Bicentenario del  25 de mayo de 1810
                
stamos a  doscientos años de aquel reventazón de nobles impulsos, de ese sano arrebato elaborado  con tenacidad de ideas y pasión, en favor del estímulo intelectual para el  individuo y la sociedad toda, puestos al servicio de la ciclópea causa emprendida  con férrea decisión.
                Era una sociedad  secreta compuesta con patriotas esclarecidos,   llamada la Junta  de los Siete,  núcleo central e invisible  del movimiento, que  fue construyendo con  tiempo y bajo poncho el andamiaje, donde se apoyaría el gigantesco esfuerzo que   logró la autonomía y la libertad para  nuestro pueblo,  sometido hasta entonces  al escarnio de la corona española.
                Fue necesario  encararlo al Virrey Cisneros de igual a igual, mirándolo a los ojos, no  pidiendo nada, sino exigiendo su dimisión y el reconocimiento al  Cabildo Abierto y a su primer Gobierno Patrio.  Todo fue cuestión de tiempo y del momento idóneo para actuar antes de que nos  mutilaran los sueños y, así romper las ligaduras que nos mantenía atados y  sometidos. 
                Glorioso  aniversario del 25 de mayo de 1810, que fue y es fecha de festejo para los  argentinos, porque nos recuerda un plebiscito, una revolución pacífica,  regeneradora y fecunda hecha en nombre de los derechos humanos y de la  liberación de los pueblos. Por allí ingresamos ebrios de dignidad al ideario  democrático, representativo y republicano, a través de la puerta grande  que supo distinguirnos para un tiempo jubiloso  por venir. 
                Esta oferta del  destino se aprovechó favorablemente, ante el conocimiento del ataque francés a la Junta de Sevilla en España  y, a la opinión generalizada y cada vez más desmejorada del gobierno español de  turno.  Fue cuando se escuchó la  estridencia  del clarín patricio de  Saavedra con su milicia criolla a favor del pueblo. Estaba naciendo una nueva  Patria, amasada con manos limpias, que supieron sostener incólume y con altura el  emblema de hidalguía y de sanos sentimientos, que se venía gestando.  
                Vaya mi voto de  gratitud por todo lo realizado, y otro de admiración sincera a la memoria de estos  seres inmensos. Respeto y honor para estos pilares donde se sustentó esta novel  corriente, que avanzó gallarda con la frente ceñida con el laurel inmarcesible  de la victoria,  tomando posesión de sus  derechos, los que no podrán ser detenidos por nada ni por nadie. Siento en mi  corazón la desgarradora algazara de un ideal propio y colectivo, en esto de  festejar solidariamente  por la grandeza  de estos genios y, que continuará por   generaciones a través del tiempo. 
                 
                                                                     César Antonio Alurralde
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