keko, Iquiqu o Tonupa, dios de la abundancia y de la Felicidad para los Aymaras y Collas, su culto se extiende desde el centro de Perú hasta el noroeste de la Argentina.
Se lo representa con un muñeco de terracota que puede presentarse en varios tamaños y generalmente tiene alrededor de 20 cm de altura. Representa a un hombre con las típicas vestiduras de la región andina. De su cuerpo cuelgan pequeñas bolsitas, que a modo de alforjas contienen cereales, tabaco y billetes enrollados que funcionan como exvotos para propiciar la adquisición de bienes materiales. El poseedor del Ekeko puede agregar nuevos exvotos en miniatura que se colgarán de la estatuilla o se ubicarán a su lado, representando aquello que se desea obtener.
Para lograr los favores solicitados, hay que hacer "fumar" al Ekeko en el momento en que se pone el objeto o bien y más seguro los días viernes. A tal fin, la figura presenta una oquedad en la zona donde debería estar la boca, y es allí donde debe colocarse un cigarrillo encendido. Si el deseo o pedido es aceptado, del cigarrillo saldrá humo como si realmente el Ekeko fumara.
Tiene una faz negativa, si existiera una mujer joven soltera en la familia, inmediatamente se enamora de ella y se siente dueño. Es muy celoso y corre a cualquier pretendiente. Se pone malo si no lo hacen fumar los viernes y puede traer desgracias al padre de la joven.
Historia:
El ekeko es una deidad venerada desde siglos antes de la conquista del territorio por los españoles. Sus seguidores creían que ahuyentaba la desgracia de los hogares y atraía la fortuna.
Se piensa que se originó entre los Tiwanaku, habitantes del altiplano boliviano y de las riberas del lago Titicaca. Tras la conquista por los incas, estos adoptaron la deidad, y la convirtieron en símbolo de la fertilidad y la buena suerte.
En sus inicios, el Ekeko era de piedra, jorobado, tenía rasgos indígenas y no llevaba ningún tipo de vestimenta: su desnudez era el símbolo de la fertilidad.
En la colonia el culto a la deidad tomó nueva fuerza y en La Paz (actual capital de Bolivia) durante el cerco que ésta ciudad soportó durante un alzamiento indígena contra el control español.
La Iglesia Católica intentó erradicar su culto en tiempos de la conquista, sin mayor éxito, aunque la imagen llegó a sufrir ciertos cambios: fue vestida y sus rasgos cambiaron a los de un mestizo.
Hoy en día, existe en la sierra sur del Perú como en el occidente de Bolivia la creencia de que el ekeko es capaz de conceder los deseos de sus seguidores si estos le ofrecen una copia de ellos en miniatura, y muchos tienen en casa una imagen para que les resuelva los problemas, dejando dinero a su lado y manteniendo un cigarro encendido en su boca, que sólo puede consumirse hasta la mitad. Las figuras que le ofrecen son de cerámica, metal o piedra, reproducciones exactas del objeto de sus peticiones: automóviles, electrodomésticos y alimentos. Cuando se desea amor, se le entregan miniaturas de gallos y gallinas.
La deidad es conocida en los diferentes lugares del mundo donde colonias de emigrantes bolivianos han extendido su culto.
La figura del Ekeko tomó gran popularidad en la provincia de Buenos Aires (Argentina) durante el periodo hiperinflacionario de los años ochenta. Allí sus adeptos lo tomaron como una especie de patrono de la fortuna.