Este año se va a publicar la edición 2010 de la Enciclopedia Digital  de Salta, proyecto con el que he colaborado desde su creación, por ello José de  Guardia me invitó a participar con una reflexión sobre el significado del  Bicentenario para aquellos que aportamos al desarrollo del acervo cultural en  Salta.
            Para llevar a cabo la solicitada reflexión me dejé llevar  por una serie de epígrafes de textos de diversa procedencia que se van a ir  alternando como encabezamiento de los parágrafos por los que discurre mi  pensamiento en este momento.
                Siglo veinte, cambalache 
  problemático y febril
                En este reparto de  bienes
                  nada me ha tocado
                En 1935 Discepolín estrenaba “Cambalache”, un tango  que se volvió emblemático para los argentinos, a tan sólo quince años de los  festejos de una Argentina que se consideraba triunfante.
  En 1910 se cumplió el primer centenario de un joven  país y lo celebraba confiado en que tenía un lugar asegurado en el concierto de  las naciones en ese momento. Los poderosos de la tierra habían distribuido los  roles para que las naciones supieran cuáles eran sus lugares y la Argentina sentía que  como “granero del mundo” su lugar estaba seguro. A fin de cuentas todos -sin  importar de qué bandera o ideología- necesitaban comer y para ello la Argentina sabía que la  pampa húmeda podía proveer trigo en forma incontable y que sus vacas darían  toda la leche y la carne que un mundo hambriento pudiera pagar.
  Lo que no cayeron en cuenta los dirigentes de aquellos  tiempos fue que los poderosos de la tierra también tenían muy en claro y  panorama y sabían que el control de los alimentos no podía quedar en manos de  un solo país y se las arreglaron para digitar –más que la producción- su  administración, fijando los precios internacionales, donde los productores de  materia prima siempre pierden en relación con los países industrializados.
                  Las penas y las vaquitas
                  Se van por la misma senda
                            Mientras hubo un  país agroexportador hubo ingreso de divisas, pero la distribución de las riquezas  nunca acompañó equitativamente el proceso de enriquecimiento del país. Mientras  unos pocos propietarios acapararon los resultados del comercio internacional,  por otra parte creció la población rural y urbana que no tenía ingresos suficientes  para mejorar o mantener un nivel de vida digno.
            La desigualdad  social se manifestó en diversas formas de descontento y las autoridades  prefirieron buscar culpables y llevar a cabo una política punitoria enfocándose  en grupos que podían rotularse con facilidad: anarquistas, comunistas,  socialistas, vagos, malentretenidos, en fin las “lacras sociales” insatisfechas  con un país rico y generoso.
                            El contexto  internacional de dos guerras mundiales con países necesitados de materia prima  y alimentos fue favorable para que la Argentina continuara con el desarrollo que se  vislumbraba en torno al centenario, sin embargo la misma política de  concentración de beneficios en unos pocos sin atender a las demandas de los  muchos, desembocaron en el desarrollo de gobiernos que supieron capitalizar las  demandas insatisfechas de los grupos sociales postergados.
            El cambio del  mapa de las relaciones internacionales y el incremento geométrico de la demanda  tecnológica terminaron por minimizar el valor comercial de las materias primas  en relación con los productos de los países industrializados que aprendieron a  bajar sus costos satisfaciendo las demandas sociales en sus países de origen  pero realizando la explotación en países sin régimen de protección para el  obrero.
                Por este pueblo dejaron de pasar los trenes
                            En cien años la Argentina conservó el  rol que le habían otorgado a fines del siglo XIX pero perdió peso internacional  a medida que las materias primas se desvalorizaron en relación con los  productos industrializados que se volvieron imprescindibles para continuar con  la producción.
            El resultado es  nuestro país frente al segundo centenario, añorando un pasado glorioso para  unos, de postergaciones para otros. Alentándonos en imágenes que consideramos  referentes de una gloria que no llega a brillar lo suficiente que ya la opaca  nuestro “toque de Midas” invertido: Borges y Cortázar muertos en el exilio;  Favaloro suicidándose antes de perder su dignidad y el trabajo de su vida; los  mejores pilotos del mundo con aviones obsoletos; los mejores deportistas del  mundo jugando en equipos extranjeros; la   N.A.S.A. y la   C.I.A. beneficiándose del trabajo de los técnicos y  científicos formados en la educación pública pero sin futuro profesional en  nuestro país.
                            Este año se han  dispuesto actos en todo el país para celebrar el Bicentenario, algunos  organizados por el gobierno, otros delegados a instituciones u organizaciones  interesadas en la cultura, la historia o el espectáculo. Lo paradójico es que  las jóvenes generaciones ya no saben de qué es el bicentenario, porque desde la  última reforma educativa no tienen formación en historia, aunque no les importa  mayormente porque la permisividad de las leyes les permitirá festejar con  abundante alcohol y otros estimulantes  hasta las horas que quieran .
                Su mayor perversión era la lectura
                            Mi padre se  consideraba un analfabeto porque no había terminado la escuela primaria, pero  tenía la mala costumbre de leer y se formó asistemáticamente leyendo en las  bibliotecas gremiales de cuya creación participó. Me legó esa mala costumbre de  leer y tratar de aprender de todos, aún de los que enseñan mal, actitud que a  su vez la estoy trasmitiendo a mis hijos. Quizá por allí haya otros desviados  como mi familia y yo y la siguiente generación sepa para qué son los actos, qué  es lo que se trata de celebrarse y en lugar de dejarse llevar solamente por el  clima festivo puedan reflexionar y preguntarse si vale la pena celebrar o más  bien conmemorar.
            Conmemorar,  construir una memoria conjunta, recordar, volver a sentir quiénes somos, de  dónde venimos, hacia dónde vamos porque aunque dispongamos de “soma”  gratis, no podremos evitar la angustia de saber quines somos en el quinientos  seis y en el dos mil también.
            Pero para  reflexionar habrá que recordar a aquellos que entregaron sus vidas, sus  posesiones que cruzaron desiertos, cordilleras, pantanos, surcaron mares,  desafiaron las nieves, entregaron su honra y soportaron la tortura, la  humillación y el exilio para que otras generaciones tuvieran un suelo al que  llamarle Patria, unos colores para reconocerse y una ley que los ampare.
                 
                Rafael Gutiérrez
                
                  
                    
                        Recuerden que se ha despenalizado la tenencia y uso privado de  drogas. 
 
                   
                  
                      A fin de  cuentas beben a la salud de San Patricio sin tener ningún ascendiente irlandés  y ni siquiera practican el catolicismo.
                   
                  
                      Soma era la  droga mágica que el gobierno proveía a todos los ciudadanos en la novela Un mundo feliz