acida en Salta en 1888, compartió con sus hermanos: Emma -poeta destacada- y Miguel -distinguido historiador-, la vocación por las letras. Comenzó a publicar composiciones poéticas muy joven -con el seudónimo de Violeta del Valle-, en diarios y revistas locales, de Tucumán y en Caras y Caretas.
En 1923 editó Elogio de la vida provinciana (poemas, entre los que se incluye el poema dramático). En los tiempos gloriosos, (estrenado en el Teatro Victoria de Salta en 1918) y Florilegio del Milagro y Santoral. Recibió distinciones en Juegos Florales y del Consejo Nacional de Mujeres, por su novela corta La esposa del Oidor (publicada en El Hogar). Tiene publicados en periódicos algunos trabajos de carácter histórico sobre temas lugareños, y ensayos biográficos sobre personajes locales o vinculados a la historia salteña. Dejó inéditos dos extensos poemarios. Poemas del paisaje y Tiempo añorado y una colección de poemas juveniles.
Dios
Si aquí en tu templo de belleza lleno
Tu grandeza infinita no admirara,
Si el abismo sin fin no contemplara
Del horizonte espléndido y sereno.
Si al universo y su hermosura ajeno
El espíritu ciego se encontrara,
Si tu prodigio ¡oh Dios! No adivinara
De la creacion en el fecundo seno;
Tu imagen indeleble encontraría
Yo de mi vida en el fugaz aliento,
De la carrera en la existencia mía.
Questo que llevo en el cerebro estrecho,
Un rayo de tu luz, el pensamiento!
Y un soplo de tu amor dentro del pecho!
(De la poesía juvenil, inédita)
A la Virgen del Milagro
¡Qué hermosa estás Señora, con tu celeste manto!
Más bella que las flores que mueren en tu altar.
¡Qué dulce tu semblante, qué místico el encanto
Que en torno de tu imagen miramos irradiar!
Tu fúlgida corona de estrellas constelada,
Del Orbe te proclama divina Emperatriz,
La Reina de este pueblo, Señora muy amada,
La Virgen del Milagro, celeste flor de lys.
Excelsa Soberana de todas las naciones,
Jamás imperio alguno mayor que el tuyo fue,
Pues reinas sobre un trono de ardientes corazones
Y brillan en tu aureola los rayos de la fe.
Al culto de este pueblo te tuvo destinada
Dulcísima María, la voluntad de Dios,
Por eso en esas horas de angustia, Inmaculada,
Tu fuiste aquel iris que el cielo nos envió.
Felices los que vieron tu imagen prodigiosa
Cuando desde su nicho intacta descendió,
Aquellos que encontraron, Señora generosa,
Depuesta la corona que en prenda se ofreció.
Felices los que entonces miraron tu semblante
Cubierto de una dulce serena palidez,
Aquellos que te hallaron rogando suplicante
Del Dios Sacramentado postrada ante los pies.
Tu corazón inmenso de Madre Bondadosa
Su amor para los hombres de nuevo demostró,
Y en esa larga noche de angustia pavorosa,
Por ti fue que el divino milagro floreció.
Jesús oyó tu ruego, sencillo y fervoroso,
Tal vez como en las bodas humildes de Canaán,
Y respondió con otro milagro prodigioso,
Tan grande como aquellos del vino y el del pan.
Y el alma de este pueblo vibrando conmovida,
Librada del castigo, del llanto y del dolor,
Al verse por tu gracia salvada y redimida,
Te consagró su Reina, la dueña de su amor.
Te proclamó Abogada, Patrona, Capitana,
Señora y Protectora de esta ínclita ciudad,
Y un trono de realeza, con pompa soberana,
Alzó bajo las bóvedas de magna Catedral.
Ciñó sobre tu frente, de pálida azucena,
La fúlgida corona, magnífica, imperial,
Si de oro y pedrería labraron tu diadema,
También es de oro y perlas la túnica real.
Y versos y oraciones proclaman tu belleza,
De flores se tapizan las gradas de tu altar,
Y en cánticos gozosos ensalzan tu pureza
Las Hijas de María, ¡Oh Madre Celestial!