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José de Guardia de Ponté

Han pasado 6 años desde ese bicentenario del 1810 - 2010. Muchos planteamos la necesidad de abordar un bicentenario más reflexivo que festivo ya que era necesario poner un punto de inflexión, un antes y un después para refundar la nación. Creíamos en una oportunidad inmejorable para abordar nuestros problemas, buscar una comprensión y planificar en conjunto las estrategias necesarias para solucionarlos. El hecho mismo de poder replantearse problemáticas que de por sí son incomodas ya era un punto interesante.

A pesar de los esfuerzos de algunos sectores de la sociedad para encaminar el bicentenario en este sentido, organizando y llevando a cabo encuentros, paneles debates y congresos los seis años pasaron sin pena ni gloria siendo luego toda la atención nacional fagocitada por las pugnas políticas que se centraron en las elecciones del 2015.

Existe en nuestro mundo una corriente que impone la globalización y la sociedad de mercado moderna y con ello avanza una cultura que promueve un menosprecio de los valores que salvaguardan el bien común y la libertad colectiva, en favor de un individualismo sordo al sufrimiento social. La ética se ha convertido en un recurso abstracto y teórico más que una experiencia primordial de la vida humana.

Mientras los políticos se destripan y se etirpan los secretos de su propia corrupción y al mismo tiempo se afanan por ver que pueden sacar en beneficio, muchos males siguen vigentes. Por esta razón es necesario seguir debatiendo sobre esta cara oculta de la sociedad postmoderna en donde reina la indiferencia de masa, autonomía privada, innovación superficial y el futuro no se considera o asimila; esta sociedad quiere vivir aquí y ahora. También puede notarse una nueva era de consumo que se extiende hasta las más cerradas esferas; el consumo de la propia existencia a través de la propagación del sufrimiento.

La cultura postmoderna amplía el individualismo al diversificar las posibilidades de elección, anular puntos de referencia, destruir sentidos únicos y valores superiores; es una cultura despersonalizada o “hecha a medida”. Predomina en esta era el valor del derecho de realizarse por encima de los demás.

Creemos fervientemente que es necesario trabajar en una cultura social que promueve valores colectivos de entendimiento, respeto y cooperación, desde donde nace el conocimiento y la base de un concepto moderno del trabajo y de la producción. 
Este sublime esfuerzo debemos orientarlo hacia los jóvenes, verdaderos herederos del vacío que estamos dejando.

José de Guardia de Ponté

 

 

 
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