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La Revuelta - 1821

s realmente magnífica la síntesis poética que Luzzato realiza en este poema de los acontecimientos políticos y militares que se sucedieron entre el 24 y el 31 de mayo de 1821. No existe ya gobierno central por las luchas intestinas entre Bs. As. y los caudillos del interior , no existe ya el ejército del Norte, llevado por Belgrano en auxilio del gobierno central y sublevado en Arequito, ha fallecido Belgrano en junio de 1820, sólo quedan como fuerzas patrias organizadas para la lucha por la independencia las fuerzas del Ejército de los Andes, que ya ha liberado Chile y al mando de San Martín se prepara para llegar a Perú por mar, en la guerra de los Puertos Intermedios, y las de Güemes, que ha sido nombrado por San Martín General del Ejército de Observación sobre el Perú el 8 de junio de 1820, para avanzar por el Alto Perú (hoy Bolivia) confluyendo en Perú con San Martín para terminar definitivamente con la guerra por la independencia. Güemes está ya listo para comenzar la larga marcha con su ejército de 4 a 5 mil gauchos, en la que a pesar de las severas dificultades logísticas que lo esperarán cuenta con el apoyo que seguramente tendrá de los pueblos altoperuanos a su paso con el ejército liberador. Debe sin embargo dar un paso atrás para dar luego 100 pasos adelante: Bernabé Aráoz, gobernador de la “República Federal de Tucumán”, de quien tanto Belgrano como Güemes se habían quejado sistemáticamente ante el gobierno central y ante San Martín por su papel absolutamente disgregador de las fuerzas nacionales, impide el paso de los refuerzos logísticos (armas y caballada) y de tropa que envían a Güemes los gobernadores de Santiago del Estero y de Córdoba. Güemes decide entonces retroceder hasta Tucumán para liberar de una vez por todas ese absurdo taponamiento, cuando los enemigos internos de Güemes aprovechan para darle un golpe de estado en Salta, deponiéndolo de su cargo de Gobernador y de General en jefe del Ejército de Observación. En efecto, en la oposición a Güemes confluyen tanto los que todavía están ligados a los realistas, como los sectores de la llamada “patria nueva”. Salta está desangrada, absolutamente inerme económicamente. Güemes no cuenta con ningún apoyo económico desde hace ya mucho tiempo y empecinadamente, como San Martín, busca apoyo en el pueblo por un lado, y en los sectores pudientes de Salta por el otro, para solventar los tremendos gastos que la guerra impone. Pero tanto Güemes como San Martín tienen en claro una visión americana y no sólo local de la liberación. Los realistas salteños por supuesto quieren ahogar esto, y los sectores de la patria nueva no comprenden el carácter americano de la lucha. Ambos confluyen sus fuerzas y dan un golpe de estado antigüemesiano con términos que hoy sobrecogen.

El 24 de mayo de 1821 se amotinan en lo que fue llamado “La revolución del comercio”, en una proclama donde hablan de Güemes como “general de un ejército imaginario” (contradiciendo al mismo San Martín) y de donde extraemos una pequeña síntesis de todas las barbaridades que no trepidan en endilgarle a Güemes:
“El muy ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento a los habitantes de Salta:

“Ciudadanos: (…) no es el curso de la revolución el que os ha sumergido en el abismo de desdichas que lloráis; ha sido y es vuestro gobernante don Martín Miguel Güemes electo jefe de la Provincia no por vuestro sufragio y voluntad expresa, sino por la de algunos ilusos que, acaudillados con él, sedujeron a los incautos y oprimieron vuestra opinión, (…) Transformado en Deidad Superior a los de su especie, empuñó el cetro de hierro más duro que cuantos tuvieron los Calígula, los Nerones y demás tiranos de la historia. Desde su colocación en el gobierno, sus primeros empeños fueron perpetuarse en él, engañar a la muchedumbre, alucinarlas con expresiones dulces sin sustancia, imitarla en sus modales, alargar liberal la licencia; fomentar los vicios, deprimir la virtud. (…) Despreciar al honrado ciudadano; (…) quitarle sus bienes hasta arruinarlo y constituirlo en la miseria; invertir el orden; disponer de las propiedades a su antojo, devorarlas, aniquilarlas y consumirlas: chocar con las primeras autoridades del Estado, oponerse fuerte a sus determinaciones, minar para su desplome y no reconocer superioridad; ser el principal motor de la anarquía germinada en las demás provincias que forman el continente… (… ) dilapidar los fondos públicos, convertirlos a su patrimonio, acrecentarlo con el comercio exclusivo que escandalosamente ha sostenido con el enemigo, oprimir al vecindario con frecuentes y gravosas contribuciones, aplicadas a sólo su beneficio;  (…) El Cabildo teniendo vuestros sentimientos y rescindiendo de temores que no le arredran, ha jurado en cada uno de sus individuos morir primero que consentir por más tiempo al pueblo a quien representa en las cadenas en que seis años gime. Bien prevé la exasperación del tirano: mas no hay cuidado. Los planes son seguros; su ruina está escrita. Para ello cuenta con vuestros auspicios y entusiasmo. Se ha dado la seña: no desmayéis.

A un pueblo que quiere ser libre no hay poder que lo detenga. Los elementos todos se presentan favorables a tan digna empresa; y sobre este seguro descansad en el seno de vuestras familias, listos siempre y obedientes a las órdenes del señor teniente coronel de ejército, alcalde ordinario de primer voto, don Saturnino Saravia, en quien este Ayuntamiento ha depositado provisionalmente el gobierno…”
“Sala Capitular de Salta, 24 de mayo de 1821.

Saturnino Saravia.- Manuel Antonio López.- Baltasar de Usandivaras.- Alejo Arias.-Mariano Antonio Echazú.-Gaspar José de Solá.-Dámaso de Uriburu.- Francisco Fernández Maldonado.”

Anoticiado Güemes del golpe de estado, regresa apresuradamente a Salta 7 días después de producido este, y los amotinados, que  como testimonio de tanta valentía habían “jurado en cada uno de sus individuos morir primero que consentir por más tiempo al pueblo a quien representa en las cadenas en que seis años gime”, huyen despavoridos  apenas Güemes retoma el poder con su sola presencia, siendo aclamado por los gauchos que habían sido enviados  para prenderlo o ajusticiarlo, al mando del capitán Canceco.  Ni el sacerdote José Gabriel de Figueroa que trató de convencer a Güemes que aceptara su deposición, ni Bonifacio Huergo que trató de asesinarlo con disparo a traición por debajo de la capa cuando estaban conferenciando el 31 de mayo, ni el dinero que a raudales junto con cuchillos de 60 cm., repartieran entre “la plebe” para resistir la avanzada de Güemes para retomar el gobierno de Salta, pudieron evitar que –ante la sola presencia del general- el gauchaje lo aclamara y lo restituyera en el poder. 

 

 

 

 

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