Prof.
Carmen Martorell
Salta,
como tantas otras provincias argentinas del Noroeste, pero destacándose
entre ellas por su histórica y estratégica posición
geográfica y su permanente relación con el Alto Perú
en tiempos de la Colonia, ha mantenido un importante lugar en el
desarrollo de la plástica argentina, aportando a ella valores
de gran significación.
Tiene el privilegio de haber sido
la cuna del primer artista no anónimo argentino, Don
Tomás Cabrera 1721-1810, autor de la primera obra de
carácter histórico realizada en el país, que
se encuentra actualmente en el Museo Histórico Nacional.
Se trata de la "Entrevista del Gobernador Don Gerónimo
de Matorras y el Cacique Payquin en el Chaco", realizada en
1774.
Mucha y variadísima fue su
producción pictórica y escultórica realizada
no solo en Salta, sino también en Tucumán, Córdoba,
San Juan y Buenos Aires, casi todas, salvo la de San Juan, conservadas
hasta la fecha.
A partir de él, Salta continúa
como provincia de avanzada en las artes plásticas hasta llegar
a soportar, como casi todo el territorio argentino, la llegada de
autores europeos, pocos de arraigo, que pasaron por el país
antes y después de nuestra emancipación. Sufrió
también las consecuencias del empobrecimiento posterior a
las Guerras de la Independencia, con su lógica influencia
en la producción plástica.
Esta situación se mantiene
hasta comienzos de este siglo, época en las que Salta no
guarda importantes diferencias con los movimientos plásticos
nacionales, advirtiéndose, sin embargo, significativas presencias
con obras de gran valor y difusión, como lo fueron Aristene
Papi, Guillermo Usandivaras, Ernesto Scotti, Mariano Coll, José
Casto, Alejandro Ache, Juan Javier Pautassi y Alfredo Bernier.
Y es a comienzos de la década
del ´50 cuando se da el gran salto en la materia por la acción
formadora y plástica de un gran salteño: Carlos
Luis García Bes, académico y fundador de la primera
escuela de arte de la provincia. Fue el maestro que inició
toda una generación en las bellas artes y en el entusuismo
por los temas autóctonos de los creadores ancestrales americanos.
Por ello García Bes -Pajita- que no escatimó sus sabias
enseñanzas, es siempre presencia, no sólo por su labor
educativa, sino también y fundamentalmente por su obra, en
la que materia, ritmo y color, juegan mostrándonos su verdad
y trascendencia hacia todo el país y hacia remotos países
europeos. Pajita logra mostrar con su obra, que es posible en este
convulsionado siglo veinte, marcar pautas para adquirir, no sólo
a nivel regional, sino americano y universal, originalidad y estilo
propio en el arte, como podemos afirmar ha llegado a conseguir Salta
entre la variedad de tendencias argentinas.
Porque la presencia salteña,
en su contexto general, ha logrado conseguir temas y modos de composición
propios y simbologías que nos remiten a una audaz fantasía
creadora y no a una mera repetidora de estilos artísticos,
tanto argentinos como de allende los mares.
Esta ponderable e importantísima
actuación de García Bes, modifica totalmente las carcterísticas
que se presentaron en las primeras décadas de este siglo,
de un naturalismo italianizante casi totalizador, con excepción
de Guillermo Usandivaras -notable expresionista- y de Don ernesto
Scotti, que pasó casi una década por estas tierras
y que diera sus primeras armas en la pintura a la excelente geométrica
María Martorell, salteña
de trascendencia internacional y miembro de la Academia Argentina
de Bellas Artes.
Seguirán los pasos de García
Bes, cada uno con su valioso aporte: Raúl Brié, Luis
Preti, Osvaldo Juane, Jorge
Hugo Román, Esdras Gianella, Alina
Neyman, Elsa Salfity,
Miro Barraza, y más recientemente
Alejandro de la Cruz,
Mario Vidal Lozano, Roberto Giménez, Horacio Pagés
Frascara y otros, muchos de ellos comprendidos, especialmente los
pertenecientes a la generación del ´50, en lo que Cordoba
Iturburu denominara, "La revelación pictórica
del país", artistas que se nutren de las vanguardias
y de las últimas tendencias imperantes en cada época,
pero que mantienen independientes, sin el andamiaje de imperativos
políticos, como se advierte en algunos mexicanos, penetrando
en el espectáculo multiforme de la tierra, de sus hombres,
sus costumbres, sus mitos, sus símbolos.
En los juegos rítmicos de
estas creaciones, se muestra un modo propio de ser americano a través
del arte, que es el modo primigenio de expresión de los pueblos,
por el cual se reconocen como únicos e irrepetibles, adquieren
conciencia de sí mismos y pueden seguir construyéndose
respondisndo al llamado de una tierra y de una época.