A la niñita Camila Rosso
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A orillas de un arroyo y a la luz del fósforo de un pescador, nacía el Mosquito Draculín. Era el alba de un dos de agosto, día domingo. Ese día nacen los mosquitos de raza, según la leyenda.
Aquel pueblito parecía un libro de cuentos. Un sol paliducho que renegaba de la sopa, lo alumbraba. El relojero era a la vez juez de paz. El lechero oficiaba también de cartero. El señor cura, hacía de campanero, confesor, monaguillo y aún se daba mañas para recoger limosnas. Un lugar tan solitario que ningún santo tenía interés en ser Patrono del pueblo. Sin embargo era un pueblito feliz. Su gente era alegre, tanto como la infancia del mosquito Draculín. Mamá Mosquita lo miraba chocha crecer y jugar. Un tanto raro, se decía. Flaquito, parece de alambre; encorvado como un poeta en otoño. Ni hablar de Papá Mosquito: lo observaba como a sapito de otro pozo. Pero todos sabemos que para los papás no hay hijito feo. Y Draculín, era un feo lindo.
Indiferente a los razonamientos paternales, Draculín jugaba con todos los bichitos vecinos: hormiguitas, arañitas, y hasta algún caracolito que asomaba a orillas del arroyo. Draculín por ser leonino, re-travieso y con alma de líder, se había transformado en el cacique de aquella pequeña tribu, ajena al mundo.
Siesta. Cuando sus padres dormían rechonchos, luego de una noche laboriosa, Draculín salía a recorrer su mundo infantil. Plegaba sus alitas y ¡oh, alegría! Los trinos, la danza de las flores campesinas, margaritas, bejucos y la muy presumida bella hortensia. Cejijunto miraba aquel enlutado abejorro ronroneando siempre alrededor. Como capitán de un barco emplumado, navegaba en el lomo de los patos silvestres. Galopaba a las carcajadas en las crines de los potrillos. Cuando el artero benteveo pescaba una sardina, deslumbrado por su platería se acercaba, ante la molesta mirada de aquél, siempre detrás de sus gafas oscuras.
También era música la carpintería. Música el herrero con su yunque y martillo. Y también las voces que descubrió en el patio de la escuelita aquella mañana de oro, aquel día inolvidable.
Era septiembre y la primavera se anunciaba en los naranjos, coronados de azahares. En la copa del jacarandá anidaba un cielo azul. La flor nacional era un clarín en los gallitos del ceibo. Todo era un canto a la vida. Hasta los horneritos agitaban palmas en el algarrobo.
Y allí, subía triunfal un ala dibujada gloriosamente en celeste y blanco. Una niñita pelichoclo, de sonrosados cachetes, izaba la bandera. El viejo mástil lucía la flor más linda de la tierra.
“¿Quién será esa niñita?” se preguntaba Draculín mientras la tarde se apagaba en un horizonte granate, azul y verde navegando hacia el gris, con las velas del sol.
“Es Camila, Draculín” escuchó una voz. Entre los vecinos, había un grillito que en su juventud había sido violinista de un circo pobre. “Aquella niña, la que iza la bandera, es Camila, Draculín”.
“Gracias” le respondió. “En compensación, te regalaré la cuerda que le falta a tu violín”.
Al día siguiente, mientras la niñita hacía sus tareas escolares, Draculín plegaba las alitas en su ventana.
“¿Quién sos?” preguntó.
“Y... yo soy Draculín”
Y así, como en los niños no existen diferencias, nació una hermosa amistad. Todo muy bien...
...Menos, en el hogar de Draculín. Sus padres comenzaron a ajustar cuentas. “Querida esposa” le dijo Papá a Mamá Mosquita. “Ya es hora de que Draculín nos acompañe y aprenda el oficio. Debe autoabastecerse. El día menos pensado él también formará su hogar, se casará y ...tú lo sabes”. Mamá Mosquita, turbada, habló con Draculín. Éste le respondió: “Mamá, yo no quiero picar a la gente y menos a los niños. Yo los amo”.
Al otro día, contó todo a Camila. Ella lo tranquilizó. “Hablaremos con nuestro ángel. Él todo lo soluciona”.
Casualmente, Grillito, el viejo músico, había decidido seguir su camino de bohemio trashumante. El ángel le pidió algo al artista amigo. Este accedió; luego habló con Draculín.
“Acompáñame” le dijo. “Yo te enseñaré el oficio”. Y se fueron.
Horas después, Mamá y Papá Mosquito, leyeron esta notita: “Me voy con Grillito, seré músico como él. Me ganaré la vida alegrando a la gente. No me gusta verla triste. La vida es hermosa. Hay que vivir con amor. La gente debe volver a sonreír, reencontrarse. Adiós. Los quiero mucho. Draculín”.
José Gallardo
Donde se cuentan las andanzas
de Draculín y el Grillo,
como m úsicos trashumantes.
Un día de camino llevaban Draculín y su padrino, el Grillo.
Atrás quedaban los seres queridos y un pueblito de campanas azules, la infancia; las siluetas de los músicos se hacían pequeñitas en la distancia.
El Grillo pensaba: “Draculín es un mosquito diferente y no quiere alimentarse picando a la gente. La elección es de cada uno. Hay que aprender a decir no, cuando uno no está de acuerdo y piensa distinto”.
Atardecer. Un frondoso árbol ofrecía su generoso techo a nuestros amiguitos.
- Aquí pasaremos la noche- dijo el maestro. Draculín estaba cansado y si el tema era dormir, pleno acuerdo, razonó.
-Este pastito es un colchón de plumas- comentó el discípulo del Grillo aposentándose en la mullida grama. Al apoyar su cabecita escuchó un leve silbo, y luego otro y otro. La brisa hacía cantar la hierba.
-Maestro, qué bella melodía.
-Es la música de Dios- dijo el viejo.
-Y ¿ cuál es la música de Dios?- preguntó Draculín.
-La del amor, esa es la música de Dios- respondió el Grillo.
-Y ¿Sólo El la tiene?...¿Nadie más?...-continuó el alumno.
-Todos la tenemos, Draculín, sólo que el hombre a veces olvida escucharla.
El maestro quiso profundizar otros razonamientos, pero Draculín ya dormía. Optó por imitarlo y con el estuche del violín de almohada, hizo lo propio.
Lejos cantaban ranas y sapitos. Una luna grandota, tamaño de la esperanza, daba lumbre a la danza de los juncos en el agua; Doña Lechucita plegaba sus alas en busca de la cena para sus pichones.
Amanecer. El grillo fue el primero en despertar. Al ver a Draculín remoloneando, declaró a voz en cuello.
A las siete me despierto
a las ocho me levanto
a las nueve un gallo clueco
baja tanteando el naranjo.
Risas. -¡Arriba compañerito, el camino nos espera! -ordenó-, ¡Ufa, maestro! ¿Otra vez a caminar?
-Draculín, Dios tiene una lombriz para cada gorrión, pero éste debe salir a buscarla.
Efectivamente, allí estaba el camino como una página en blanco para que la escribieran nuestros amiguitos.
La mañana era un canto a la vida. Las golondrinas en el alambrado dibujaban un pentagrama de negras, blancas y corcheas. Al verlas, el Grillo y Draculín se miraron captando el mensaje con alma de músicos.
-Tengo sed -dijo el discípulo al cabo de varias horas de viaje. Alguien venía cantando por el camino. Un jinete de poncho y sombrero, a la usanza tradicional, ya estaba saludando brazo en alto a nuestros amiguitos. El Grillo le pidió orientación. El paisano les avisó dónde podían sacarse un poco el polvo del camino y calmar la sed.
Una posada. Tal como aquellas del tiempo de nuestros abuelos, con un mostrador oscuro. Estanterías donde entre añejas botellas colgaban el jamón disfrazado de fantasma, algún rebenque, allá una tinaja y hasta la infaltable guitarra, porque el hombre de campo siempre se acompaña con el canto.
Ilustres vecinos, unos lugareños y otros de paso. Ruido de platos. Un zorro y un asno jugando al truco. La cigüeña ordenando las direcciones de su cartera de clientes, un cabrito molestando con su cencerro mientras bebe su leche, gente que por primera vez se encuentra, y diálogos sabrosos como el de un quirquincho y un gatito mal trazado, flaco como ratón de marmolería.
- Y usted ¿Vive por aquí? ¿Cuántos años tiene don Michifuz?
- Ninguno, sólo tengo tres meses - responde el gatito.
- Tan chiquito y con bigotes... - razona don Quirquincho.
Todo era nuevo para Draculín, don Grillo sonreía y ambos seguían disfrutando del momento, menos un viejo león que refunfuñaba acodado en su mesa - Ya no hay paz en este mundo, no dejan dormir con tanto barullo.
El zorro lo estaba escuchando y dijo: - ¿Paz?...santa palabra, oí hablar de ella, pero no la conozco. Desde que nací vivo corriendo.
Una liebre intervino: - ¿ Y me va a decir a mí, que ando a salto de mata, y vivo más en el aire que en el suelo?.
Don sapito pidió la guitarra y les contestó cantando;
Si quieren saber, amigos,
dónde se encuentra la paz
miren los ojos de un niño
y allí ustedes la verán.
En estos momentos ingresa al salón Don Juan Calandria, un amigo de la juventud de nuestro Grillo. Este lo saluda y comenta que andan buscando trabajo con Draculín, su discípulo. Calandria les cuenta que ha llegado un circo al pueblo.
En eso estaban cuando escuchan ruidos de la calle. Trompetas, tambores y ven pasar por la calle, elefantes, enanos, bailarines, payasos... un viejo carromato atrás, con una bocina en el techo, invita: -¡Vengan este domingo a ver el gran debut del circo REIMUNDÍN! ¡Usted y familia están invitados a ver el espectáculo más hermoso del mundo!
Allí fueron nuestros amiguitos a ver si conseguían trabajo como músicos, Don Grillo ya tenía experiencia de anteriores trabajos como éste.
Y así fue. Debutaron y poco a poco se convirtieron en las figuras centrales del espectáculo. Éxitos y más éxitos.
Una noche en plena función, Draculín cae desmayado en el escenario.
-¡Un médico, por favor! ¿Hay un médico entre el público? - pregunta el maestro de pista.
Un breve silencio y le hacen saber que no hay médico en el pueblo y sólo un curandero alivia los males físicos. A buscarlo van algunos compañeros del circo y regresan con el brujito. Don Grillo le hace saber que es el tributo que paga Draculín por su ayuno. El curandero afirma sentencioso:
- Curaré a Draculín y vivirá por muchos años. Yo tengo la solución. - y dicho esto salió a preparar un mágico ungüento que obró el milagro de revivir a Draculín.
Una mañana Grillo y Draculín se encontraban tomando mate en el carromato que era su dormitorio y camarín. De repente, ruido de alas, se posa un ave en la ventana. Se trataba de una paloma mensajera. Don Grillo saca del anillo que trae en sus patitas una nota y lee: “Draculín, tus papis están enfermos, regresa pronto. Te quiero, Camila”.
El maestro le aconseja:- Draculín, debes regresar urgente. Eres un buen hijo y sabes que la familia es lo más sagrado para el hombre. Lo siento, te extrañaré mucho, pero hoy debes regresar.
Draculín cabizbajo y preocupado asiente con la cabeza y trepado al caballo del viento galopa dos días con sus noches. Polvoriento regresa al pueblo y acude a la casa de sus padres.
- Mami... papi, soy yo Draculín.
Besos, abrazos y la promesa de Draculín: “Nunca más me alejaré”. Y el padre le dice: “No te vayas nunca, respetaremos tu voluntad”.
Al otro día Draculín se presenta con un ramo de rosas en el hogar de Camila. Le cuenta sus aventuras, Camila le muestra su piano y pide a Draculín que traiga su violín. Es diciembre. Clima de Navidad. Los padres de Draculín van a visitar los pesebres. Desde los ventanales de la casa de Camila se escucha un dúo en violín y piano recreando NOCHE DE PAZ, NOCHE DE AMOR.
Doblan las campanas de la Nochebuena. Papá Mosquito le dice a su esposa: Compañera mía. La vida está hecha de momentos, y éste es uno de ellos.
José Gallardo
Nota: Los textos para niños El mosquito Draculín, Ronda de Draculín y El regreso del mosquito Draculín, de José Gallardo, forman parte de un Proyecto de Innovaciones Educativas implementado por el Profesorado de la Escuela Normal Superior N° 6 de la ciudad de Buenos Aires ( Años1999-2000). En julio de 2010 fueron incluidos en la Antología Cuentos mínimos para grandes personajes compilada por María Cristina Bercaitz para la Editorial Algazul de Buenos Aires.