ace en Salta en 1957. Realiza sus estudios secundarios en el Centro Polivalente de Arte, del que egresa como Maestro Nacional de Dibujo. En la Universidad Nacional de Tucumán cursa estudios que deja inconclusos y se recibe de Profesor Nacional de Dibujo en el Instituto Nacional de Profesorado de Arte de Salta, institución en la que se desempeñó como profesor de Dibujo hasta que se cierra la carrera de Artes Plásticas en los primeros años del 2000. Desarrolla, a su vez una intensa labor docente como profesor de Dibujo o de Pintura en el Centro Polivalente de Arte y en el bachillerato artístico de la Escuela Provincial de Bellas Artes "Tomás Cabrera". También dicta cursos específicos de dibujo y pintura, asistiendo a su vez a otros que se entroncan con su accionar docente, a fin de perfeccionar sus métodos de enseñanza.
Su visión estética
Su intensa pasión por la pintura se refleja en el trabajo constante y comprometido que, desde su adolescencia, realiza en la búsqueda de una imagen plástica que le permita expresarse y expresar el mundo al que pertenece y ama.
En su etapa de formación, esa búsqueda fue, como todo comienzo, cargada de fuerza pero sin una comprensión cabal de lo que realmente quería lograr; fue pura intuición, experimentación, como él mismo lo expresa: "Jugué con el color y la forma sin tener todavía muy claro lo que quería hacer".
Detrás de esa necesidad de perfeccionamiento y de su afán de esclarecer la propia imagen, se dirige a Tucumán donde, si bien no concluye sus estudios, es el lugar en el que comienza una etapa de mayor racionalización y libertad en sus trabajos. Allí perfecciona su dibujo teniendo a la figura humana como centro de su temática y se adentra también en la experiencia con colores más intensos, subjetivos y expresionistas. Es importante en este momento la influencia que en él tiene la escuela tucumana. Luego de esta experiencia profundamente naturalista, va acentuando poco a poco la síntesis de las formas, la planimetría del color y logra una semiabstracción casi lírica.
Cuando regresa a Salta, sigue experimentando en síntesis y la geometrización de las formas, hasta alcanzar la abstracción. En las obras de este período, los elementos plásticos se erigen en temática, surgen a partir de un lenguaje desnudo, directo, parco, rico y sugestivo. La geometría ejerce el liderazgo de las formas; rectángulos, cuadrados, círculos, trazados en su configuración completa o sugeridos, todo intensamente subrayado a partir de riquísimas texturas que conducen a la visión hacia casi imperceptibles juegos de luces y sombras, los que se instalan dentro de un mundo de cromatismo neutros. A su vez, todo se desarrolla en un espacio plano, que juega con una apenas sugerida profundidad.
Generalmente, los cuadros están divididos en paneles rectangulares o cuadrados, a los que combina concienzudamente, logrando una división real entre las distintas partes, pero que se unen en la virtual totalidad del lenguaje plástico, a través de la composición que surge de trazos áureos, colores y texturas sabiamente organizados. En ocasiones recrea formas de las culturas precolombinas.
Si bien Roberto Giménez alcanza en esta etapa la abstracción, alejándose de la realidad en la representación formal, sigue íntimamente comprometido con ella, y sobre todo con la realidad latinoamericana, ya que como él mismo lo manifiesta, casi siempre, los que hacemos arte, tenemos un compromiso con nosotros mismos y con la sociedad en la cual estamos insertos. Sin ánimo de ignorar o desconocer el valor de las grandes obras de autores europeos u orientales, está en mí, el sentirme orgulloso de lo nuestro, de alimentarme de esa energía o magia de los antigales, del silencio de la Puna, del colorido de los Valles Calchaquíes o del sol de Cafayate, energía que quedará plasmada junto al sentimiento de un hombre, de un país o de Latinoamérica, en cada obra" (Roberto Giménez, reflexiones sobre sus obras 1990).
Hacia comienzos del nuevo milenio, Gimenez se aleja de la propuesta abstracta para volver a incursionar en el naturalismo, dentro del que retoma nuevamente a la figura humana como en sus primeros tiempos. En esta propuesta surgen cuerpos desnudos, torturados, que cuelgan y se enroscan, con rostros apenas esbozados, especies de máscaras con grandes cuencas, o estructuras esféricas atravesadas por vendas. Todo es alegoría, símbolo en un espacio claustrofóbico que se aplana y comprime, contrastando con el fuerte trabajo de volumen de los cuerpos, dentro de una paleta parca, con predominio de la gama de los fríos, hasta casi llegar al acromatismo del negro. Esta iconografía connota los desgarradores mundos de Munich por una parte y la fuerza transgresora del neoexpresionismo, por la otra.