida, ya patética, de la existencia real de una comunidad de tipo folk, con todo lo que tiene de humano, es decir de caudaloso, de contradictorio, de inasible. Algo siempre escapa a las rígidas retículas de la documentación. Y ese algo, que puede ser la esencia, sólo se rendirá ante el poder de captación del espíritu, que supera a la técnica. Del espíritu, que el folklorista enamorado de su disciplina y atraído por su tema proyecta hacia la realidad con máxima tensión. Así el investigador penetrará hasta lo más intransferible y caracterizador, pues cuenta no sólo con la ciencia sino también con el impulso de su simpatía con el golpe de sonda de su intuición. Lo que aprese en su red no cobrará  vida para los demás si él no tiene aptitud para infundirle el hábito de una fuerza convincente, de una expresión sugestiva, de una forma armoniosa, vale decir artística.

Objetivos actuales de la ciencia folklórica

Entre los objetivos de la ciencia folklórica que aparecen en la actualidad como más concretos y urgentes, según mi punto de vista figuran:

1.- Documentar técnicamente los fenómenos folklóricos mediante investigaciones de campo, individuales y en equipo, encaradas preferentemente con visión integral, en las regiones características de cada país y organizadas con la urgencia que reclaman las aceleradas transformaciones sociales y culturales contemporáneas.
2.- Investigar científicamente los datos recogidos, con el auxilio de todas las fuentes documentales, bibliográficas y audio visuales asequibles.
3.- Procurar que los estudios monográficos comparativos extremen el análisis de los fenómenos folklóricos por naturaleza locales y típicos, pero sin aislarlos de las expresiones tanto históricas como contemporáneas de la cultura.
4.- Lograr, por la aplicación rigurosamente científica de los métodos y procedimientos técnicos, que las síntesis establezcan correlaciones fecundas entre los regional y lo universal.
5.- Cultivar en la sociedad el amor hacia los nobles valores de la tradición popular y, en general, hacer accesible el conocimiento, favorecer la comprensión y suscitar la simpatía por sus expresiones auténticas.
6.- Difundir tanto las conquistas logradas por la ciencia folklórica como sus legítimas proyecciones en el campo de las artes, la enseñanza, el turismo y especialmente de las industrias capaces de armonizar los progresos técnicos con el ideal de un estilo que refleje el carácter universal.
7.- Tener en cuenta como medios de difusión, no sólo los consabidos del libro, la monografía y el artículo periodístico, o los cursos y conferencias sino también las audiciones radiales y televisadas, las fotografías, películas, tiras didácticas, grabaciones documentales, discos y cualquier otro medio adecuado de que se disponga.
8.- Publicar compilaciones bibliográficas de la producción folklórica de todas las especialidades y épocas con inclusión de artículos y revistas.
9.- Propender, mediante el conocimiento recíproco de la vida popular de diversas regiones, a una más íntima unidad del espíritu nacional. En órbita más amplia, aspirar a que ese mismo conocimiento, extendido a todos los pueblos de la tierra, fortalezca la característica de ser el Folklore disciplina de amor y confraternidad. Sobre la base de este fundamento y demás dichos, batallar para que se incorpore, como materia cultural y formativa, a los planes de estudio de los diversos ciclos de enseñanza; en otro sentido, propender ala consolidación y creación de institutos y centros de estudio y cultivo del folklore, así como a la realización de congresos y jornadas nacionales e internacionales.
10.- Insistir en que el folklore sea reconocido, no sólo por su carácter científico y técnico y por sus contribuciones al mejor conocimiento de la verdad, sino también como disciplina humanista, puesto que se afana por lograr una más honda comprensión del hombre, de su espíritu y de sus ideales a través de la expresión concreta de la vida del pueblo y de su cultura tradicional.(18)

 

(1) Thomas, William John, Letter in The Athenaeum.. (Trad. R.S. Boggs) (En folklore Américas, Vol 5, Nº 2, Chapell Hilla, North Carolina,dic. 1.945)

(2) A.R. Cortázar, Qué es el folklore; planteo y respuesta con especial referencia a lo argentino y americano, pág. 40, Bs. As. Lajouane, 1.954.

(3) Ibid, pág. 40
 
(4) Ramón Menéndez Pidal, Romancero hispánico, T. 2, pp 361-362, Madrid, Espasa Calpe, 1953.

(5) Federico A. Daus, Geografía y Unidad Argentina, pág. 223, Bs. As. Nova, 1957

(6) A.R. Cortázar, Ecología Folklórica, En Gaea, Anales de la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos, T. VIII, pgs. 125-139, Bs. As. 1947

(7) Bronislaw Malinowski, Una teoría científica de la cultura y otros ensayos, Bs. As., Sudamericana 1948.

(8) El libro básico es el de Kaarle Krohn, Die fokloristische Arbeitsmethode. Oslo, 1926. En América Latina han trabajado en ese sentido Luis da Cámara Cascudo (Brasil), Yolando Pino Saavedra (Chile), Efraín Morote Best (Perú), Bruno Jacovella y Susana Chertudi (Argentina), entre otros. El más notable representante americano de esta escuela es Stith Thompson, autor de The folklore (N. York). Un resumen de los principios y aplicación de aquél método en mi Folklore y literatura (Bs. As. Eudeba, 1964)

(9) A.R. Cortázar; El carnaval en el folklore calchaquí, pgs. 250-253. Bs. As., Sudamericana 1949

(10) Julian H. Steward, Teoría y práctica del estudio de áreas. Washington, Unión Panamericana 1955, Manuales Técnicos Nº 2.

(11) A.R. Cortázar, Los libros y la realidad viviente en la investigación folklórica, 1957. Aspectos anecdóticos de la investigación de campo, en Andanzas de un folklorista Bs. As. Eudeba 1964

(12) A.R. Cortázar, El folklore y su estudio integral, pgs. 15-16, Bs. As. 1948.

(13) E.E. Evans Prtchar, Antropología Social. Bs. As. Nueva Visión 1957, pg. 123

(14) Lauro Ayestarán, Metodología de la investigación folklórica. Montevideo

(15) Isabel Aretz, Manuel de Folklore venezolano. Caracas Dirección de Cultura y Bellas Artes del Ministerio de Educación, 1957, pg. 219 (biblioteca popular venezolana).

(16) A. R. Cortázar, el Folklore y su estudio integral. Pág. 14-15

(17) A. R. Cortázar, el carnaval en el folklore calchaquí, pgs. 259-262

(18) A. R. Cortázar, qué es el folklore. Trabajo que obtuvo el 1º premio en el concurso del SODRE, Montevideo, abril 1958.

 
               

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