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Marta Schwarz

Dos siglos atrás

Hace dos siglos, en la Cañada de la Horqueta, en uno de los días más crudos del invierno, amparado sólo por la adhesión incondicional de sus hombres y  la sombra de los cebiles que pueblan nuestro monte, moría quien había nacido en esta tierra  y luchado en esta tierra, denodadamente, por la libertad.

Muy joven era Martín Miguel de Güemes cuando junto con su escuadrón, aborda a galope tendido y toma la nave Justina durante las invasiones inglesas. Desde ese momento hasta su muerte no deja de luchar por la libertad del suelo patrio y en contra de cualquier yugo extranjero.

Su muerte, heroica ofrenda a los ideales de independencia, fue una agonía de diez noches con sus días  soportando el dolor,  la traición,  la incertidumbre del futuro que acechaba a su familia, a su pueblo -su amado pueblo- a su patria, a América toda.

En la medida en que hombres y mujeres rigurosos rescatan documentos y ahondan en la verdadera historia de esos tiempos, la figura de este noble salteño se agiganta  por el valor y la inteligencia de sus acciones bélicas, estratégicas, diplomáticas, políticas y sociales. Incomparables virtudes que San Martín reconociera sin dudar, dejando testimonio escrito de su respeto y admiración por él. 

Doscientos años debieron transcurrir para que la verdad, la valentía,  el honor y el renunciamiento en pos de la unión del país, se abran paso entre la maraña de mentiras, desprecios y traiciones que primero desde el puerto de Buenos Aires, y luego desde otros sitios que incluyen también Salta,  se tejieran por los prejuicios, la cobardía, el interés, la envidia y la mezquindad.

¿En cuál de estas últimas categorías entrará la omisión en el parte de la batalla de Suipacha de la intervención decisiva de Güemes y sus gauchos en el triunfo? ¿Cuáles fueron los prejuicios, la mezquindad o la envidia que movieron  a Balcarce y a Castelli?

¿Cómo podremos llamar  al desamparo en que dejó Buenos Aires, el gobierno central y, finalmente, el impoluto unitarismo, a Salta, Jujuy, Tarija y todo el territorio que hacía de muro defensivo a los avances españoles? 

¿Y cómo, a lo que motivó el enojo por  la institución del Fuero Gaucho?, ¿acaso no merecían algún reconocimiento aquellos hombres que abandonando sus hogares y lo que los sustentaba para servir a la Patria, dejaron desamparados a sus mujeres y sus hijos quienes sobrevivieron a fuerza de esperanza mientras aportaban valientemente información, comida y enseres?

Densa y oscura fue la miseria moral de muchos  de sus contemporáneos,  pero el fulgor de las virtudes de Martín Miguel de Güemes se abrió paso encendiendo los corazones de otros hombres, y mujeres quienes, sumando el fuego de su anhelo y también el de su generosidad y valentía, constituyeron la gran hoguera de la libertad sudamericana.

El ardor de esa hoguera  aún late en lo profundo de esta tierra y la perfuma, como perfuman el aire del monte las flores de los cebiles.

Nos toca a nosotros avivar ese fuego para que su resplandor ilumine el tiempo por venir.

                                                                                                                  Marta Schwarz

 

EDI-Salta 2021 en el Bicentenario de la Muerte del Gral. Güemes
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