Nació en La Emilia, el 19 de junio de 1880: “Autodidacta; al margen de sus menesteres como receptor de cereales, se dedicó a la recopilación de las expresiones tradicionales y folklóricas de la provincia, y luego del país. Fue el primer maestro de danzas folklóricas argentinas, y uno de los primeros intérpretes de la canción nativa, por radiofonía, cuando solo existían los aparatos de radio a galena. Instaló en la Capital Federal una de las primeras academias folklóricas para enseñar las danzas nativas. Publicó 31 Cuadernos de Danzas Folklóricas (texto y coreografías) que sirvieron de base a posteriores estudios. Fue además compositor y poeta”. (1)
ANDRÉS BELTRAME: Precursor de nuestro folklore*
El 1º de mayo de 1929, en el teatro Cervantes, de Buenos Aires, el PS celebraba la Fiesta del Trabajo con una velada artística. Uno de los números estaba a cargo del coro de la Agrupación Artística Juan B. Justo. Entre los integrantes del mismo figuraba un hombre sencillo, trabajador, modesto. Llamábase Andrés BELTRAME. Después intervino en la fiesta una pareja que cantó algunos aires nacionales. BELTRAME, al escucharla, no pudo evitar un comentario:
- ¡Caramba, qué mal cantan!...
Un compañero del coro lo interrogó:
-¿Usted conoce la música folklórica? Parece que entiende algo - agregó, refiriéndose a nuevos comentarios formulados por BELTRAME. Y éste, con su sonrisa de hombre bueno, respondió:
- Algo, no mucho ... Me ha gustado siempre y hace años que estudio estas cosas ...
Así nació el curso de Arte Nativo, que la citada agrupación artística organizara desde 1929 a 1933 en la Casa del Pueblo de la Capital Federal y cuyo director no fue otro que el mismo Andrés BELTRAME. Labor empeñosa, a veces ingrata, la suya. Los cursos eran gratuitos y más de sesenta alumnos, dirigidos por BELTRAME, aprendieron allí cantos y música de nuestra tierra. Varios se destacaron más tarde, pero como suele ocurrir con frecuencia, ignoraron al maestro bondadoso, que se entregó con toda el alma a la enseñanza, en un auténtico apostolado, dueño de una no común capacidad didáctica y de una experiencia y seriedad aún menos frecuente: Ideó la coreografía de no pocos bailes, como El Patito, por ejemplo, que hoy se ha difundido en las escuelas, generalmente sin hablar de su creador ... Dibujaba - con mano diestra y segura - los pasos de baile, los trajes, escribía música y la letra, enseñaba a cantar.
A BELTRAME veníale de lejos este amor por la música y las danzas nativas. Nacido en la provincia de Santa Fe el 19 de junio de 1880, conoció nuestro campo y las labores de sus hombres. Cumplida su instrucción primaria y todavía casi un niño, recorrió la provincia y se puso en contacto, en reuniones y fiestas, con los cultores de nuestros bailes y canciones. Luego, toda vez que se lo permitía su trabajo, hizo lo mismo en las otras provincias, acreciendo el acervo de sus conocimientos y adentrándose en las características y singularidades de nuestro folklore. Esta fue la fuente de su noble inspiración, y en ella nutrió su amor desinteresado y profundo por las cosas y seres de la tierra. Aprendió el manejo de los instrumentos musicales, sobre todo la guitarra, y fue un eximio bailarín. Llegó a ser un maestro de nuestras danzas, un maestro de vocación. Sentía honda y sinceramente lo mejor de la tradición patria y, al conjuro de su guitarra y de su voz cálida, la música autóctona y cantos alzaban un acento de emoción pura, prístina, y las vidalitas, las zambas, gatos y chacareras, lograban una jerarquía y nobleza esenciales. Diríase que, a través de las sensibilidades artística y humana de BELTRAME, la fuerza telúrica del cancionero y las danzas nuestras encauzábase, renacía con el fervor y la innata belleza de los viejos troveros y danzarines de los campos y sierras argentinas.
BELTRAME supo recoger e interpretar con fidelidad y amor el bello y rico caudal del arte nativo. Sus viajes y su vinculación con hombres, escenas y costumbres, nutrieron ese acendrado amor suyo por todo lo vernáculo, que no era en él mero motivo de declamación barata y mucho menos despliegue más o menos carnavalesco, como no fue jamás subalterna especulación. Por lo mismo que sentía y quería las cosas de nuestra tierra, tenía por ellas un respeto muy grande para tergiversarlas y negociarlas sin responsabilidad. El recuerdo de sus andanzas y peregrinaciones por el interior del país; su consubstanciación con los trabajos, alegrías, pesares y luchas del hombre argentino; su conocimiento cabal de cuanto constituye la raíz misma de su arte, no le habrían permitido en ningún instante caer en la falsificación o en el engaño. Y era admirable en él su afán de perfeccionamiento, de superación, sólo comparable con su desinterés acrisolado y nunca desmentido.
Llegó a Buenos Aires. Trabajó en la Bolsa de Cereales, empleo en el que, después de largos años de labor efectiva, alcanzó a jubilarse. Es decir, no hizo de su venta artística y de su pericia un medio de vida: ganaba su sustento y el de los suyos trabajando en serio. En las horas libres, toda vez que la oportunidad se le presentaba, estudiaba, ejecutaba música con su guitarra - que él mismo preparó y adornó con dibujos de su creación -, escribía la letra de sus composiciones, revivía, en una palabra, sus horas de mocedad en un culto sin desmayo y atendiendo una tendencia incontrastable de su espíritu. Y siempre con modestia, con generosidad, con amor, con dedicación permanente. Así enseñó en el curso de Arte Nativo de la Escuela Juan B. Justo, entidad de origen e inspiración socialistas, pues BELTRAME, sin ser precisamente un militante político, nunca ocultó su simpatía por los ideales socialistas y por su acción social y dignificadora, en nuestro medio.
Fue un precursor. No sólo por su dedicación y seriedad: lo fue porque difundió por radiotelefonía el cancionero criollo. Eran los tiempos iniciales, de los aparatos a galena. Los artistas participaban en los programas sin cobrar un centavo. En emisoras como Radio Cultura, Radio Nacional, Radio L. O., BELTRAME hizo escuchar su música y su voz. Hizo más: publicó sus Cuadernos de Música y Danzas Nativas, que él mismo preparó y editó por su cuenta, sin cálculo alguno y sólo movido por su anhelo de crear, sobre la base de su comprensión de los temas, una conciencia artística nacional. Estos Cuadernos - que pasaron del medio centenar - son la prueba de la contracción y el amor de BELTRAME, la piedra angular de una obra y un recuerdo inextinguibles, el material que encierran, didácticamente casi insuperables, ha servido para que otros siguieran sus huellas y aprovecharan su labor, olvidando muchas veces al animoso creador.
La obra de BELTRAME es vasta, fecunda. Perdurará. Su música y su letra se editan profusamente. Queremos creer que se hará ajustándose a las exigencias legales.
Una simple enunciación de los títulos dará una idea de la labor de BELTRAME: Cielito, baile criollo, música y letra de BELTRAME, lo mismo que El Sombrerito, coreografía. El Pardo, versión pampeana. El Pericón, El Pollito, aire de gato, baile pampeano; El Remedio, El Marote, versión pampeana, El Escondido, gato; El Palito, baile criollo, música, letra y coreografía; El Caramba, El Conejito, El Malambo y¡Oh, Pampa!, gato polkeado. Gato Norteño, Los Aires, La Firmeza, La Patria, La Refalosa, Los Amores, La Media Caña, La Condición, La Lorencita, La Mariquita, Una Parada en el Campo, La Sala en la Época de Rosas, Zambita, El Ceibo, La Tortolita, Tierna Paloma, además de otras varias composiciones en colaboración, para las que BELTRAME preparó la música y coreografía o, en otros casos, la letra.
Cada una de estas composiciones revela una versación completa del tema, un estudio serio: no hay improvisación ni la menor tendencia a invenciones antojadizas. Lo hemos dicho: BELTRAME era un maestro. Citemos un solo caso, recordado por Manuel López Delgado, director de Folklore Argentino, publicación destinada a divulgar todo lo relativo al mismo: “Don Andrés BELTRAME – dice - uno de los avezados y honestos cultores de nuestro arte vernáculo y quien tiene mayor cantidad de danzas escritas musical y coreográficamente, recopiladas a través de una intensa labor de investigación, en su trigésimo Cuaderno de Danzas Tradicionales Argentinas, relativo a la música y letra del baile El Pollito, expresa que su versión “la tomó de un paisano en un lugar llamado Rincón de Viedma, en el partido de Chascomús, provincia de Buenos Aires, campo del señor Miguens, sobre el océano Atlántico”. Y así en todos los casos, para todas sus composiciones. La misma probidad, idéntica vocación magistral.
Hemos querido destacar la obra de Andrés BELTRAME, como un homenaje de justicia al admirable precursor, al hombre humilde, al amigo inolvidable. Y para llamar la atención sobre la necesidad de seguir su ejemplo, especialmente cuando, como ahora, se habla tanto de alentar y difundir las expresiones del folklore argentino. Pues, como lo señala un comentario periodístico, “reina todavía mucha confusión en el campo folklórico, aunque ya se han difundido en nuestro país algunos trabajos que exponen con suficiente claridad la índole de estos estudios y sus finalidades. Todavía se confunde - agrega - el folklorismo con tradicionalismo, y aún para mucha gente, el folklore está constituido tan sólo por la música y las canciones tradicionales. O se presentan las supersticiones como lo más sagrado que nos legara la tradición de nuestro pueblo, como si el atraso fuera símbolo de criollismo, en otros casos, algunos “folklorólogos” de gabinete se dan a especular sobre teorías que no han sido confrontadas con la realidad mediante la investigación directa en los medios populares. O literatos apresurados y sin mucha noción de su responsabilidad, en superficiales notas que difunden en diarios y revistas, presentan deformados los hechos folklóricos y, por consiguiente, deprimen y caricaturizan la fisonomía de nuestro pueblo. En tanto, ciertos “intérpretes del folklore y alma criolla” hacen también de las suyas”.
“Hay que bregar, ciertamente - añade el comentario - por el mejor conocimiento y la difusión de nuestras expresiones folklóricas. Pero hay que hacerlo con seriedad, sin tendencias equivocadas, ni mistificaciones. El folklore, acervo cultural del pueblo, debe ser acrecentado pero no desvirtuado ni explotado aviesamente. No debe ser tomado como una moda, ni un pueril pasatiempos, ni un negocio. Hay que considerarlo con respeto, con honestidad y con amplitud. Estimar sus auténticos valores y rechazar aquello que es preciso superar en una obra de efectiva elevación de la cultura del pueblo”.
Es lo que hizo Andrés BELTRAME, entregándose con noble pasión al estudio y la divulgación de nuestro arte nativo, lejos por igual del pasatiempo y del negocio. El señaló la buena ruta y, en cuanto pudo, la siguió sin impaciencias ni vanidad. Consultaba los dictados de su corazón y de su inteligencia y respondía, así, a las más altas y limpias tradiciones de la tierra nuestra. Su mensaje era el de los sufridos hombres con quienes había convivido y cuyos dolores y esperanzas supo recoger e interpretar.
BELTRAME se marchó el 5 de mayo de 1950 (¿ó 1949?). Sin ruido, serenamente, como había vivido, trabajado y soñado. Su memoria merece un recuerdo de emocionado afecto; su obra hará que su nombre quede como testimonio de una vocación y un fervor ejemplares al servicio desinteresado e inteligente de la música y la danza nativas.
* SOLARI Juan Antonio,
Hombres de la República, Ed. Afirmación, Buenos Aires, 1966.
(1) Abad de Santillán Diego, Gran Enciclopedia de la Provincia de Santa Fe, Ed. Ediar, Buenos Aires, 1967.
Fuente: http://www.casadelpueblofirmat.org.ar/biografias/BELTRAME_Andres.html