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David Slodky

GÜEMES, SU TRASCENDENCIA

LA GLORIA Y LA TRAICIÓN

instein, refiriéndose al Mahatma Ghandi, supo decir alguna vez: “Las generaciones futuras tendrán dificultades para entender cómo un hombre así, en carne y hueso, haya caminado alguna vez sobre la tierra”. Parafraseándolo, no dudo en afirmar que Güemes y la epopeya güemesiana merecen el mismo asombro y celebración. 

Vélez Sarsfield respondiendo críticamente a la sesgada caracterización de Güemes que hiciera Mitre, dirá “Esta ingrata calificación de uno de los primeros jefes militares de la revolución es[tá] tomada de la “Historia de Belgrano”, en la cual se le da este nombre de caudillo, sin acordarse de que él fue el salvador de la patria y la única esperanza de los pueblos después de perdido nuestro ejército en las inmediaciones de Cochabamba”.
(...)
“¿Qué hizo este caudillo solo en la provincia de Salta frente al ejército español, que en número de 8.000 hombres tenía seguro llegar a Buenos Aires? Güemes sublevó a toda la provincia de Salta, capitaneó la plebe, no respetó propiedad alguna para combatir al ejército español, pero nada tomó para sí, hizo lo que Bolívar en Colombia, hizo más que él, pues se hallaba en una pequeña provincia, con un ejército numeroso y orgulloso a su frente. Nadie pregunta por qué el ejército español, después de vencidos nosotros en Sipe Sipe no avanzó hasta Tucumán. Nadie pregunta cómo salvaron las provincias de debajo de las tristes circunstancias en que se hallaron desde 1816. Es que el caudillo Güemes, ese hombre a quien se le culpa de haber procurado siempre atraerse las masas, se sirvió de esas masas para salvar a su país y salvar la Revolución de Mayo. En toda la historia de la Revolución no hay época más digna para las Provincias Unidas que la de los tres años que corrieron desde 1817 a 1820”.

Qué mejor que remitirnos a las propias palabras de Güemes, para graficar su tremenda dimensión. En 1816, el Gobernador y Jefe está al frente de sus milicias con su inigualable concepción y organización de la guerra gaucha para impedir al poderoso ejército español (vencedor de Napoleón) que llegue desde el Alto Perú hasta Buenos Aires para ahogar en sangre la Revolución de Mayo. Mientras tanto, San Martín prepara su Ejército de los Andes para en una hazaña casi sin precedentes en la historia, cruzar a Chile, liberarlo del dominio español, y proyectarse desde allí al Virreynato del Perú.
1816 era un año tremendo para toda América. Salvo el actual territorio argentino, toda América estaba bajo dominio español. Güemes está preparando en Jujuy, en medio de grandes privaciones,  pobreza y miseria, su vanguardia para detener la invasión que se avecina.
Sin embargo, la confianza de Güemes en las propias fuerzas y en su estrategia de guerra de recursos y de guerrillas, es meridiana: en la carta que el 15 de setiembre, siempre desde Jujuy, le escribe a Teodoro López: “Es tanto el deseo que tengo de hacer ver al mundo entero la energía de nuestra provincia que he dado orden a mi vanguardia no les hagan un tiro a fin de que no se vuelvan. Mis medidas las tengo hace mucho tiempo tomadas y así es que los únicos días que he tenido ociosos y tranquilos son desde que tuve noticias que el enemigo cargaba, a pesar que carga con furia.

Es por esos días, el 19 de setiembre de 1816, que Olañeta y Marquiegui le escriben sendas cartas a Güemes, donde amenazándolo por una parte con las glorias de los escuadrones de Dragones de la Unión y Húsares de Fernando 7º, con los regimientos de Extremadura, Gerona y Cantabria, llamándolo a que reflexione “sobre la deplorable situación en que se hallan ustedes por todos aspectos” y se decida “a labrar su felicidad futura, desviándose de la ruina que le amenaza.” Lo llama a “no delirar cándidamente” con los progresos de Belgrano y en lo de sus gauchos, dado que no son suficientes para contener sus ventajas. Trata de aprovechar las disidencias internas, llamándolo a que no sigan “la seducción de los mandones de Buenos Aires” y que serán responsables ante Dios de los perjuicios que se sigan. Los llama “bandidos y asesinos”a sus gauchos. Y, por supuesto, lo tienta: “Si Ud. se halla al cabo de lo expuesto y tiene ánimo de no sacrificarse, avíseme Ud. a la mayor brevedad para que con mis jefes le proporcione cuanto desee para su familia”.
La respuesta de Güemes (que fue a instancias de Belgrano publicada en el Diario La Gaceta de Bs. As.),  templó el ánimo de los revolucionarios, como hoy debe templarnos a nosotros frente a las ímprobas tareas que tenemos en el presente:
Muy señor mío y pariente. Al leer su carta del 19 del corriente formé la idea de no contestarla para que mi silencio acreditase mi justa indignación; pero como me animan sentimientos honrados, hijos de una noble cuna, diré a Ud. que desde ahora para siempre renuncio y detesto ese decantado bien que desea proporcionarme. No quiero favores con perjuicio de mi país: éste ha de ser libre a pesar del mundo entero. Vengan enhorabuena esos imaginarios regimientos de Extremadura, Gerona, Cantabria, Húsares y Dragones, y vengan también cuantos monstruos abortó la Europa con su Rey Fernando a la cabeza. Nada temo, porque he jurado sostener la independencia de América, y sellarla con mi sangre. Todos estamos dispuestos a morir primero que sufrir segunda vez una dominación odiosa, tiránica y execrable. (...) ... adopte la guerra que más le acomode para nuestra destrucción, pero tema, y mucho, la mía. (...). Estoy persuadido que Ud. delira, y por esta razón no acrimino como debía y podía el atentado escandaloso de quererme seducir con embustes, patrañas y espantajos que me suponen tanto como las coplas de Calaínos. Y luego dirá Ud. que es un oficial de honor y del Rey. ¡Qué bajeza! ¿Y así lo toleran sus jefes? ¿Así lo consienten en ese Ejército Real? Valerse de medios tan rastreros como inicuos sólo es propio del que nació sin principios. Un jefe que manda un ejército tan respetable, a él sólo debe fiar el buen éxito de sus empresas. Lo demás es quimera, es degradarse y es manifestar mucha debilidad. Yo no tengo más que gauchos honrados y valientes. No son asesinos, sino de los tiranos que quieren esclavizarnos. Con éstos únicamente lo espero a Ud., a su ejército y a cuantos mande la España. Crea Ud. que ansío por este dichoso día que me ha de llenar de gloria. Convénzanse Uds. por la experiencia que ya tienen, que jamás lograrán seducir no a oficiales, pero ni al más infeliz gaucho: en el magnánimo corazón de éstos, no tiene acogida el interés, ni otro premio que su libertad. Por ella pelean con la energía que otras veces han acreditado y que ahora más que nunca la desplegarán. Ya está Ud. satisfecho; ya sabe que me obstino, y ya sabe también que otra vez no ha de hacer tan indecentes propuestas a un oficial de carácter, a un americano honrado y a un ciudadano que conoce más allá de la evidencia que el pueblo que quiere ser libre, no hay poder humano que lo sujete.
 “Sin perjuicio de esto vea Ud. si en otra cosa puede serle útil su afectísimo servidor Q.S.M.B. Martín Güemes”.

Creo que estas palabras de Güemes, sintetizan más que ninguna que pudiéramos agregar, la inmensa estatura y dignidad americana de Güemes.

Pero me es necesario señalar a cuántas miserias tuvo que enfrentarse, además de a las poderosas fuerzas realistas. Recuérdese las palabras de Vélez Sarsfield (nada tomó para sí) y lean algunas de las que dijeron sus enemigos internos en Salta, en la Revolución del Comercio, el 24 de mayo de 1821:
 
“El muy ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento a los habitantes de Salta:
“Ciudadanos: (…) No es el curso de la revolución el que os ha sumergido en el abismo de desdichas que lloráis; ha sido y es vuestro gobernante don Martín Miguel Güemes (…) Transformado en Deidad Superior a los de su especie, empuñó el cetro de hierro más duro que cuantos tuvieron los Calígula, los Nerones y demás tiranos de la historia. Desde su colocación en el gobierno, sus primeros empeños fueron perpetuarse en él, engañar a la muchedumbre, alucinarlas con expresiones dulces sin sustancia, imitarla en sus modales, alargar liberal la licencia; fomentar los vicios, deprimir la virtud (,,,) disponer de las propiedades a su antojo, devorarlas, aniquilarlas y consumirlas (…) dilapidar los fondos públicos, convertirlos a su patrimonio, acrecentarlo con el comercio exclusivo que escandalosamente ha sostenido con el enemigo, oprimir al vecindario con frecuentes y gravosas contribuciones, aplicadas a sólo su beneficio…”.
Todas estas infamias y muchas más no trepidaron en decir de Güemes.
Y 14 días después, el 7 de junio de 1821, lo hieren de muere en una emboscada que le tienden fuerzas realistas, guiadas por estos mismos “revolucionarios” que habían escapado como ratas por tirante apenas Güemes regresara y fuera repuesto en el poder por sus gauchos sin disparar un solo tiro.


Honrar a Güemes y su trascendente significado, no debe hacernos olvidar de esta deleznable traición que lo llevó a la muerte y al fin del proyecto sanmartiniano.

 

 

 

 

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