urante la primera década del siglo pasado hizo eclosión la “cuestión social” como consecuencia de la incipiente industrialización del país y de las ideologías que predominaban en el movimiento obrero dirigido por socialistas y anarquistas, en su mayoría inmigrantes. El caldo de cultivo brotaba de la falta de atención a los graves problemas laborales (jornadas extenuantes, trabajo de mujeres y niños, accidentes de trabajo, etc) por parte de las clases dominantes (representadas en el Partido Autonomista Nacional –P.A.N.-, que gobernó el país desde 1880 hasta 1916, de la mano del Gral. Julio Argentino Roca). La “aristocracia” nacional sólo reaccionó cuando el reclamo obrero adquirió sesgos violentos y comenzó a afectar los intereses económicos de aquel sector. Hacia el año 1902 se perfilaron dos actitudes frente al problema: represión o tolerancia acompañada de protección a los desposeídos. Inicialmente triunfó la primera posición encabezada por Miguel Cané que logró el dictado de la triste “Ley de Residencia”. La actitud represiva sólo logró exacerbar la violenta resistencia de los obreros. En 1904 el Ministro del Interior, Joaquín V. González, convocó a lo más granado de la intelectualidad argentina (Lugones, Ingenieros, Bialet Massé, Malbrán, del Valle Ibarlucea, Palacios, etc.), aún siendo –casi todos- de origen socialista, encomendándoles la preparación de un proyecto de Ley Nacional de Trabajo. Ese proyecto contiene normas progresistas todavía no superadas, pero fue rechazado por el sector obrero y –categóricamente- por los representantes del capital. Los trabajadores, (recordamos: mayoritariamente anarquistas y socialistas), veían que se les arrebataban las banderas de lucha y también cuestionaban algunas disposiciones que –efectivamente- no eran tan progresistas.
Se llegó así a las vísperas del centenario con un problema irresuelto y con recientes actos de violencia (asesinato del Cnel. Ramón L. Falcon, Jefe de Policía) que hacían temer por el éxito de las celebraciones. Sin embargo las mismas transcurrieron con relativa tranquilidad.
En las vísperas del nuevo centenario no hay problemas: la clase obrera ha sido “domesticada”, sin ilusiones ni utopías, conducida por una mayoría de sindicatos complacientes.