LA AGENDA DE LOS BICENTENARIOS: NACIÓN, IDENTIDAD  Y FUTURO
                “Siempre hemos sostenido que, por encima de  discrepancias y matices ideológicos, hay una inteligencia argentina que  reproduce la vocación popular hacia la unidad y la personalidad irrenunciable  de la nación” (Arturo  Frondizi, “Cultura para el desarrollo y la autodeterminación de la Nación”, en Cultura Nacional, p. 366. Ed. Crisol,  Buenos Aires, 1976).
                Tal vez sea una percepción subjetiva, nada más, pero pareciera que los  argentinos no le estamos prestando la debida atención a los Bicentenarios. ¿Qué  implicancia tiene?, pues nada menos que dejar pasar la mejor oportunidad de reencontrarnos  como nación en nuestro peregrinaje histórico, poner en común y revisar las  distintas etapas –las heroicas, las difíciles, las amargas, las señeras- que  nos han hecho tal cual somos, con nuestra carga de virtudes y defectos, de  esperanzas y frustraciones que bien conocemos. ¿Persistiremos en la común  unidad nacional? 
                La agenda de los Bicentenarios.
                                  A nivel  nacional y en las provincias existen comisiones oficiales para los Bicentenarios,  que vienen trabajando con diversos niveles de dedicación y respuestas. También hay  comisiones paralelas (esto es, no oficiales), que lo hacen por aparte con otras  ópticas e intereses y hasta con desconfianza. No es motivo de este trabajo  analizar el funcionamiento de ellas, pero es preocupante que las acciones hasta  hoy realizadas estén masivamente ignoradas o no despierten entusiasmo ni converjan  sus temarios y conclusiones en algún momento. 
                                  Existe un  “Comité Permanente del Bicentenario” –www.bicentenario.gov.ar- integrado por el  Jefe de Gabinete de Ministros, el Ministro del Interior y el Secretario de  Cultura de la Nación, el cual procura movilizar vía internet mediante preguntas  del tipo “¿Cómo caracterizarías a los argentinos hoy?” o ¿”Qué pensarían los  gestores de la Independencia si pudieran ver el país hoy?”; o por medio de  foros temáticos, que hasta ahora fueron cuatro: innovación tecnológica y  desarrollo; seguridad y ciudadanía; Brasil y Argentina: política cultura e  integración, y el más reciente sobre políticas públicas para la reducción de la  desigualdad; todo desde una inevitable mirada centrípeta. En Salta, a su vez,  existe una “Comisión Provincial Década Bicentenaria 2006 – 2016”, que preside  el Ministro de Gobierno, la cual carece de sitio propio, por lo que para  conocer sus actividades hay que ingresar a la página oficial del Gobierno de  Salta. 
                                  A lo mejor lo  “oficial” despierta suspicacias y prevenciones debidas a la identificación del Estado  con una suerte de superestructura alejada del bien común. Lamentablemente la  política y sus instrumentos básicos de acceso al poder (los partidos), se han  desprestigiado tanto desde hace un cuarto de siglo que el gran público percibe sobre  todo las carencias, omisiones y falta de grandeza en su dirigencia (toda dirigencia, agrego, no solo la política). T. Halperín Donghi en el cierre de Proyecto y construcción de una Nación -  1846-1880 (p. 159, Emecé, Buenos Aires, 2007), refiere la preocupación que  generaban en J.M. Estrada los “problemas argentinos” a 70 años de la  independencia y, curiosamente, ponía a la cabeza la esterilidad de la vida política consecuencia del divorcio entre  política y sociedad, que parece estar en nuestro ADN. Cualquier parecido con la  realidad actual no es mera coincidencia. El factor humano es el principal  condicionante incluso al extremo de tener que remontar la drástica observación  asignada a Raymond Aron, cuando sin anestesia explicó que para él  la Argentina fue la mayor decepción del siglo XX ("Siempre me pregunté  cuál es la razón por la cual un país con todos los recursos para constituirse  en una gran democracia occidental tenía tal carencia de una clase  política"). 
                                  En este panorama  de anomia y labilidad político-institucional, la bienal e ininterrumpida  concurrencia a las urnas no nos hizo necesariamente más democráticos ni más  buenos o responsables. Así, ¿qué interés despiertan 1810/1816 – 2010/2016 en un  contexto de relativismo y globalización? 
                                  Tuve ocasión  de exponer acá en Claves sobre “Un plan geoestratégico para Salta” (nº 176, diciembre  2008), disparador de un debate posterior de repercusión y derivaciones -para  bien- impensadas. Ese plan se justifica en tanto la ocasión para elaborarlo,  discutirlo e implementarlo, es precisamente la de los Bicentenarios. En tal  línea de pensamiento y acción, hay un aspecto que al menos quien escribe estas  líneas no ha visto en las agendas ad hoc y se refiere a la ardua cuestión de la cultura e identidad nacionales. 
                                  Sirvan,  pues, estos párrafos de introito y evidencia de mi integración al vasto e incógnito  grupo de ciudadanos que para esto de los Bicentenarios estamos “autoconvocados”,  aunque predispuestos a colaborar con la re-magnetización de nuestra dislocada  brújula.
                Del “qué somos” a “qué queremos”.  
                                  La presente  nota fue inspirada por dos sucesos que en apariencia no tienen nada que ver uno  con otro, pero sin embargo poseen vasos comunicantes como las aguas  subterráneas. El primero fue el de la patética jueza contravencional Rosa  Parrilli, gran incumplidora de normas y pertinaz elusora de sanciones ella  misma, quien explayó su fastidio emprendiéndola contra dos anónimas empleadas no-rubias. El otro caso refiere una temática  del “interior profundo”, que el Nuevo Diario (ed. 4/10/09 p. 14) tituló así: “Pueblos  originarios plantearán el pago de la deuda histórica”, en una etapa más del crescendo indigenista al que las  autoridades no prestan debida atención. (¿En qué jaleos terminarán acorralándonos  este imaginario país supremacista caucásico y la abyecta demagogia clientelista?).
                                  Analizando esas  situaciones, y pese a su distancia física y conceptual, las dos expresan una visión  etnocéntrica: la Parrilli hablaba en y desde esa Buenos Aires que identifica  automáticamente lo argentino con la  capital del imperio inexistente; por su parte, un jefe guaraní, al anunciar el  Foro de los Pueblos Indígenas del Norte de Argentina, pasó factura nuevamente por  la “deuda histórica” que tienen los estados con las naciones originarias, en  nombre de los descendientes del etnocidio producido desde quinientos años atrás  a esta parte con diferentes metodologías.
                                  Marcar el  contraste no tiene más objeto que poner en la mesa de debate lo relacionado a  nuestra memoria histórica, identidad y cultura. Probablemente la baja  autoestima que portamos por estos tiempos, nos impide considerar que tenemos  realmente una identidad nacional,  sumatoria de identidades locales preexistentes a la primera. Se trata por cierto  de un terreno difícil y aún los expertos no terminan de ponerse de acuerdo,  pero conscientes del desafío intelectual que conlleva la problemática, su  tratamiento está justificado. Baste la referencia de algunos prohombres para  corroborarlo; ahí están Sarmiento y su Facundo,  Joaquín V. González y La tradición  nacional, Ezequiel Martínez Estrada con Radiografía  de la pampa, por citar apenas tres imprescindibles a los cuales podríamos  agregar una larga lista. Es necesario, además, que los salteños revaloremos  nuestro aporte al legado histórico común, por idiosincrasia, cultura y  geografía.
                                  Posiblemente  por eso, durante la construcción de la primera Argentina en la primera centuria  y a partir del ingreso de grandes flujos migratorios internos y externos, nos  desvelaba saber “¿qué somos?/¿quiénes  somos?”. La incógnita del bicentenario tendría que transformarse tal vez en  algo más pragmático: “¿qué queremos hacer?”.  La respuesta al segundo interrogante parte del supuesto ya dado de saber quiénes  somos, ¿o es que todavía no estamos seguros de ello? Sin embargo, las dos noticias  citadas parecieran indicar que, pese al tiempo transcurrido y en lo que hace a  nuestra identidad y cultura nacional, todavía no hemos avanzado lo suficiente porque  no hicimos lo necesario. 
                                  Fragmentar  más lo que aparece fragmentado puede conducirnos a un callejón sin salida y  convertirnos en un archipiélago sin contacto. ¿Acaso los argentinos tenemos  tantas diferencias culturales? Es cierto que “La identidad cultural es una  necesidad humana de auto afirmación y reivindicación constante”, según afirma  Fernando Báez en su gramsciano El saqueo  cultural de América de la conquista a la globalización (p. 309, Ed. Debate  – Sudamericana, Buenos Aires, 2009), pero los indicadores culturales que han teorizado  los antropólogos están adecuadamente bien identificados en nuestro país y  generalizados en todas las regiones de la patria.
                                  No deja de  ser un problema, entonces, desatender la identidad nacional, ya que en función  de un plan estratégico impostergable, éste no puede surgir de la nada ni  construirse a partir de una tabula rasa.  Al contrario, aunque hace cincuenta años carezcamos de un proyecto superador,  para que tenga firmeza y proyección requiere raíces reconocibles y profundas, lo  cual implica una revisión del pasado y compromiso con el presente para pergeñar  un futuro viable. No hay otra manera de corregir errores y fijar las prioridades  para los destinatarios, que somos todos, en especial aquellos excluidos de todo  reparto. 
                Las deudas impagas.
                                  La  Argentina, cruzando ya el umbral de la  esperanza que abriga el segundo centenario, es un país con deudas sin  saldar y no está llegando a los fastos con la mejor predisposición de ánimo. En  vez de avocarnos de lleno a la consideración de lo acontecido en el transcurso  del corto siglo XX para mejorar nuestra calidad humana e institucional,  seguimos anclados en el pasado inmediato. Ninguna nación se reconstruye con  sólidos fundamentos con la difuminada premisa “ni olvido ni perdón” entronizada  en los últimos 50 años, la cual se aplica tanto a las dictaduras militares mal  paridas en los golpes de estado habidos desde 1930 en adelante, como para la  Campaña del Desierto o el reparto de la renta agropecuaria. Nuestros jóvenes reclaman  respuestas prácticas y concretas que no les da una sociedad exacerbada,  acostumbrada a mirar apenas el corto plazo y a cabalgar sobre la coyuntura, un  país que les niega las oportunidades que han tenido sus padres y seguramente mejor  sus abuelos. 
                                  En La santa locura de los argentinos (p. 9,  Emecé, Buenos Aires, 2006), Abel Posse empieza con una verdad tan simple como  aleccionadora: “La de Argentina, como la de todos los pueblos, es una historia  particular. Tiene mucho de aventura nacida de la voluntad y de apuesta de  aventureros afortunados”, ni más ni menos. Asumámoslo y nos ahorraremos  trabajo; no nacimos aristócratas ni patibularios, apenas aventureros que  construimos un país en un deshabitado confín del mundo. Estos últimos 100 años  han sido apasionantes y en ellos coexisten lo mejor y lo peor de nuestra  idiosincrasia, desde la conformación de una clase media formidable hasta la  participación de la clase trabajadora en el reparto de la riqueza y del poder  político; desde la abrupta cancelación de un modelo productivo industrialista  hasta la implementación de una economía especulativa desentendida de las  necesidades humanas. Hemos vivido las peores tensiones sociales con mucho de lucha  civil e incluso guerreado contra una ex potencia imperial y, tal vez por todo  eso, olvidamos prepararnos para el mediano y largo plazos en un mundo que muta  sin prisa y sin pausa hacia un nuevo esquema de poder. Pero sucede que necesitamos  tanto de ese mundo como ese mundo necesita de nosotros. 
                                  Por eso es preferible  pensar qué queremos hacer en adelante pues las respuestas siempre han de bucear  y rescatar nuestra memoria histórica. ¿Acaso no estamos conscientes de que  hacia 1910 estábamos entre las diez principales naciones del planeta y hoy  somos una incógnita, un país sin rumbo? Estamos obligados a seguir buscando  respuestas a las mismas preguntas de siempre, pero también urge avanzar en  temas concretos en una línea superadora, inter  alia: 1) demografía, pues el nuestro es un país vacío y con población  pésimamente distribuida; 2) industrialización de materias primas en los lugares  donde se extraen o cosechan; 3) integración física y espiritual de la nación  mediante toda clase de comunicaciones (desde carreteras a internet); 4)  replanteo de la cuestión federal, renovando el federalismo de concertación (que  comprenda tanto a la Aduana, la coparticipación fiscal, los Consejos Federales e  incluso entes como el INADI); 5) ingreso irrestricto e inmediato a las  tecnologías de punta; 6) lucha frontal contra el hambre y la miseria; 7) rescate  y revalorización de la ética pública, despolitizando los órganos de control; 8)  reconstrucción de la dirigencia política y social, limitando la perpetuación en  los cargos (sea en la AFA, sindicatos o clubes de barrio), además de una  profunda reforma del régimen legal de los partidos políticos y su  financiamiento. Los primeros cinco son para el mediano y largo plazos; los  restantes para abordar en nuestra apremiante coyuntura. El conjunto permitirá  elaborar la síntesis que hace falta.
                                  Argentinos,  ¡a  las cosas, finalmente! 
                 
                Revista Claves nº 184 – Octubre 2009