
i bien el contenido del presente tema nos toca muy de cerca a los norteños, sigue resultando embarazoso expresar en la merecida dimensión la grandeza que envuelve y refleja cada vez más, día a día, el intelecto, la personalidad y la genialidad de quién es el más grande de los salteños de todos los tiempos; como enorme Héroe Nacional y de esta parte del continente americano sin caer en reconocidos elogios. Aunque ahora quiero resaltar algunos hechos acontecidos durante la resistencia ofrecida que impidió el avance de los realistas, y a la vez, destacar la ferocidad de los oficiales y soldados que lo acompañaron, transcribiendo algunos párrafos que se incluyen en los discursos de testigos presenciales. Debido a los permanentes reveses que por el despliegue de las estrategias aplicadas por los gauchos de Güemes le fueron asestando al enemigo en sus intentos por ganar terreno, en los primeros días del mes de setiembre de 1816, arribó al continente la fragata bautizada “Venganza” trayendo al nuevo general en jefe del ejército realista del Alto Perú: mariscal José de La Serna y sus oficiales: Jerónimo Valdés, Antonio Seoane, Fulgencio Toro y Valentín Ferraz; entre otros obstinados y soberbios. A poco de desembarcar y desatendiendo de hacer una visita de cortesía a la ciudad de Lima para saludar al virrey, de La Serna se limitó a hacerle llegar un oficio en que comunicaba su arribo y lo que se había planeado durante la travesía. Entre las formalidades dirigidas, expresó: “(…) creo podría lisonjearme el asegurar a V.E. que formaría un Cuerpo de Ejército capaz de entrar con él a Buenos Aires para el mes de mayo del próximo año, siempre que las circunstancias políticas y topográficas lo permitan (…)”. Analizando este escueto párrafo, vemos el predominio de un fuerte aire de suficiencia obtenido por la experiencia acumulada en el transcurso de la guerra contra Napoleón, triunfo que lo estimulaba a proclamarse a sí mismo con el pomposo rótulo de “fabuloso estratega”. Además, sabemos que sentía un marcado menosprecio hacia nuestros guerreros, nativos y criollos, a la vez que resaltaba asegurando que eran gente que merecía “una total desconfianza de su lealtad y de su capacidad en tácticas de lucha”. Estos recién llegados, lo hicieron ensoberbecidos y deseosos de querer demostrar superioridad militar y dominio del campo de batalla; y con una mentalidad de neto corte avasallador que, el propio mariscal, señalara en una carta enviada oportunamente al teniente coronel Francisco Pérez de Uriondo, quién por orden de Güemes amparaba los territorios de Tarija: “(…) ¿Cree usted por ventura que un puñado de hombres desnaturalizados y mantenidos con el robo; sin más orden, disciplina ni instrucción que la de unos bandidos, puede oponerse a unas tropas aguerridas y acostumbradas a vencer a las primeras de Europa; y a las que se haría un agravio, comparándolas a esos que se llaman “gauchos”; incapaces de batirse con triplicada fuerza, como es la de su enemigo? (…)”. Pocos meses más tarde tuvo que tragarse sus palabras y sentimientos y retirarse derrotado frente a las tropas del General Martín Miguel de Güemes. Los hechos le respondieron entonces y supo el significado de ser al mismo tiempo, “verdadero líder y estratega”.
“La Gazeta de Buenos Aires”, algunos días más tarde informaba del triunfo que las tropas Patriotas habían tenido en el norte: “El título de Gaucho, mandaba antes de ahora una idea poco ventajosa del sujeto a quien se aplicaba; y los honrados gauchos, labradores y hacendados de Salta han conseguido hacerlo ilustre y glorioso, por tantas proezas que les hacen dignos de un reconocimiento eterno”. Como muchos otros cronistas y personalidades de la época que narraron algunos sucesos, rescato líneas de las Memorias del General Guillermo Miller (al servicio de la República del Perú), al referirse a un pasaje de la Guerra Gaucha: “(…) La Serna no pudo penetrar más en el interior del país, ni sus tropas ocupaban más terreno que el que pisaban, y en ningún caso fuera del alcance de sus fuegos, por hallarse siempre cercado de gauchos, aunque en número tan desproporcionado, cuanto escasamente compondrían tantos cientos como miles tendría aquel general. El mismo La Serna participó del desaliento y desesperación general. Detenido a la entrada misma de las Pampas por un puñado de indisciplinados, pero bien montados gauchos, se halló con el desagradable desengaño de que sus decantados planes de hacer la guerra en regla, eran inaplicables al país en donde con tanta ostentación había intentado introducirlos, y al fin tuvo que abandonar Jujuy y retirarse a Cotagaita para evitar su total ruina (…).”
Es preciso tener en cuenta la capacidad y el carisma del General Güemes con que movilizó a la población semiurbana y campesina para que tomara parte de la Guerra por la Independencia, en las jurisdicciones de Salta, Jujuy y Tarija entre 1814 y 1821, y enfrentar las invasiones realistas. Esta militarización que entonces realizara don Martín Güemes, fue vista desde la ciudad capital como “una gran congregación de los habitantes del límite septentrional del país”, pues para el poder político y militar de las “Provincias Unidas del Río de la Plata” centralizado en Buenos Aires, la asonada social que la animó y llegó a sostener exitosamente, tuvo los caracteres propios en el contenido de la guerra altoperuana; que se desarrolló por más de diez años en el escenario de las jurisdicciones de Salta, Jujuy, Tarija, Tupiza, Oruro y Cochabamba. Los hechos históricos señalan que el teatro de la Guerra por la Independencia, abarcaron desde el Río Desaguadero al Norte (límite de los virreinatos del Perú y Río de la Plata) hasta el Río del Juramento al Sur de la provincia de Salta. Por entonces, los lazos que unían a las poblaciones del actual Noroeste Argentino con las del Alto Perú, eran muy estrechos; vínculos comerciales, sociales, políticos y militares, que explicarían el modo en que se popularizó la insurrección a su mando. Quizás el argumento que alcance a explicar el poder de reclutamiento y liderazgo de don Martín Miguel de Güemes, además de sus dotes personales, haya residido en el encendido patriotismo de “mis Gauchos”, a los que estimaba como “los campeones abrasados por el sagrado fuego de la libertad de la patria, y altamente entusiasmados con el patriotismo más puro e incorruptible”; y su predisposición de proteger “a quienes abandonan sus casas, hogares, familias y esposas, por correr presurosos a la defensa del país amenazado (...)”. Enormes hombres que acompañaron a un más enorme líder, y a los que el general realista Pedro Antonio de Olañeta, demostraba su marcado desprecio llamándolos “pelaillos”.
Mucho se escribió y se escribe sobre la personalidad y obra de nuestro Héroe Máximo, aunque creo que lo medular de su identidad y de su sentido de pertenencia quedaron definidos de la mejor manera por la pluma de un “veterano de la Independencia y antiguo oficial del ejército de Salta, (según sus propias palabras) don Zacarías Antonio Yanci, cuando en un parágrafo dice: “(…) El poder español, reducido en Jujuy al estrecho terreno que pisaba, cayó en el desaliento que era natural le produjera la persecución diabólica de un enemigo que parecía le atacaba revestido de alas, y favorecido en las tinieblas por la luz del infierno (…). San Pedrito -pues así se llamaba el lugar inmediato a la ciudad donde tuvo lugar la sorpresa- entró a figurar desde entonces en las páginas que trazan en la Historia uno de los mejores hechos propios del arrojo del Gaucho. La sorpresa de San Pedrito obligó al general vencido a enviar a nuestro campo un parlamento (…). Esto, no obstante a las puertas del Alto Perú, un solo hombre acompañado por tres pueblos protestaba de la agresión a su Independencia, y arrojaba a punta de sable y lanza a los últimos sostenedores del pendón de los Leones de Castilla.
Esos pueblos eran Salta, Jujuy y Tarija.
Ese hombre se llamaba Martín Miguel de Güemes”.