Por Romina Chávez Díaz
l actor René Jorge Rodríguez nació en Salta el 12 de noviembre de 1940. Su compañera de toda la vida es Teodora Echazú, artista plástica con quien contrajo matrimonio en Buenos Aires, el 16 de junio de 1966. Tienen tres hijos: Sandra Inés, Rafael Jorge y María Eugenia Rodríguez Echazú.
Cursó sus estudios del nivel primario y secundario en Salta y Buenos Aires: la primaria en la Escuela Benjamín Zorrilla (Salta-Capital) y Escuela Juan Bautista Azopardo (San Nicolás, Buenos Aires); y la secundaria en Escuela Normal Manuel Belgrano (San Nicolás, Buenos Aires) y Escuela técnica Nº 77 Justo José de Urquiza (Salta-Capital).
Realizó diversos cursos de formación actoral con diversos profesores, entre ellos María Mercedes Ramos, Roberto Medina, Carlos Beitia, Jorge Merzarni y Carlos Gandolfo.
Trabajó en la Municipalidad de Salta, en el Teatro de la Ciudad desde su inauguración, donde cumplió las tareas de mantenimiento eléctrico, iluminación, maquinista de sala. Llegó a ser supervisor en 1996, cargo que mantuvo hasta el 2002.
En teatro, generalmente obtuvo los papeles protagónicos. Actuó en las siguientes obras: “La fiaca” de Ricardo Talesnik. (1979, Grupo Peña española), “El pan de la locura” de Carlos Gorostiza (1981, Grupo El Galpón), “Cambalache Siglo XX” (1982, Grupo Teatral Salta), “América de Nuevo” (1992) sobre textos de Juan Ahuerma Salazar, puesta en escena en conmemoración a los 400 años de la Fundación de Salta); “El ex-alumno”, de Carlos Somigliana (1993, obra participante en la Fiesta Provincial del Teatro. Selección provincial para la Fiesta Nacional del Teatro 89’ en Mendoza); “Equus et. Deus”de Peter Shaeffer (1996); “El Burgomaestre” (1997); “Los Compadritos”, de Roberto Cossa (1998, La Runfla Teatro); “Pueblo negro” (2000, GIT, adaptación de Jorge Renoldi sobre un cuento de García Márquez, seleccionada para representar a la provincia en la XVI Fiesta Nacional del Teatro, en Santiago del Estero. Participó en el Tercer Festival de Teatro de Zicosur-Chile- en el 2001). En el año 2000 actuó además en: “El gitano de la Macarena” (apología a la amistad) de Juan José Reyes, “Un milagro en mi pueblo” (Ballet Los Mayuatos) y “El patio de atrás” de Carlos Gorostiza (Equipo de teatro La Runfla). Otras obras de teatro en las que trabajó: “La mala sangre” de Griselda Gambaro, “Hay que apagar el fuego” de Carlos Gorostiza y “Ostras frescas” de Luis Cano (2003); “De valijas y sorpresas” de Mónica Rivelli (2005, cine teatro); “Bar La Quietud” de Romina Chávez Díaz, “Rocksodio” del Grupo Kurlis Garlan y “El pan de la locura” (reestreno con La Runfla), estas tres durante el 2006.
Su vasta trayectoria en teatro incluye trabajos de dirección escénica, iluminación (que también hizo en dos Serenatas a Cafayate) y diseño de iluminación; realizó escenografías y se desempeñó como productor. Cofundó el “Grupo Teatral Salta” y la sala de teatro independiente “El Galpón”. (1980), el Grupo Teatral “El Altillo” y sala calle Buenos Aires Nº 45 (1989), el Equipo “La Runfla” y Sala La buhardilla Taller (1998) y la Asociación Argentina de Actores. Filial Salta (2007). Fue delegado por la provincia de Salta en 1989 por el Grupo de Teatro “El Altillo” con la obra “Tren de fiesta” de Juan Ahuerma, seleccionada para representar a la provincia en la Fiesta Nacional de Teatro, ciudad de Buenos Aires (Argentina); y en 1993 en el “Festival Nacional de Teatro 93’ en Mendoza.
Participó en un sin número de eventos de diversa índole cultural en la provincia de Salta: festivales folclóricos, ballet, fiestas, actividades solidarias, Sinfónica, cenas-show, aniversarios y desfiles de distintas características por las que recibió múltiples reconocimientos de varios sectores ligados a la Cultura. Obtuvo, entre otros premios y distinciones, el Premio Iris Marga en el año 1996 a la actividad Cultural, Teatral y Artística en su provincia en tres rubros: actor, director e iluminador.
Su labor en cine es destacable. Actuó en cuatro largometrajes: “El hombre de arena” de Mario Cañazares (1983) [1], “La redada” de Rolando Pardo (1991) [2], “El secreto de los Andes” (coproducción argentino-norteamericana, 1997) y “Luz de invierno” de Alejandro Arroz (2002) [3].
En el 2008/09 dirigió “Uno más uno igual a uno” de Soledad Pérez y Leonor Rosas Villada, en el 2009 participó como actor en la Zarzuela y en el 2010, dirigió “Esperando el lunes” de Carlos María Alsina, estrenada el 16 de julio en Rivadavia 937.
Esperando el lunes: Fragmento de la crítica publicada en Salta 21
En la sala de ensayos "Elías Antar" de la Asociación Argentina de Actores, bajo dirección del reconocido artista Jorge Rodríguez (actor de teatro en Los Compadritos, El patio de atrás, Ostras frescas, Bar La Quietud, El pan de la locura, entre otras; y de cine en El hombre de arena y El hombre olvidado, por ejemplo), se presentó esta interesante obra de dramaturgia tucumana, escrita en el año 90 en palabras del propio Carlos Alsina (autor también de Limpieza), durante la época de la hiperinflación. Entrevisté al dramaturgo en la Fiesta Nacional de Chaco 2009, oportunidad en la que la provincia de Chubut presentó esta obra. El fin de semana pasado, nos encontramos gratamente con una excelente dirección de Rodríguez, quien supo pescar el matiz de representación de la obra, que va desde lo verosímil a lo ficcional y lo real; el humor de la vida; y el paralelismo entre el edificio que nunca se termina y las inacabables historias que cuentan los personajes, las que irán de boca en boca de los espectadores. La puesta es despojada y simple; la calidad de la obra se asienta en lo actoral y en lo argumental. Además, el director supo adaptar ciertas situaciones para trasladarlas a un tiempo actual.
Mención especial merece el gran actor Miguel Ángel Colan, quien logra lucirse en “Esperando el lunes” como ese viejito que todos quisiéramos encontrar en una plaza, lleno de vida y cargado de misterios. Vive un presente de pobreza que jamás muestra, nunca exhibe sus miserias ni se victimiza y mediante la narración de historias fabulosas, se inventa un pasado de aventuras y amoríos de increíble vuelo. Así, nos hace cómplices de su infinita riqueza.
Con la compañía de su partenaire, Guiovani Franco, el otro actor (colombiano) que despliega su gran trabajo escénico, egresado de los talleres de Lucrecia Ramos y a quien conocimos en “Verborragia interna” (donde hace de peluquero estilo Johnny Depp en el film "Sweeney Todd") y en “El extranjero” (ambas con dirección de la Negra Ramos), componen una dupla desopilante en la que se olvida la pobreza mental, “el enanismo mental” como diría Rolando Pardo a propósito de su documental “Pequeña Habana” .
¿Cómo es posible que el drama nos cause risa? Porque quizá, sea la mejor manera de vivir. ¿Dónde termina la ficción y dónde comienza lo real? No importa para nada. Este viejito simpático captura durante cinco lunes consecutivos, la atención de un joven estudiante de psicología. En su dureza de estilo, en sus bromas, en su picardía, en sus invenciones, también está su simpleza de corazón, un corazón que revive en cada encuentro para alucinar a su compañero con fantásticas historias, con la intriga de saber qué pasó al tiempo que lo lleva a reflexionar sobre el dolor, el amor, las mujeres. Finalmente, la última sorpresa es para el público, quizá como parte de ese juego engañoso de lo aparente, nunca superficial, sino profundo, con una lección de vida que nos permite soñar intensamente con la humanidad, la amistad, el valor de la palabra, la desaparición de lo material, el amor.
Dos hombres solitarios, uno de 22 años, otro sesentón, comparten idénticas carencias – cada uno a su modo- y nos llevan a transitar por la felicidad, sin darse cuenta, sin proponérselo, pues la magia del teatro nos permite ver esa humanidad amplificada, narrada desde otro lugar, percepción inconsciente en el hacer y cargada de significación para el que la recibe. La historia dispara una atrapante fascinación por la espera, no beckettiana, sino consolidada en ese lugar que sólo el otro puede ocupar para hacernos sentir seres humanos indispensables. Una alegoría esperanzadora en las relaciones humanas, basadas en el rechazo y la aceptación, y en las mediaciones de hombres increíbles y desbordantes, casi anónimos y solitarios, que vemos a diario e ignoramos sin querer. Mientras el edificio que observan se construye, ellos también construyen sus sueños aunque a veces, sea lo más difícil del mundo. Lo que no se dice es lo que despierta el deseo del otro. El deseo atraviesa a los personajes y esas pulsiones de vida engendran el encuentro, cada lunes, al despuntar la tarde. (Ver la nota completa en http://www.salta21.com/Esperando-el-lunes-rafagas-de.html)
[1] http://www.salta21.com/El-hombre-de-arena-un-canto-a-la.html
[2] http://www.salta21.com/La-Redada-muestra-al-imbecil.html
[3] http://www.salta21.com/Luz-de-invierno-ese-Macondo.html