El más famoso caso de faroles en aquella parte de los Valles Calchaquíes, fue el que sabía salir en el camino de herradura que unía Amblayo con San Carlos.
Los troperos solían hacer el camino arreando recuas de quince a veinte burros cargueros que llevaban quesos de cabra de la zona, para vender en San Carlos y Cafayate.
Los viajes se organizaban para salir bien de madrugada, por temor a transitar de noche por las márgenes del río Salado o Amblayo, ya que durante las épocas de lluvia crecía una barbaridad y se tornaba peligroso, a más de tratar de no toparse con el Farol al cual temían, pues, contaban, solía salir en un determinado lugar de la senda y era muy de mal genio, ya que varios paisanos, decían haber sido aporreados malamente.
Aquel día lluvioso de febrero salieron temprano con la carga de quesos, don Segundo Quipildor, Marciano Sarapura y Sinforoso Erasu. Llevaban veintidós cargueros, dos caballos de refresco y estaban tan bien aviados, que podía pasar hasta tres días de viaje sin necesidad de reacondicionar alimentos ni bebidas.
Hasta la media mañana el viaje iba bien, pero la caída de varios cargueros en uno de los pasos del río y el consiguiente trabajo de tener que rescatar la mercadería, se había llevado gran parte del tiempo, de forma tal que a la oración, no habían podido hacer ni la mitad del camino, razón por la cual no había otra qué hacer un alto en la marcha, prender fuego pues estaban mojados, y descansar a las bestias luego de tan agitado día de lluvias, truenos y cruces del río.
Aterradora experiencia
Sinforoso no bien se apeó comenzó a buscar leña para prender fuego, mientras Marciano y Segundo alivianaban a los animales sacándoles los cajones con queso. Marciano quedó acomodando en el piso la carga y Sinforoso se fue con los animales a un pastizal que estaba como a doscientos metros. Antes de dejar los burros que estaba acollarados, los fue "maniando" de a uno. Cuando llegó al último burro, vió que una luz se acercaba. Para su adentro pensó que era Marciano por la altura. Se puso de pie, lo miró fijo -estaba como a uno veinte metros- y le dijo algo. No alcanzó a terminar lo que quería decir y recibió una tremendo golpe en la boca, otro en la espalda, una violenta patada en la pierna, un sopapo en un ojo otro más en la cara y una violentísima patada en el trasero que lo hizo salir como al trote para adelante, medio agachado por el dolor.
Apenas pudo reponerse de la primera andanada de golpes atinó a gritar el nombre de Marciano, como para decirle que no le pegue más, pero en el acto recibió una andanada de golpes más feroz aún que la anterior, tanto que lo hizo sangrar hasta por los oídos.
Desparramo de quesos y burros
Los amigos, que habían escuchado el alarido de Sinforoso, salieron facón en mano a ver qué pasaba, pero cuando vieron que un furioso Farol lo estaba aporreando intentaron volver sobre sus pasos. Pero aquel los alcanzó y comenzó a propinarles a cada uno una golpiza de la que no se tiene memoria para un cristiano por aquellos lugares.
Los tres gauchos quedaron a la miseria, sangrando por todos lados y con el Farol que enceguecido de rabia los seguía rondando de cerca, como si los sobrevolara en medio del dolor, la sangre y, lo peor, el miedo, el terror que parecía los paralizaba.
Cuando comenzó a amanecer el Farol desapareció pero por dos días los gauchos permanecieron en el lugar sin poder moverse por el dolor. A la noche siguiente, tirados en sus cobijas y aterrorizados lo vieron de reojo meroderar de nuevo, pero como no lo señalaron ni lo miraron de frente, éste pasó varias veces por sobre ellos y nada les hizo.
Al día siguiente, hicieron el camino de vuelta, pues burros y quesos se habían desparramado por todas partes. Aquellos se habían ido y los quesos ya no servían. Volvieron a Amblayo y, al contar lo acontecido, el pueblo entero por años juró no pasar nunca por aquel lugar de noche.
Y así fue.