A  doscientos años de una resolución fundante
                                Este año se cierra el ciclo de  celebraciones por el Bicentenario de la Independencia que se inició en 2010.  Hace seis años, José de Guardia de Ponté me invitó a participar de la edición del EDI Salta con una reflexión sobre el  momento histórico y escribí el artículo “Bicentenario ¿Celebrar o conmemorar?”  que puede leerse en http://www.portaldesalta.gov.ar/rafael-bic.html.  Luego de esa colaboración se hicieron actos y espectáculos en Buenos Aires y en  distintos lugares del país, con costos variados que fueron objeto de crítica.  Aunque si hubieran sido actos discretos de bajo costo, también habrían caído  bajo las críticas, acusando al gobierno por su avaricia ante un hecho de tanta  relevancia para la historia del país.
                                Este año el signo gubernamental  ha cambiado y acusa una “pesada herencia”, de modo que pareciera muy poco  dispuesto a organizar actos fastuosos para el 9 de julio. Sin embargo,  considero que haga lo que haga será objeto de crítica por los opositores. Si  hiciera un gran acto espectacular sería mirado mal por su despilfarro en un mal  momento económico para el país y si realizara un acto modesto se le imputaría  una falta de patriotismo.
                                Al margen de las disputas  políticas sobre los actos es importante lo que hagamos los argentinos en su  conjunto, como verdaderos ciudadanos con sentido cívico, pues la celebración  del Bicentenario de la Declaración de la Independencia es un momento que debe  llevarnos a la reflexión sobre nuestro compromiso con el país en el momento que  nos toca vivir.
                                Si remontamos la historia,  debemos atender a que el momento en el que las Provincias Unidas del Río de la  Plata convocaron al Congreso de Tucumán estaban ante uno de los peores  escenarios estratégicos, porque la mayor parte de las campañas militares se  encontraban en retirada contra fuerzas realistas crecientes. El debate en el  Congreso fue arduo porque ante el panorama había posturas tan extremas como  rendirse y apelar al perdón Real o buscar el amparo de otro imperio. La moción  que se impuso fue la de “quemar las naves” y declarar la independencia de  cualquier dominación extranjera, sentando la bases definitivas para la  conformación de un nuevo Estado, libre y soberano que, con el correr del tiempo  llamamos República Argentina.
                                Es una lección que todos  aprendimos en la escuela y por ello celebramos la Declaración de Independencia  todos los años -sin importar el signo o la legitimidad del gobierno de turno-  ya que todos reconocemos que hay un país porque se funda políticamente a partir  de esa decisión en un momento tan difícil.
                                Ahora es importante considerar  si aprendimos de esas lecciones que un país se construye con decisión y  esfuerzo y no puede esperarse que la tarea sea realizada por otros y de la que  sólo nos cabe el beneficio o el perjuicio. Si en aquellos tiempos hubieran  prevalecido las actitudes de “no te metás”, “esperemos a ver qué pasa”, “que lo  solucione otro”, creo que no hubiéramos heredado el país que vivimos.
                                En distintos momentos de nuestra  historia, los habitantes del suelo argentino nos hemos enfrentado por  diferencias políticas y cada vez que fuimos tan torpes como para perder la  capacidad del diálogo el resultado fue la violencia fratricida. En este momento  espero que hayamos tenido suficiente tino para aprender las lecciones de la  historia y nos haya hecho madurar, no sólo como ciudadanos, sino como seres  humanos, hasta asumir que la diferencia es inherente a la humanidad y la  capacidad de tolerancia y comprensión es la que nos hace aún más humanos.
                                El problema crucial en este  momento es que debemos asumir que el mejor modo de honrar la historia de esos  doscientos años y la memoria de aquellos que se sacrificaron por hacer de esta  parte del mundo un lugar mejor que el que habían heredado, es tomar una actitud  resolutiva de verdadera participación en la vida cívica. Eso implica un auténtico  compromiso que nos permita dejar de ser sólo habitantes para convertirnos en  ciudadanos, con una participación que vaya más allá de la emisión de un voto en  cada acto eleccionario.
                                La madurez que tuvieron los  pueblos en el siglo XIX los llevó a romper lazos con los imperios de los que  formaban parte para dejar de ser meros receptores de las leyes de los monarcas  para convertirse en los creadores de un nuevo orden en el que los ciudadanos  forjan el destino de las naciones. Hoy es necesario que retomemos esa voluntad  de los fundadores para afianzar a nuestro país como una república en la que  todos los ciudadanos somos partícipes del bien común y no los meros receptores  de las leyes de algunos funcionarios de turno que gobierna para una camarilla  que busca su beneficio sin importar el daño que pudiera ocasionar al resto de  los habitantes del suelo argentino.
                                En 1816 un grupo de  representantes de una parte de Sudamérica se reunió y asumió el compromiso de  declarar la Independencia de una nueva nación, en 1910 otro era el mapa que se  recortaba, pero sus habitantes y sus autoridades se sentían herederos de aquel  acto fundacional, por ellos celebraron y reflexionaron, dejándonos un legado  para que cien años después tuviéramos referencias para preguntarnos por el  destino de ese país que se recortaba del mismo modo en el mundo.
                                Los representantes de gobierno,  los filósofos, los escritores, cada uno desde su papel en el momento del  centenario (1810-1910) hizo su reflexión y muchos de sus escritos trascendieron  el momento y fueron reeditados a propósito del segundo centenario, el escenario  del aniversario de la Declaración de la Independencia ya era otro y por ello no  tuvo la dimensión de la fecha que le precedió en seis años. En 1914 el mundo  había dejada las ilusiones del progreso indefinido que prometía la revolución  industrial por una pesadilla que desangraba a las naciones y a los imperios en  lo que llamaron la “Gran Guerra”. Mientras en la capital de país los actos  tuvieron menos presencia de representantes extranjeros, en Salta el Monumento  20 de Febrero ya se había inaugurado en 1913 y el Monumento a Güemes aún  distaba cuatro años de iniciarse, por lo que los actos celebratorios por los  cien años de la Declaración de la Independencia sólo fueron protocolares y  escolares, sin el nivel de reflexión que tuvo la fecha de 1910.
                                En este momento, el mundo estaba  conmocionado porque todas las promesas de progreso se manifestaban en el horror  de un nuevo tipo de guerra que caía desde el cielo, que acechaba bajo los  océanos y que cegaba y mutilaba a hombres y bestias en laberintos de trincheras  y alambres de púas. Entonces, el país que había celebrado en 1910 su capacidad  de producción agropecuaria, se debatía entre los intereses de los beligerantes  que le reclamaban insumos y alimentos para su guerra, pero que no podían  retribuir con los productos de la industria. Es en ese contexto que se  comprende la austeridad en los actos conmemorativos y la escasa presencia de  representantes internacionales.
                                Nuestro actual contexto no es  menos sombrío que hace cien años, mientras nos quejamos de nuestras crisis  económica y social y los representantes de los sucesivos gobiernos se endilgan  la responsabilidad de la situación, el mundo se debate entre guerras en  pequeños escenarios con gran intervención internacional –más o menos solapada-,  la habitabilidad de planeta se encuentra amenazada y la recesión económica hace  estragos en todos los países.
                                Nuestro país ha sobrevivido  doscientos años y ha entrado al siglo XXI con una integridad territorial  establecida en el último siglo, ese hecho ya es digno de celebrarse, porque en  ese mismo período el mundo ha visto nacer y desparecer países enteros en luchas  por cuestiones ideológicas, religiosas, étnicas y por cualquier motivo que los  único que logran es volver más ricos a los fabricantes de armas y más pobres a  las facciones beligerantes.
                                Con estos actos que a nivel  oficial se cierra el ciclo de celebraciones del Bicentenario, para los salteños  es sólo un hito, porque aún nos queda honrar la memoria del único prócer de las  guerras de independencia que murió en ese período de luchas y que aún espera un  justo reconocimiento por una tarea que tuvo peso en la independencia de todo el  subcontinente: en 2021 se cumplirá el segundo centenario de la muerte de Martín  Miguel de Güemes y será nuestro deber hacerlo reconocer a nivel nacional e  internacional.
                Esp. Rafael Gutiérrez
Profesor Adjunto de la
Cátedra de literatura argentina
U.N.Sa.