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Víctor Fernández Esteban

Un bicentenario hace tiempo

En 1976, se encendían las luces para celebrar en Estados Unidos de Norteamérica el bicentenario, aquí comenzaban a apagarse. El tiempo es un factor de riesgo en la comparación. Se puede caer en la sinrazón de creer que todo fue mejor, como dice la copla, o imaginar que hubiera sido otro el destino con sólo haberlo deseado.  Ser testigo de un hecho y de otro tiene sus ventajas, la única -acaso- haber estado presente. Este año, y discusión anexa, se celebran doscientos años de la Revolución de 1810. Algunos tomaron cómo válida la acción y el concepto de saberse criollos, habitantes de América o simplemente de otro espacio que no fuera Europa para comenzar la cuenta. Así el primer hecho significativo fueron las Invasiones Inglesas para concluir con la Declaración de la Independencia.

La Década del Bicentenario fue acuñada como expresión comprensiva de una toma de razón del destino elegido.  Por cierto que suele referirse, por algún motivo de precisión escolar, a días y años como si el hecho histórico y el pensamientos estuviesen constreñido a ser un instante y no un complicado proceso que abarca un tiempo  imprecisamente extenso. La Revolución Norteamericana, la Francesa, la de Mayo y las que seguirían  marcaron a las naciones tienen un día a recordar, por haber vencido el revolucionario. No se cuentan, o no se festejan obviamente, las derrotas, los planes, los anhelos.  Entonces fueron muchos los generales, los espontáneos cuerpos armados, y la clase social que debió luchar para conservar sus vidas y haciendas. Veces hubo en que fue una nación, una incipiente región, una forma nueva de expresión cultural o una actividad, como el comercio, lo que estaba en juego.

Cara o seca para definir.

Así quizás se explique el por qué  del afán de exactitud y los enconos en no tomar al proceso de cambio de una generación como elemento de conciencia para definir un cambio. Hoy, la lectura de la historia hace que sepamos y cotejemos con significativa celeridad a los hechos históricos. Uno de ellos es la inmejorable distancia temporal y la posibilidad de cruzar grandes sucesos como referencias que agrandan o empequeñecen acciones o movimientos. También es cierto que lo hacemos con otros ojos científicos y con una ideología que nos aproxima a una conclusión. Allí era donde apuntaba al principio, a tratar de entender, ese tiempo y ese espacio sin más afán que entender.

Aquel Bicentenario de 1976, lo pude vivir, por vivir precisamente allí. Lo primero que tuve a mano para recordarlo fueron los hechos cotidianos que provocaban las preguntas de rigor. Lo de todos los días tenía una mención a cómo fue doscientos años atrás. Desde las comidas, las calles, el transporte, la vestimenta y las comunicaciones. Es decir, lo que el ciudadano vive como cotidiano. La televisión, era parte esencial de una permanente comparación de situaciones visuales, una aliada para la comprensión de los hechos. En un país capitalista como pocos, las propagandas comerciales tomaban la figura de pro hombres para ofrecer productos y mostrar sus duraderas virtudes. Los periódicos dedicaban una gran cantidad de centímetros a dar testimonio de aquellas acciones que contrastaban con actuales actos de gobierno. El pueblo de los Estados Unidos sabía, porque lo recordaban a diario, hechos en los que habían participado el pueblo. En la escuela todo tenía el halo de Bicentenario. El papel en el que se escribía, los anuncios en las actividades deportivas y  la ropa que tenía una considerable rebaja si tenía la leyenda “Bicentenial Year” (Año del Bicentenario)  Algunos audaces festejos incluyeron los preparativos del Tricentenario con monumentos que sólo eran depósitos donde quedaban testigos de ese Bicentenario, como cuadernos, remeras y bates de beisbol. Claro, el pueblo, la gente de todos los días, en ese tiempo no quería liberarse de otra cosa que no fuera el consumo que dejaba, a su vez, como testigo de su tiempo.

Tal vez allí resida la clave para entender -sin juzgar- el afán de tantos cañones, sables, escudos, blasones y generales. Liberar lo que oprime tiene sus símbolos tangibles y también los invisibles como parte del mensaje a los que vendrán.

Este Bicentenario nuestro, pareciera, sólo pareciera que tiene más aristas que  sustancia. Sin embargo y pese a los esfuerzos por convencer de lo contrario a la gente -al pueblo- el festejo es otro.  Se tiene, en la conversación y en la respuesta a la masividad de la propaganda oficial, una cautela que hace pie en conceptos aprehendidos en la escuela, en la universidad, en la tradición oral y en la posibilidad de cotejo que ofrecen los medios de comunicación. Así que, se vive por un lado una medida de festejo y por otro una justa y precisa medida de festejo. La diferencia está dada en que se celebra desde la interioridad del pensamiento del pueblo, no desde la imposición.  Nadie discute los hechos históricos a tomar en cuenta desde la Invasiones Inglesas a la Declaración de la Independencia, pero sí todos piensan en que aquellos tuvieron cambiantes referencias que no siempre apuntaron a un resultado.

Nosotros hoy ponemos el resultado como una poderosa conciencia popular. Quizás porque es una resultante pero no lo fue del todo hasta no hace mucho. Cuando el pueblo se siente parte del festejo es porque el pueblo ha sentido que era parte del hecho. Hubo mujeres que cocinaban, zapateros, hubo sastres, poetas insignes y no sólo generales abnegados, cargas de caballería gloriosas, ilustres apellidos de calles y damas de reconocida prosapia.  Festejar el festejo, es saberse parte del pueblo. Ni el Bicentenial Year fue la panacea ni éste es otra. Fue lo que fue porque la gente fue parte de él. Éste, el nuestro, el Bicentenario de la Patria, puede ser el que queremos que sea porque hemos elegido contar desde la Revolución de Mayo. Mas no hay precisiones posibles para la memoria colectiva. Puede o no importar la máscara de Fernando, las guerras napoleónicas, los godos, y otras tantas hasta, inclusive, la letra impresa que mencionaban las palabras: Declaración  e Independencia.

Un Bicentenario es algo serio, tanto que lo festeja el pueblo o lo olvida. No hay estado nacional o provincial que lo pueda imponer, el pueblo, tan sabio como el paso del tiempo, lo tiene presente para pensar que el pasado  es la sombra de la luz del futuro.

 

 

EDI-Salta 2014 en el Bicentenario de la Patria
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