Volver Mapa del Sitio

Macacha

“Macacha” es un bellísimo y vibrante romance, en el que creemos que el poeta rinde un homenaje al papel de las mujeres en la epopeya güemesiana. Luzzatto,  a través de una licencia poética, metaforiza la lucha de Macacha y del papel de la mujer en la guerra por la independencia.  Pues si bien no es históricamente correcto que la hermana de Güemes “galopara selva adentro cuando sonaba el clarín”, esto es, no tuvo una participación directamente militar (como sí la tuvo Juana Azurduy de Padilla, por ejemplo), fue una decidida e importante colaboradora de Güemes en las lides políticas que la gesta patria y el gobierno de Salta en tal difícil período implicaban. Muchas mujeres aportaron valientemente, de una y otra manera (en la guerra de zapa que Güemes desarrolló dentro de su fundamental estrategia guerrera, por ejemplo, o el cuidado de los heridos o el aporte a la infraestructura logística para la guerra) entre los que a vuelo de pluma mencionamos a Doña Juana Moro de López, Loreta Sánchez de Peón, Martina Silva de Gurruchaga, Juana Robles y otras tantas, como las anónimas lavanderas que llevaban cartas con información sobre el enemigo, al “buzón” (un árbol a orillas del río Arias) donde Burela las retiraba y dejaba instrucciones acerca de qué otros datos necesitaba que averiguaran.

Unas pocas trascendieron, salvadas por la memoria popular, como el caso de Macacha Güemes, hermana mayor del prócer, o a la aguerrida Juana Azurduy de Padilla, que atacara a las tropas realistas para rescatar la cabeza de su marido y darle cristiana sepultura.

Pero hubo muchas otras que constituyeron una temible red de espionaje y subversión que socavó una y otra vez la organización del ejército realista.

Cada vez que Salta estuvo ocupada no había dato, por diminuto que fuera, que no llegara a las tropas de Güemes, porque las damas, las niñas, las mujeres de la servidumbre y las esclavas entablaban amistades y hasta amores con oficiales, suboficiales y soldados que sucumbían ante los encantos de las hermosas salteñas, aflojando la lengua y, a veces, hasta la voluntad –llegando incluso a cambiar del bando realista al bando patriota-.

Ante esta situación, los Altos Mandos Realistas tomaron severas medidas. Por ejemplo a Juana Moro, sospechada de espionaje, la emparedaron en su propia casa para que muriera de hambre. Este castigo ejemplar fue frustrado gracias a sus vecinos que, aunque realistas, no pudieron admitir tal barbarie y cavaron una pared para asistir a la condenada salvándole la vida.

Los castigos, lejos de amedrentar a las patriotas, las llevaron a aguzar el ingenio con mil recursos de una creatividad tal que hoy humillarían a cualquier servicio de espionaje moderno.

Dibujo del rostro del héroe gaucho realizado por Jorge Klix Cornejo

Loreta Peón mantuvo una red de comunicación entre las ciudades de Salta, San Salvador de Jujuy y Orán, llevando información oculta en sus polleras o utilizando un buzón secreto oculto en el árbol junto al río Arias.

Las criadas encargadas de lavar la ropa en el río, llevaban las cartas al “buzón”; Luis Burela pasaba luego a retirarlas y dejaba a cambio los nuevos requerimientos de información. Los realistas nunca lo supieron.

Loreta Sánchez de Peón con su cabello castaño y sus ojos azules no encontraba barrera que le impidiera trasponer las guardias de los cuarteles, a los que ingresaba con la excusa de vender pan a los soldados. Una vez dentro contaba las tropas valiéndose de bolsas de maíz cuyos granos servían de ábacos libres de sospecha.

La esclava Juana Robles se encargó de difundir en Salta la noticia de que la ciudad de Montevideo había caído en manos patriotas, lo que socavaba la moral de las tropas realistas. Por su osadía fue apresada, juzgada y condenada a muerte. Sin embargo, la astuta morena salvó su vida haciendo creer a sus captores que estaba embarazada. Lo que no evitó que la humillaran públicamente, paseándola por la ciudad emplumada, semidesnuda bajo los insultos de la plebe y los soldados.

El General Pezuela, harto de luchar contra un enemigo invisible que lo acosaba en todos los frentes, ordenó a los cabildos que hicieran un padrón de todos los sospechosos de conspiración para apresarlos y llevarlos al Callao y liberó las propiedades de los emigrados al saqueo de los soldados.

En vano tomó tales resoluciones porque en los cabildos, antes que la obediencia a Pezuela, primó la amistad con los vecinos, lo que frustró el plan realista.

Un capítulo aparte merecen las valientes que acompañaron a los ejércitos liderando ataques, rescatando heridos y proveyendo auxilio en las batallas, como lo hiciera Martina Silva de Gurruchaga durante la Batalla de Salta. Pero eso es otro capítulo de la historia.

 

 

 

 

Dirección EDI Salta 2013: José de Guardia de Ponté
Todos los derechos reservados portaldesalta 2010/2016