l padre Gabriel Tommasini ha sido una figura interesante y de no escaso relieve intelectual, conocida y destacada en el ámbito de la Custodia Provincial de misioneros franciscanos de Salta.
Pocos espíritus como El han dado de sí una mayor abnegación apostólica con una vida enteramente consagrada a las almas; pocos han sido capaces de sujetarse a una acerada disciplina para enterrarse en medio de enfolios amarillentos y estrujados por la mano despiadada del tiempo, para desentrañar los cimientos de la cultura argentina en tiempos remotos y descorrer el velo de cierto misterio que rodea a la existencia aborigen de nuestras tribus autóctonas. Nadie, que se dé cuenta del formidable empeño e inmensa fuerza de voluntad que se necesita para realizar labores tan arduas y fatigosas, podrá negar que la labor histórica y etnográfica emprendida por el Padre Gabriel Tommasini en pro de la cultura argentina, representa un mérito de altísimo valor.
Sus obras, como “Los indios ocloyas y sus doctrineros en el siglo XVII”, “El Convento de San Francisco de Jujuy en la historia y en la cultura cristiana” y los dos tomos de “La civilización cristiana del Chaco”, justifican plenamente nuestras afirmaciones.
Pero dejando de un lado su labor humana de incansable cultivador de la historia, que cae dentro del dominio terrenal, contemplamos al Padre Gabriel Tommasini en su vida de soldado de la milicia de Cristo.
El Padre Tommasini nació en Farnese (Italia) el 9 de noviembre de 1.875. Sus padres fueron Vicente y Francisca Sandrini. Espíritu abierto y dotado de singular talento, muy joven comprendió que lo terreno tiene poco o ningún valor. Supo que la felicidad de este mundo sólo existe en espejismo de óptica ilusoria y que la verdadera sólo está en Dios.
Con estas convicciones lo vemos muy joven abrazar la cruz salvadora del Rendentor vistiendo el 9 de enero de 1.893 en Roma, en la provincia franciscana de Santa María Aracoeli, el humilde hábito de San Francisco de Asís, que durante toda su vida supo llevar con entusiasmo y honor.
Al entrar en las milicias de Jesucristo lo hizo convencido de que su misión era la del verdadero apóstol encargado de iluminar las almas de los infieles con la luz pura de la verdad. Después de haber cursado todos los estudios y habiendo recibido la ordenación sacerdotal en la misma ciudad eterna, el 4 de enero de 1.899, abandona Italia para dirigirse a la República de Bolivia, consagrándose por entero a la evangelización de los pueblos.
El colegio apostólico de Tarija lo acoge entre sus miembros y después de un corto plazo de permanencia en dicha ciudad para aprender la lengua española, se dirige al campo de sus sudores en misión San Antonio de Villamontes, en la margen del Pilcomayo, entro los matacos y chiriguanos.
Su acción misionera de padre cariñoso e incansable en el bien espiritual y material de los indios lo prueba el adelanto del pueblo de su misión, cuando en 1.905 fue declarado por el gobierno de Bolivia preparado para entrar a formar parte de la administración civil de la Nación.
Abrumado por el paludismo, el Padre Tommasini se retiró al Convento de Tarija y, aunque siempre delicado de salud, se entregó al ministerio apostólico en las parroquias de la zona. Después, en el mismo convento desempeñó con acierto el cargo de guardián, hasta que en 1.923, habiéndose creado la comisaría de misioneros franciscanos de Salta, pasó a revestir el primer cargo de comisario en esta nueva jurisdicción que abarcaba los conventos de Salta, Jujuy y Orán. En este nuevo oficio se desempeñó lúcida y acertadamente durante dos largos períodos de intensa labor misionera.
En el desempeño de su elevado cargo en el mes de junio de 1.927, el Padre Gabriel Tommasini fijó su permanencia en el pueblo de Tartagal y salvando obstáculos y sufriendo privaciones, pudo levantar la primera capilla y la primera escuela, incrementando el trabajo de evangelización entre los primeros pobladores y razas indígenas dela zona, de modo que podemos decir que su nombre está unido al nacimiento de la actual ciudad de Tartagal, hoy emporio de trabajo y llamada mañana a un mejor porvenir.
Y como cumpliéndose un imperioso mandato del Señor, en esa tierra de desvelos y fatigas, el Padre Tommasini dejó su cuerpo el sábado 24 de agosto de1.935, volando su alma a recibir el premio merecido de los buenos soldados de Cristo.
Sus restos mortales recibieron cristiana sepultura en el cementerio local, en la tarde del día siguiente en medio de una congoja popular y sólo el 24 de agosto de 1.955 fueron llevados procesionalmente a la Parroquia de la Purísima en donde actualmente reposan.