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Jesús Ramón Vera

Por María Fernanda Abad

Tiene más de 40 años y un poeta adentro. Se le nota cuando calla para pulir palabras desgastadas sobre un papel. El poeta lo habita y lo desvive. Porque - reconoce Ramón, después de varios topetones contra varios paredones - es difícil ser poeta, aquí y en cualquier parte del mundo. Es decir, vivir de la poesía es tan utópico como pretender vivir de pan y cebolla. Por eso, y a pesar de ser uno de los poetas más reconocido entre sus pares, Ramón se aferra a sus nueve horas cátedra de Literatura en un bachillerato de Cerrillos. Y así sobrevive... Ramón. Porque el poeta, en cambio, tiene muchísimo capital y vuela muy, muy alto.

Nació en Salta, el 24 de enero de 1958. Y ya a los once años, Manuel J. Castilla era su dios. A los 19 años se inscribió en un concurso literario. Ganó el tercer premio, y de la mano de Jacobo Regen, Walter Adet y Castilla entró al bar La Imperial, para festejar con unos vinos y para nunca más abandonar ese inestable pero vital espacio que le brindaba la poesía.

Ramón, como casi todos los hombres que la vida después hace grandes, venía de una casa chica. Toda su familia era de Rosario de la Frontera. Su papá trabajaba en Radio Nacional y su mamá vendía tamales. Y del tropel de los recuerdos Ramón rescata la voz de su papá. "Es extraño, porque él apenas si tenía la primaria, pero le gustaba leer poesías. Y cuando yo tenía diez u once años me hacía dormir leyéndome `Trenes al ocaso', de Castilla. El me enseñó. Me acercó".

Después, con los años, Ramón tomó el timón de sus propias lecturas."Empecé por lo tradicional. Especialmente Neruda. Y después leía todo lo que Neruda decía que leía. A García Lorca llegué por intermedio del poeta Roberto Albeza, que siempre me hablaba de él". Pero había más. A través de un disco de Luis A. Spinetta, que se llamaba "Artaud", Ramón conoció a este escritor, y después a Withman, a Vallejo, y renglón por medio, siempre siempre, Castilla. Cuando iba a quinto año de la Escuela Normal, Ramón ya había incursionado en estas y otras páginas. "Era una mezcla de poesía, rock y fútbol de barrio".

Un día lo abrazó el carnaval y a partir de entonces le secuestró para siempre los veranos. Se inscribió en las noches de luna y danza, se animó a los saltos, al canto, al ritual de vestir y desvestir con plumas algunas soledades. "Soy comparsero desde chico. Todavía salgo en los Kambas", cuenta. Ramón leía, vivía y leía. Y entre verso y verso se le iba instalando adentro, desgarrado y sin equipaje, el poeta. Un día, en 1977, Ramón leyó el Intransigente. Decía gran concurso de poesía gran. Y no mentía. Por los jurados, que ya eran grandes: Castilla, Adet y Regen. Pedían 15 poemas. Ramón tenía más, 19 años y un futuro poblado de sueños, "noches de brasero" y "palabras repujadas a punta de cuchillo". Y el concurso le abrió las puertas a esas horas interminables en ronda de poetas.

"Gané el tercer premio, y gracias a eso lo conocí a don Manuel (Castilla), que era para mí como conocer a Dios. Y conocí también a casi todos los poetas de Salta". Y don Manuel le abrió los brazos y las puertas. Antes le había ofrecido - sin saberlo - la savia de su palabra esencial. Ahora le ofrecía su amistad, su calma y su biblioteca. Y entre charla y charla, algún consejo de viejo (o viejo consejo): "Nunca te cases Verita, y menos con mujeres", le decía.

Insuperable, nítido

Ramón Jesús Vera no tiene barba prolija ni lapicera dorada. No tiene mirada altiva ni pose de gran prócer. No tiene almidones ni temblores. Y a pesar de que la vida se ha empeñado en ofrecerle mezquinos espacios, no tiene grandes rencores.

Como se verá, Ramón no tiene muchas cosas. Pero tiene lo que al común de los mortales les falta: el poeta adentro. Y la capacidad de entender -o pretender entender- el mundo desde ese otro inconmensurablemente sensible parpadeo. Y es que Ramón, realmente, escribe poesía. Y lo decía Walter Adet, siempre autorizado para hablar del tema.

Seco y directo, como solían ser sus frases, Adet tenía una perspectiva comprimida y rica al mismo tiempo acerca de la literatura salteña, que tanto lo sorprendía. Al respecto decía: "Lo curioso es que se dé una literatura tan grande en un ambiente tan pequeño. ¿Por qué? Porque hay grandeza en tanta literatura interior: Castellano, Frías... Hay mucha herencia. Como ya dije otra vez, `los elefantes son contagiosos'. Y no se puede escribir cualquier cosa en medio de tanta obra. No faltaron nunca en Salta la cantidad de versistas, de líricos burócratas a los que Pío Baroja llamó `versolaris', copleros, improvisadores, según la Real Academia Española. Es una plaga en Salta. Pero por suerte se ha superado en parte ese viejo concepto según el cual un apellido prominente otorgaba derecho a escribir, daba las llaves de acceso a la literatura. Felizmente, el pueblo va haciendo comprender lo grotesco de estas pretensiones con la sola incorporación de nuevos nombres". Y en un tajo final e implacable, Adet resumía su experiencia de lectura, adonde encajaba, con todas las letras, Ramón: "La grandeza de la poesía de Salta está en nueve poetas. De cada poeta no perduran más que unos pocos poemas. Dávalos es desparejo. La obra de Aráoz Anzoátegui es toda rescatable. Castilla no es tan riguroso. De Miguel Angel Pérez destaco `Cartas de la casa'. De Regen, todo. En la generación del '60 sólo hay dos o tres nombres. Ahora se pretende que aquellos jóvenes eran un cardumen y que los de ahora también lo son.

Hoy hay sólo dos poetas insuperables, nítidos: Ramón Jesús Vera y Rosa Machado. Lo demás son buenas intenciones".

Poeta por opción

A los hombros, Ramón, los tiene un poco caídos. Algunos dicen que es cansancio. Otros saben que también es soledad. El menor de sus hijos, Leopoldo José, juega en las inferiores de Juventud Antoniana. Y en este tramo del relato Ramón desnuda su más familiar impotencia: no haber podido, en ciertas ocasiones, desalojar al poeta. Dice: "Me gusta que él se dedique a eso, porque parece que no va a ser un romántico como el padre. Romántico en el sentido de luchar por bueyes perdidos, o de no saber si te vas a levantar mañana".


- ¿Y es malo ser romántico, Ramón?
- No es malo, pero te trae muchos problemas, muchas carencias, muchos portazos. Y no quiero eso para ellos.

Pero ya está. Ramón sabe que ya está. Elegir el lugar donde pararse sin traicionarse es, en definitiva, lo que le da sentido a la vida. Echar al poeta sabiendo que ya estaba encarnado, hubiera sido muy violento. Más, quizás, que toda la metralla de sutil violencia que sufrió Ramón cada vez que se lo callaba con la indiferencia.

Por eso, a pesar de todo, postula que "son los sueños, el amor, el azar y la revolución lo que a uno lo mantienen con vida". Y recuerda, se recuerda: "Es difícil vivir con nueve horas cátedra. Es difícil ser poeta aquí y en cualquier parte del mundo".

Por dentro, por fuera

A Ramón no le cuesta salirse del centro, acostumbrado como está a quedarse creando en la periferia. Desde ese costadito mira y no sin resquemores responde a la pregunta de cuáles son los poetas salteños que lee o que le gustan hoy: "Es difícil nombrar. Porque implica también olvidar. No sé. Siempre está Regen. También Rosa Machado, Gustavo Rúbens Agüero...".

Y sobre su propia poesía dice, como quien busca un lugar donde anclarse: "Yo sigo creyendo que los poetas subrealistas tenían razón en muchas cosas. Hay cuestiones que la razón y la lógica no logran hacerte comprender, como por ejemplo, por qué hay tan pocos que tienen tanto y tantos que tienen tan poco".

"Yo, en realidad soy de poco escribir. A veces me duermo pensando en la palabra que me falta para cerrar un poema. Y sale en sueños. Parece mentira, pero la parte no conciente trabaja en eso. Es más, también se puede soñar con otras cosas, como por ejemplo, esperar que este año sea mejor. Si vos te ponés a pensar, todo el mundo tiene tendencia al suicidio. Pero todo el mundo se mantiene en pie porque sueña". Y nos habla de un vuelco. Su gran vuelco. "Cuando fui a estudiar Letras a Tucumán, allá por el '76, yo creía que la poesía era el topos urano, pero los militares me hicieron entender que no era así. Conocí casi todas las cárceles de Tucumán, y conocí lo que es perder a muchos amigos que hoy están muertos". "Verita", como le dicen los amigos, también viró el timón "hacia otras capitales culturales". Ya no mira a Buenos Aires, prefiere - dice - la esencia ancestral de Potosí, Cuzco, La Paz, Guadalajara... donde hasta las comidas, sabores y olores son más familiares.

Hace poco, Ramón quiso participar en el Concurso Nacional de Poesía, pero el requisito que decía: edad máxima 35 años, lo dejó afuera. Con respecto a la narrativa, Ramón no tiene rodeos: "No, no tengo capacidad para escribir otra cosa que no sean poemas".

Por azar, amor, elección o depresión, Ramón Vera cobija a un poeta adentro. Liviano y sin equipaje, se mueve entre verso y verso. Conciente de lo que gana y de lo que pierde, camina y desanda palabras. Y entre tachones, crece. A veces solo, a veces reconocido y abrazado. Escribe y nos deja. Se deja.

Edición: Agenda Cultural del Tribuno del 14 de enero de 2001

 

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