n las intersecciones de las calles Joaquín Castellanos, Lavalle y Pje. Dr.   Eduardo Wilde se erige el monumento que los salteños supimos levantar a la   memoria de Don César Fermín Perdiguero, reconociendo de esta manera su fecunda   labor a favor de la cultura en los ámbitos de la literatura, el periodismo   radial y escrito.
                En ese lugar, año tras año se reúnen amigos del poeta, intelectuales y un   público que no olvida las sentidas páginas en diarios capitalinos y sobre todo   aquella audición en donde Don César comenzaba diciendo: - De noche, a veces… y   finalizaba … Churo ¿no?.
                Me veo junto a mi padre en actitud respetuosa y en total silencio. Sus   palabras aún resuenan en mis oídos, y toda la ciudadanía estuvo por mucho tiempo   embelezada por la maravilla que fueron sus anécdotas e historias.
                
                César Fermín Perdiguero con José Juan Jacobo Botelli 
                Voy a decir con un total convencimiento, que fueron todos los hogares que en   aquel entonces encendían la radio cuando se emitía “Cochereando en el   recuerdo”.
                Igualmente con la sección “La Salta de antes”, en un diario local. “Cultural   de los domingos”, en donde se posaban nuestros ojos antes de abordar el mundo   cruento de las noticias.
                
                Falú - Perdiguero
                Una indescriptible alegría nos acontecía al enterarnos de que en la ciudad   existía un tranvía, el nombre antiguo de las modernas calles, y de los   personajes de Salta antigua.
                Emilio Zola, un grande de las letras, expresó que se combate también con la   escritura. Es cierto, después de leer “Calixto Gauna” de Perdiguero, siento una   voz decidida en ese libro, que invita a cargar contra el enemigo de la patria.   Los que vendieron nuestros montes, que trafican con nuestros recursos genuinos,   la pérdida del talento de miles de argentinos que deben emigrar del país por la   falta de trabajo, o cientos de escritores que no pueden editar sus libros, o los   miles de estudiantes que no pueden ingresar a las universidades.
                
                Con Juan Carlos Dávalos y Julio Díaz Villalba 
                El “Calixto Gauna” fue editado por una empresa que hizo mucho por la cultura:   “El Estudiante” Juan Carlos Dávalos, Joaquín Castellanos, Néstor Saavedra,   fueron lanceros feroces, hasta hoy escuchamos sus gritos estremecedores.
                                  Un   empleado de archivo, el señor Miguel Ángel Salóm, el mismo que rescatara   valiosos documentos históricos y por el que hoy sabemos certeramente los lugares   físicos donde nació y murió el General Güemes. También fue un artífice como el   más valiente de nuestros gauchos, colaborando en el libro sobre la historia de   Calixto Gauna de Don César Fermín Perdiguero.
                Calixto Gauna, a través del libro de Perdiguero, sigue cabalgando por una   senda gloriosa como en aquellos ocho días decisivos en la historia de la   patria.
                
                Calixto Gauna se incorpora en la historia de los más grandes porque es el   ejemplo de ciudadano que hizo lo que debía hacerse, en el momento preciso a   riesgo de perder su propia vida, y el poeta Perdiguero, igualmente se convierte   en un guerrero que nos enseña con su libro, que no debemos olvidar a quiénes   pusieron su coraje, el corazón, ofrendando la vida por la patria.
                En el libro “El Cerro San Bernardo”, César se personifica en un águila, los   caballos se encabritan, bulle la sangre, el viento sopla fuerte porque es un   poeta, Don César, que está gritando “¡Esta mi patria!”
                Debemos leer en estas palabra, en sus libros, en las coplas una reflexión   profunda, cuiden el pago, éste donde nuestros antepasados amaron y   sufrieron.
                
                El viene en un mateo, contempla absorto su cerro San Bernardo, y escribe un   poema largo. Escuchemos el casco de los caballos, el rechinar de sus aceros, el   poeta va en busca de sus amigos. Es carnaval. El cerro es su norte, destino de   un cantor, y también su cobijo, en esta manera nuestra de querer la tierra, y de   nuestra alegría de vivir.
                César Fermín Perdiguero ha marcado el tono y el acento del modo que tenemos   de expresarnos.
                Han quedado sus anécdotas, pequeñas grandes historias que se marcaron a fuego   en nuestras almas. Junto a él hemos reflexionado sobre la dimensión histórica de   los comienzos de la patria. Comprendimos que nuestro pasado fue   inconmensurablemente rico, y lleno de heroísmo.
  Nos pintó tal cual somos,   lentos al hablar, contemplativos, y sobre todo, dotados de una inventiva   formidabl
                
                 Fue diligente al volcar en el papel, algo contado por una tía. Más   de una vez una señora de la periferia ciudadana, le contaría que el duende   existe. O un señor elegantemente vestido, le señaló una casa de adobe, señorial,   manifestando “allí vivían mis abuelos”.
                Estamos volviendo a las cosas lindas, a las acciones buenas, a las buenas   historias, como esas que nos contaba Don César Fermín Perdiguero.
  En un país   difícil, en esta obra sentimos una necesidad vital de tomar la antorcha y gritar   “¡Libertad!”
                Recordemos el adagio japonés: “El homenaje a nuestros muertos no consiste en   llevarles flores o inciensos, el homenaje a nuestros muertos consiste en   proseguir sus obras”.
                Héctor Anibal Aguirre