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Julio César Ranea

Julio César Ranea nació en Salta en 1911 y falleció en Buenos Aires en 1971. Abogado, escritor y poeta. Casado con Marta Estela Arias.

Sus trabajos literarios y jurídicos han sido publicados en diarios y revistas del país, tales como: “Jurisprudencia Argentina”, “La Razón”, “Mundo Argentino”, entre otros.

También publicó varios libros: “Dibujos Animados y una Laguna Disparatada” (1954); “El Corazón del Agua” (1961); “El Poema de la Voz” (1965), distinguido con la Faja de Honor de la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires (S.E.P.). Este libro ha recibido elogiosos conceptos de diarios locales y extranjeros, como “La Prensa” del 27-11-66 o “Clarín”, de la misma época. Y el “ABC” de Madrid, en su edición del 23-04-66, concluye: “Ranea, remontándose al origen, recorre líricamente las voces del mundo, del viento, de la lluvia, del hombre en sus múltiples facetas hasta llegar a la voz final, del silencio de Dios ante las voces sin sentido de sus hijos, ante nuestro silencio vital de cobardía. En estos ocho poemas Ranea demuestra su inspiración y establece su denuncia. Y todos ellos de bella factura en que la fuerza de la palabra personaliza agudamente situaciones perennemente poéticas. – P.C.”

En 1967 publicó el libro “Palabras para mi Silencio” y su última obra editada fue en 1969 y se tituló “Mensaje de Bandera”.

Fue Fiscal Federal en 1940 y en 1944 Ministro de la Corte de Justicia de su provincia natal, cargo que ocupó hasta septiembre de 1955. Al respecto y tomando algunos párrafos de un artículo editorial sobre el Dr. Ranea, del diario “El Norte”, de Salta de fecha 29-05-71, la opinión es la siguiente: “...había sido Ministro de la Corte de Justicia de la Provincia de Salta durante el peronismo y esto, sumado a su correcta actuación en casos que molestaron al privilegio y a los intereses creados, le valieron odios y enconos, pero también amigos y afectos. Hombre sensible y delicado dolióse ante tanta incomprensión y poeta al fin, escribió buenos libros, empacó sus cosas y partió con su mujer y sus hijos a otras tierras. Fue algo así como un exilio espiritual, pero más que nada una bofetada en plena cara a la tilinguería vernácula y de los reaccionarios. Ranea, franco, simple, humano, despreciaba sin lastimar; tenía calidad. Su nombre, apenas una firma en un par de expedientes y fallos, había enardecido a los que medran en el privilegio y en las prerrogativas, superficiales y sin relevancia. De allí la cólera y el desaire, el gesto duro y la mirada esquiva de mucha gente del medio, de los que creen que son dueños de todo, hasta de la historia que no escribieron y de la libertad por la que nunca hicieron nada...”

Radicado en Mar del Plata desde principios de 1956, ejerció su profesión de abogado, dedicándose asimismo a la docencia, a la escritura y a una intensa actividad cultural.

Obtuvo Mención de Honor en el Certámen del Poema Ilustrado en 1962 y fue premiado con la Medalla de Plata museonor/ José Hernández en 1963.

Fue Presidente de la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires (S.E.P.), habiendo fundado y presidido previamente la filial de esa institución en Mar del Plata.

Fue miembro de la Rueda Americana de la Amistad y Socio de Honor en Prensa Literaria del Instituto de Cultura Americana de la UNESCO.

Con un grupo de profesionales, con entusiastas amantes de la educación y con miembros del Obispado de la ciudad donde vivía, fundaron el Instituto Universitario Libre, que luego transformaron en Universidad Católica de Mar del Plata y que actualmente es Universidad Nacional de Mar del Plata.

Ranea falleció en Buenos Aires el 12 de mayo de 1971. En el IV Congreso de Escritores de la Provincia de Buenos Aires, realizado en Bahía Blanca el 20 de octubre de 1971,se resolvió designar a dicho Congreso con el nombre de Julio César Ranea.

 

MENSAJE DE BANDERA


A MI PUEBLO

I

Acuoso gris desde las nubes crece.
Lluvia desnuda de tristeza. Tierra.
Tierra mojada en soledad de lágrimas
que van subiendo por la piel reseca
hacia la vasta cavidad del llanto.
Porque está solo el corazón: sin fuerzas
para dar sangre a la palabra Patria, debilitada su sagrada esencia
por quienes sufren orfandad de gloria.
¡Llora tu mástil, inmortal bandera!
¡Llora, Bandera, por tu Sol enfermo
y el hombre añore sus antiguas gestas!
Se alzan anónimos soldados muertos
para inducirnos a encontrar sus huellas,
pero están ciegos diminutos hombres,
hombres de sombra y corazón de cera
que sólo accionan en función de esclavos y los derrite la palabra guerra.
¡Llora, Bandera, por tu Sol enfermo!
¡Llora, Bandera, tu extraviada estrella!
Iza tú, mástil, ese trapo negro
bajo esta lluvia de letal tristeza,
que están de duelo los soldados muertos
por los que viven su vergüenza muerta.


(Perdóname, Señora Generala,
si mis versos lastiman con blasfemias.
Puede ser, esta angustia, pesadilla,
pero ella es mi verdad y así se expresa).

II

Esto quiero: pintar verbos humildes
con magia de color azul y blanco.
Injertarlos con pie de nuevos himnos
que atestigüen el “yo” de nuestros campos.
Colgar franjas de tarcos y azahares
en los enhiestos mástiles del canto.


Alucinado apéndice de tierra,
descubro, de la Patria, su retrato
en el marino espejo de la costa.
Beso la sal del fugitivo rastro.
Beso la sal de la peinada arena.
Beso la sal emocional del llanto...

Y otra vez tierra que engendró fragancias
de azahares y tarcos.

III

Hijos del hambre, ante el dolor, inermes.
Exhaustos brazos y cansadas piernas.
Necios fantasmas de fusiles rondan
el cruel insomnio de las noches lentas.
Hienas que ríen su festín morboso
sobre la carne de palomas muertas.
Dos horizontes de babeles pugnan
para imponernos su doctrina opuesta.
Entre metrallas de soberbia vana;
Entre blasfemias de locura tensa,
crece la angustia de los Pueblos libres
y todos hablan con distinta lengua.
¡Pobre del sordo que no escucha el vuelo
de los mensajes de su fiel bandera!
En este drama de la Patria, surge
la encrucijada de su Historia Nueva.
Pero ¿quién halla la verdad proscripta
entre dos fuerzas de feroz potencia
que se reparten en convenio oculto
toda la tierra, sin medir fronteras?
Padres y madres, corazón del Pueblo:
para tus hijos remojó la tierra
de savia dulce a la preñez florida
del duraznero y de la vid casera;
para tus hijos, el caudal del río
pule el contorno de plateadas piedras
en sugestiva soledad de siesta,
mientras esconde su canción de pájaro,
dentro del tronco vertical del árbol
y de las venas de la res sedienta.
Se funda en ellos el segar de granos.
Se basa en ellos el afán de siembra,
pero ésta quiere regadíos de himnos
y el ondular de bicolor Bandera
con su mensaje de emoción bravía
para el coraje, que también se riega.

IV

Camino por el parque con mi sombra
recostada en las flores del cantero
y ante el bronce enmohecido de una estatua,
con mi sombra florida me detengo.
Entrecierro los ojos y repaso
cuántas plazas y parques y paseos
enseñan nuestra historia con estatuas:
historia repetida de colegio,
con idénticas caras, igual pose
y el mismo molde rígido del cuerpo.
Compruebo que la estatua está dormida.
Que los dormidos próceres auténticos
no engendran otros nuevos. Que la Patria
necesita los próceres del Pueblo.
Nazcan héroes que emplacen las estatuas
de otros próceres nativos verdaderos.
Que se llenen las plazas con estatuas
vivas, de carne y corazón de fuego.
La estatua de mi parque está dormida.
La estatua de mi parque tiene miedo
de ser cómplice mudo del escarnio.
La estatua de mi parque está dormida...
Sonámbulo angustiado, me persigno.
Oscura soledad, como de ciego
que ha perdido el bastón y el lazarillo,
es esta soledad de mi regreso.
Apagando la luz, mi sombra queda
dormida con las flores del cantero.

V

Yo quisiera decirte que la línea
ecuatorial de Libertad, es Salta.
Que allí encuentras las barbas de los gauchos
redivivas en hojas despeinadas
al galope patricio de los vientos,
del sauce secular que las ampara.
En la cuerda estival de las acequias
hay un limpio remedo de bagualas
orillando la tregua del combate
que no menta la historia de mi Patria,
pero sí, los silbidos de los lazos
que enganchan a los toros por las astas
y entrampan con el pial a cimarrones;
en la piel quejumbrosa de la caja;
en los rítmicos cascos del galope
y en la voz mineral de la montaña
que se expande sonora por el valle
en ecos sin linderos ni distancias.
Yo quisiera decirte que la línea
ecuatorial de libertad, es Salta.
Que la Cruz generosa de Belgrano
se viste con bandera azul y blanca
cayendo desde el cielo a sus maderos.
Y quisiera decir para su fama
de indómitos valores legendarios,
que un fatal atavismo les reclama
a sus hijos, su cuota de heroísmo
para que arda en el monte sol de fragua
con destellos azules y humo blanco
y fabricar con cuerdas de guitarra
cantores alambrados argentinos
que pregonen la fe de nuestra raza,
para ser nuestro ser en sus fronteras.
Yo no digo que no vuelvan a su casa
con hoja ensangrentada de cuchillo
que saltó por sus manos de la vaina
o se queden dormidos para siempre
con los ojos de vidrio entre las balas.
Digo lucha de orgullo y de linaje
de Pueblo Soberano, aún sin armas,
repeliendo la acción de los extraños
que toman injerencia en nuestra causa,
simulando pacíficos designios
e infestando las mentes con fantasmas.
Por el trigo, que es pan de nuestros hijos
y un regalo de sol en la alborada
ondulando en el cuadro del rastrojo;
por el parto de harina de piel blanca
que se anuncia en la puerta del molino
cuando crecen los senos de las parvas;
por el criollo maíz, huésped de trojas.
Por el pez sumergido en nuestras aguas.
Por la impávida ráfaga de viento
que el álamo enarbola. Por el ala
del nacional hornero y por el ceibo,
cuyos botones gorros frigios calcan
y rezuman la sangre de los héroes.
El poncho roji-negro lo proclama
con la voz de los gauchos y su Güemes
al frente de gloriosa cabalgata
y también desde lejos -lluvia y viento
lo recitan con música y palabras-
el romance de Pringles, que dió vida
de poema a la muerte abanderada

VI

Te nombro y al nombrarte, siembro trigo.
Madura la palabra. Se hace harina
y hay redondos pañales para Cristo.
Te nombro y al nombrarte, campanillas
resuenan por tres veces en el templo
que la plata del nombre simboliza.
Te nombro y al nombrarte, crecen bosques
de palabras. Asoman a la vista
alucinada, recios quebrachales
y ramos de glicinas;
holocausto de ceibos que al nombrarte
dignifican su mística sangría
y llanto emocionado de los sauces
ante el himno del agua cantarina.
El viento está escondido entre las cañas
robándoles azúcar a hurtadillas.
Vellones de algodón hacen promesa
de vegetal esquila
para abrigar tu nombre en el invierno
cuando nazca la escarcha en las esquinas.
Encuentro tabacales que se aprestan
-con su magia sencilla-
a dar flores canosas en el humo
y espirales de sueños, que fabrican
con ayuda nostálgica de coca,
de ginebra y de yista.
Te nombro y al nombrarte,
la sangre de los ceibos salta en chispas
y coagula en morrión de cardenales.
Un viento de jazmines y glicinas
ordena frescas sílabas del nombre,
gestando piel y carne de armonía
sobre torso estatuario de guitarra.
Te nombro y al nombrarte, cobran formas
personajes señeros que palpitan
como entrañas vivientes de la Patria,
a tiempo que fanales iluminan
las viejas catedrales del civismo;
el acervo total de nuestras lidias
y el acento viril que nos reclama
un crepúsculo infiel de voces fictas.
En un tiempo de rosas y esperanzas,
arde el sol en el centro de la insignia
cuyas franjas los Angeles del cielo
con sus propios colores plastifican.
Te nombro y al nombrarte, vuelvo al eje
de la fe, con sus gracias infinitas.
Un pasado de yemas de laureles
nos proyecta al futuro y vaticina
reencuentro de nombres con la gloria
y campanas de gloria –que repican
desde lo alto de antiguos campanarios-
festejan a los héroes de Mansilla.
Te nombro y al nombrarte, subo pájaros
cantores a la cima
del árbol patriarcal crecido en el cielo.
Allí entonan canciones sin divisas.
Te cantan sin saber el por qué te cantan.
Sin saber el por qué de agreste dicha
o de alguna congoja que a sus himnos
pone dolor relámpago de espina.
Que cantan porque sí, sin darse cuenta,
al impulso febril de innata lírica.
Que mueren –cual vivieron- desplomados
por la piedra alevosa que lastima,
sin saber que vivieron y murieron
siendo partes vitales del enigma.
Sin saber que la piedra que los mata
ha cobrado deshonra por sus vidas.
Te nombro y al nombrarte, vuelvo al trigo.
Madura la palabra. Se hace harina
y hay redondos pañales para Cristo.
Te nombro y el nombrarte sabe a gloria,
República Argentina.


Julio César Ranea, abogado y poeta, publicó:
Dibujos animados y una laguna disparatada, en 1954.
El Corazón del Agua (dos ediciones), 1961.
El Poema de la Voz, La Plata, 1965, distinguido con Faja de Honor de la S.E.P.
Palabras para mi silencio, Edición del Instituto Amigos del Libro Argentino, 1967.
Elogiado por la crítica más calificada, Julio César Ranea prosigue con Mensaje de Bandera, una trayectoria lírica que lo coloca entre los más significativos y profundos poetas de su generación.


Impreso durante la segunda quincena de Enero de 1969, en los Talleres Gráficos Del Escritor Espinosa 1127, Buenos Aires, República Argentina.

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