Allí donde galopa el Mojotoro y la tierra se entrega en un sonoro   perfume a palo santo, hay una tierra algarrobera, hay un terruño toro, que sube   rumbo al canto, usando el corazón por estribera. 
                  
                    Hay un país con melgas y muchachos, encendido de ceibos y   lapachos, hay un ámbito de nido, sabroso como humita envuelta en chalas, un   limite de machos, que monta hecho alarido, en el humo animal de las   bagualas.
                  
                  Hay un pais de pelo de una laya, donde habitan la ulua y la   papaya, una comarca amicha (siamesa), que acollara la selva con la puna, y en   épocas de chayas fermenta como chicha, en la fresca de la luna. 
                  
                    Es un país que baja con las aguas tirando como flechas a sus   guaguas al centro del paisaje. Donde esconden sus mieles las colmenas, con   veranos como fraguas, que yescan el obraje, y le dan un amargo gusto a   pena.
                  
                  Es un país con bueyes y senderos, por donde silban largo los   hacheros, y de tuscas y mistoles que descargan mazorcas de chicharras, con   hondos chalchaleros y changos de guitarras, hondeando lagartijas y colcoles. 
                  Sus días son ardidos y guasunchos, y bajan hasta el techo de los   ranchos tusandoles la giba. Y tienen en las calidas mañanas un pozo de caranchos   cavado cielo arriba, en busca de distancias artesianas. 
                  
                    El hombre es solo un árbol que camina, nada mas que una verde   “cina-cina” que vive como puede. Es solo un árbol con los ojos fijos, una carnal   harina que amasa y nos concede, el pan siempre barato de los hijos. 
                  Es un árbol morrudo que se mueve, casi un “cebil” que diariamente   llueve su sombra a chaparrones. Es un juntador de hachazos que apenas si se   atreve a darnos sus canciones y la honrada madera de sus brazos.
                      
                    Si esta   en el “vino alegre”, es TODO SALTA. y el alma se le va cansina y alta, por   anchos madrejones. Y ronda crespa entre las selvas bajas, carnosa como palta,   moliendo plantaciones, en el lento mortero de las cajas.
                      
                    Y si en el “vino   bravo” se divierte, buscándole las patas a la muerte. Y el resto que le queda se   lo pone lo mismo que un anillo, para hurgonear la suerte, tirando una moneda que   gire con la vida en el cuchillo.
                    
                  Su cuerpo es una cuota del paisaje, casi un recodo que se va de   viaje,. Es una flauta humana, que cuando el aire o Dios, o alguien la sopla   derrama su linaje de música alazana, en el caliente arroyo de la   copla.
                  
                  Es una taba que cayo “pinino", y la dejaron sola en el camino. Es   una fértil y fresca agricultura. Es un viejo campesino que viene a nuestro   encuentro, con las manos repletas de ternura. 
                  
                    Se parece a la lluvia. Y se parece al río Colorado cuando crece   hartado de pereza. Y es familiar en mucho a esos cigarros que veces nos ofrece   moviendo la cabeza, igual que tentemozo de los carros.
                  
                  Es un silencio herido por un grito que quiere acariciar el   infinito. Cuando la voz se alarga al lado del caballo y de la huella. Un ávido   distrito. Casi una flor amarga, brotando sobre el anca de una   estrella.
                  
                  Yo que llevo su tierra y su tormenta, y es la que a los dos nos   emparenta un mismo y limpio techo. Lo tiemblo desde el alma hasta los poros. Y   su aire me alimenta entrándome en el pecho, lineal como el mugido de los   toros
                  
                  Cuando miro que llora su corteza, y se le hace resina la tristeza   en los troncos mas gruesos por el poco de guiso que le falta me duele su pobreza   y hermano hasta los huesos, les digo a los amigos: “Soy de   Salta”.
                  
                  Soy de Salta, sus cerros y sus ríos, De sus valles con claros   sembradíos. De sus gentes conformas que llegan con el bombo y con el santo por   únicos avios. De sus noches enormes que suben rumbo a Dios y rumbo al canto. 
                  Soy de Salta, de Moldes, de La Poma, de sus tardes con pájaros de   goma. De ese viento padrillo que llena mi provincia con su cría. Y del dolido   aroma que corta con cuchillo, las simientes de su amable   geografía.
                  
                  Soy de un país hermoso y permanente. Con algo de otoño combatiente   metido en sus entrañas. De un país de dulces “quirusillas” que riega su simiente   con agua de montañas, para que crezcan alto sus semillas.
                  
                  Soy tierra, todo tierra pero de ésta. Y se que, carne al mar la   llevo puesta, rumbeando al corazón con el alma colgada con los tientos. Por mi   se manifiesta y sale hecha un malón de sangre abierta hacia los cuatro   vientos.
                  
                  Soy de Salta, paisanos y hago falta. Tan solamente por que soy de   Salta. Mi tiempo se cultiva cuando transita con su alforja al hombro. Y hasta la   piel se esmalta. Agatas la saliva me contagia, el sabor con que la nombro. 
                  
                    La tengo de los pies a los cabellos y aspiro en mis pulmones sus   resuellos. La siento hasta la cepa. La llevo hecha tonada en el oído, la toco   entre mis valles, y escucho que me trepa, juntando continente y contenido. 
                  
                    Porque soy—salteño como todos—mellizos en las penas y en los   modos. Cuñados en lo guapos, cumpitas en la aloja y en los puyos. Y hundido   hasta los codos me voy hacia el guarapo, por el trapiche azul de los coyuyos. 
                  
                    Porque amamos la tierra por sentida, sabiéndola la carne de la   vida. Y el hombre, todo el hombre esta hecho a su entera semejanza. A su misma   medida, tal como si su nombre
                    Fuera el exacto fiel de su balanza. 
                  
                    Porque de tanto andar por las quebradas, nuestra sangre conoce sus   aguadas. Y bebe limpiamente. Y bebe con la “chuña”  y el helecho, las flores   apretadas que nos mojan la frente, y nos sacian los cantaros del pecho. 
                  
                    La tierra nos conforma la presencia, nos mide la estatura y la   existencia. El intimo paisaje. Y alzando su galaxia montonera, nos muestra la   querencia, en tanto que el linaje, se sale de la piel tacuara afuera. 
                  
                    Nos grita en el Abuelo y en el Tata. En la gente de bota y   alpargata. Nos tienta con su duende. Y al darnos su brutal acometida, igual que   garrapata sentimos que se prende, de la parte mas honda de la vida. 
                  
                    Por eso digo siempre: Soy de Salta, soy de Salta paisanos y hago   falta.
                  
                    
                  
                  Antonio   Nella Castro