Por José de Guardia de Ponté
Unidad de lo diverso o diversidad de la unidad?
Este juego de palabras tiene por objeto trabajar la compleja multiplicidad de culturas que contiene nuestra américa y la posibilidad de concebir una conciencia histórica que daría por resultante una identidad compartida.
En nuestra américa la unidad histórica surge cuando nuestros pueblos originarios sufren y son partícipes de un mismo proceso a partir de la invasión territorial y cultural por parte de naciones europeas.
Proceso doloroso, que no merece celebración eurocéntrica ni luctuosa conmemoración americana, pues no todo lo que se perdió es digno de llorarse ni todo lo que se adquirió es digno de festejarse. Es tiempo ya de aceptar que, si pretendemos ser propietarios de la historia y no inquilinos de la misma, nuestra identidad está dada por la interrelación de culturas que sucesivamente arribaron al Nuevo Mundo, desde los primitivos cazadores recolectores de la Era Glacial hasta los inmigrantes y refugiados del presente siglo. Cualquier negación de alguna en nombre de determinada postura ideológica, no sería otra cosa que mutilar parte de nuestra existencia.
A partir de allí este lento criollismo que se fue dando, tuvo un punto crucial en las luchas por la independencia donde aparentemente se hermanaban todos bajo una misma consigna de libertad. Se hablaba de un mismo espíritu: una patria en común.
San Martín, Artigas, Güemes y Bolivar transitaron la escenografía independentista superando los límites chauvinistas para volcarse a la pasión redentora de la Patria Grande. Y estos nombres sólo son la cabeza de una infinidad de pensadores, ideólogos, guerreros y gobernantes que sirvieron como arquetipo de un ideal homogenizador e identitario. Aunque, como es sabido, no pudieron impedir que los burócratas, cipayos y agentes extranjeros dibujen las divisiones fronterizas que nos separan en la actualidad geopolíticamente.
Tenemos entonces en un aspecto general unidad de origen y unidad de proceso y hasta podríamos decir que también existen coincidencias en los procesos de organización nacional de estos países con ciclos recurrentes de separaciones, fracturas, anarquías y dictaduras mezcladas con el hambre, la miseria, el miedo y la ignorancia de los pueblos que confirma que las bendiciones de la independencia no era para todos sino para unos cuantos que detentaban el timón y la gran tajada de la distribución de la riqueza.
Las constituciones democráticas, comunes a casi todos los países, ya que tienen como modelo obligatorio a la experiencia yanqui, sirvieron para poner en evidencia la oposición entre la realidad sociocultural y la configuración legal y normativa. Se reanuda el ciclo de desequilibrio político, terrorismo, despotismo y dictaduras dementes que sembraron la muerte y el exilio. Guerras inciviles que destruyeron los ideales consolidando la ignorancia, la dependencia económica y la rendición cultural.
Ahora bien, haciendo un alto en este punto histórico que estaría situado entre la década del 70 y el 80 del siglo XX, existió otro proceso de unidad al cual le debemos hacer un reconocido homenaje.
“El Proceso de unidad cultural” que más allá de la lengua y la religión supo mantener los valores morales de las tradiciones comunes y del acervo mítico y simbólico refugiado en el inconsciente colectivo. Este proceso no debe entenderse como algo estático, sino dinámico, cambiante en el tiempo, vale entonces decir que la conciencia de un pasado común se incorpora a la conciencia de pertenencia cultural, sumando, claro está, la conciencia de un futuro compartido como comunidad de destino.
A la vuelta de las democracias, ante el fracaso de las dictaduras militares, estas sumatorias formaron un frente de ideas emancipadoras que tomaron un valor inusitado pero lamentablemente se perdieron ante el fracaso económico de las débiles democracias. La deuda externa y la interferencia de las bancas imperialistas en las recetas y planes de la economía americana dieron por tierra todo intento de encauzar viejos ideales de libertad.
Pero llegó la neo pos modernidad global (como así la llaman ahora desde los círculos filosóficos franceses) con todos los nuevos fenómenos de las ultra comunicaciones y el ilimitado precepto de instantaneidad y como es sabido todo se desdibujó – desde el poder de los imperios del mundo hasta el factor de falsa benignidad de las multi – tras – nacionales, verdaderas jinetas apocalípticas que todo lo engullen y degluten - como así también cualquier intento de patria grande o magna américa criolla.
La diversidad de la Unidad
Los hombres y mujeres que habitan nuestra américa no son abstracciones ni entelequias, sino criaturas de carne y hueso que viven en un específico ambiente sociocultural. Si bien habitan un territorio determinado internalizan constantemente pautas culturales universales que absorben de la caja boba y la internet – a la vez que viven insertos en un preciso contexto cultural regional y social.
Hay que reconocer que el ámbito de pertenencia de nuestro hombre y mujer americana en este mundo globalizado es múltiple, como lo son sus lealtades hacia su comunidad primaria: localidad, región, provincia o estado. Según el índice de multiplicidad que tenga será la particularización de su cultura y el grado de lealtad que posea.