Por María Fernanda Abad
Arturo Dávalos dejó para siempre su atril y su lapicera fuente el 5 de diciembre de 1960. Hoy tendría 82 años y -lo afirma con voz firme y ojos vidriosos su esposa, Sara San Martín- seguramente seguiría transitando por las rimas y desgajando melodías con alma desde el fondo de su guitarra.
De él dicen las antologías: "Arturo León Dávalos. 1918-1960. Letrista de canciones populares y cultor en versos del género satírico-festivo que signa la casi totalidad de su producción. No dejó libro publicado". La reseña en nada miente, pero en mucho queda en falta. Porque la figura de Don Arturo desborda las dos oraciones, el mezquino espacio, se derrama en música, pentagramas y canto... Porque don Arturo fue, además de un poeta, un gran compositor.
Nació el 29 de enero de 1918, en esta ciudad, y murió un 5 de diciembre, apenas 42 años después de que en la casa de los Dávalos le anunciaran a don Juan Carlos y a doña Celesia Helena que les había nacido un niño robusto y colorado.
El 11 de enero de 1949 contrajo matrimonio con Sara San Martín, y permaneció hasta el último de sus días trabajando como empleado público y dedicando la totalidad de su tiempo restante, entre asados, lunas llenas y fresco de álamos a componer su música y su obra poética. Su vida azarosa lo llevó a transitar desde agente en San Antonio de los Cobres hasta marinero mercante en las márgenes del Plata. Sólo después de casado recopiló sus obras dispersas y se dedicó a estudiar música para poder sentirse dueño y señor del pentagrama. Pero la muerte lo sorprendió muy temprano, justo cuando alcanzaba reconocimiento popular por su rica obra musical. Pero más allá de este abrupto corte, hoy, a 40 años de su muerte, podemos decir que Arturo Dávalos -su genio y su ingenio- se regaló a manos llenas y fue inmensamente generoso con el tiempo, que fue tan tacaño con él.
Dueño de una honda sensibilidad, Arturo Dávalos era capaz de captar todas las facetas de este mundo desde su humor y su sutil ironía. Desde allí escribió sus más ágiles versos, cargados de grotesco y crítica social Don Arturo decía, en verso, sobre sus versos: "Prefiero, al pensador que adusto piensa/ que tal problema importa para el mundo,/ al triste bufo, rimador jocundo/ que ironiza su llaga y su vergüenza...".
Pero supo también escribirle a la tierra, su tierra, en poemas que después se hicieron canto. Algunos de ellos trascendieron y cobraron vuelo propio, como La Salamanca, Corazón de palo, Tristeza de Navidad, Zamba del tiempo verde... Otros temas, muchísimos, permanecen aún en el anonimato de la espera, entre las paredes de la casa chica en Cerrillos, bajo la tutela familiar.
De todo esto y mucho más habló la poetisa Sara San Martín con Agenda Cultural. Doña "Ancha" -como solía llamarla don Arturo- dejó gustosa el espacio protagónico que suele ocupar en las letras salteñas para desplegar sobre la mesa, con amorosa ansiedad, el rico caudal de su memoria. Así llegaron carpetas negras, amarillas, marrones, repletas de papeles ordenados, pasados en limpio o de puño y letra del mismo Arturo, partituras, dibujos, cartas, artículos... su eterna huella, su presencia hecha verso y pentagrama.
A doña Sara no hace falta sacudirle los recuerdos con preguntas, le caen así nomás, solitos, de puro maduros. Y son tantos, y tan frescos que parece mentira que la mayoría de ellos se remonten a casi cincuenta años. Muchas veces ella habla de Arturo en presente, como si de verdad tuviera la capacidad de alejarse en el tiempo para volver a pisar viejos patios, para sentarse a la mesa generosa de los Dávalos o para quedarse una vez más extasiada, escuchando a Arturo componer una canción triste bajo el fresco de la galería... Y cuenta, a borbotones."Lo más valioso de mi marido, para mí, son sus canciones. Son letras preciosas a las que él mismo les puso música. A algunas no pudo terminarles los arreglos y sólo quedaron las melodías. En otros casos, ni eso". Doña Sara y su hija, María Inés, se han embarcado en la tarea de salvar del olvido las notas y acordes que quedaron flotando en el aire y en la memoria.
A algunas de sus melodías las rescatamos porque las recuerda su hija. Ella también es música, pero tiene un modo de ser diferente porque se dedica a la música de cámara. Sin embargo, hemos recopilado todo lo de Arturo y hemos decidido que las letras de las canciones queden en esta casa, para cuando María Inés pueda hacer los arreglos para la música de su papá. Las otras, las que ya están publicadas, ya le rinden un mínimo tributo".
De dos vertientes
En Arturo, el segundo de los hermanos Dávalos, había prendido el tronco robusto de su "tata", don Juan Carlos; pero también corría fuerte en sus venas la herencia materna, la de los Helena, que lo invitaba a transitar por la música. Por eso fue, con todas las letras y las penas, un creador.
Sara San Martín habla de esas letras y de esas penas. "Arturo fue un gran músico, y muy prolífico. Cuando yo lo conocí tocaba y componía `de oído'. Después decidió estudiar música para evitar que le siguieran robando sus temas".
Hombre divertido, locuaz, pero de poco carácter, Arturo no supo en algunos casos defender a los hijos de su creación. Se le fueron así, como agua entre las manos, de madrugada, en ronda de amigos... Pero después de pasar por el conservatorio de Prevot -entre otros maestros- creció, echó ramas, hojas y pájaros al viento, subió y bajó a su antojo por las cinco líneas del pentagrama, agotó lapiceras, servilletas y tardecitas pulsando las caderas de su vieja guitarra. Arturo creó, fue padre prolífico y sus "hijos" llevaron su nombre.
Sin límites, sin celdas
Pero los recuerdos de Doña "Ancha" tocan otros cielos, más gratos, más diáfanos: los de las tardes y mañanas en Cerrillos, cuando Arturo, metódicamente, le usurpaba la sombra y el silencio a los algarrobos para sentarse a componer.
"El estaba tocando y me decía: Ancha, esto, ¿cómo se puede llamar?. Y como estaba próxima la Navidad, suponte, yo le decía: Ay, es tan triste... `Tristeza de Navidad'. A partir de ahí escribía la letra. Creaba a la par, letra y música".
Y creaba en libertad.
"Porque Arturo no era peronista, no era gremialista, no era anarquista... era un artista, un libertario... Porque para escribir algo tenés que ser libre. Tenía mucho humor, y con ese don apresaba y criticaba la situación social. Era muy espontáneo, se burlaba de los gremios, de la política, de los estereotipos...". "Nunca escribimos juntos, pero él siempre leía mis cosas. Y cuando veía que estaba escribiendo decía: `Uy, estás escribiendo... hoy hago la comida yo Ancha, no te preocupés'. Y entonces hacía un asadito".
De la vieja biblioteca de Sara y Arturo ya no quedan muchos libros. La mayoría de ellos desapareció con la venia de sus dueños, generosamente cedidos a la curiosidad de algunas visitas y amigos. No están los libros, pero está Sara y la memoria de esa literatura que también es memoria.
"Arturo era un gran lector de clásicos. Leyó a todos los griegos. A los chicos, en invierno, les leía la Ilíada y la Odisea. También se dejó atrapar por Dostoievsky, Tolstoy, Balzac, Wilde... y tantos más. A alguno que otro se lo acerqué yo, como ser a Giordano Bruno, que era un monje del siglo XVI. Un personaje excepcional que murió en la hoguera, durante la Inquisición, por plantear que Dios está o es el paisaje. Arturo se enamoró de la vida de Giordano Bruno y escribió su famoso soneto `Dios'".
La ironía y la sátira de Arturo Dávalos también sacudieron los pasillos de la redacción de viejos diarios locales. En uno escribía con el seudónimo de "Semillas de Quiscaloro". En otro, firmaba una columna llamada: "Con humor y sin veneno, por Sileno".
Doña Sara guarda con recelo toda la producción poética de su marido. "Aquí está todo, esperando que alguien se ocupe, porque yo ya no puedo. Está todo preparado, todo ordenado", dice, y la esperanza se le materializa en los ojos y en la voz.
Lo que no guarda, porque nunca se las devolvieron, son las imágenes de su Arturo. "Ricardo Díaz Villalba me pidió fotos para hacer un dossier, y yo le entregué las imágenes de toda una vida. Fotos de Arturo y del grupo familiar. También le entregué algunas letras e impresiones sobre algunas de sus canciones, pero él se fue a Francia y nunca me devolvió nada".
Doña Sara tiene tanto por decir, tanto por compartir. Va y vuelve, y de a ratos se queda allá, por 1949, 1950 ó 1956... cuando ella era simplemente "Ancha" y todavía no había rincones vacíos.
EN EL 40 ANIVERSARIO DE SU MUERTE
"Ripio fino y ripio grueso"
Dios, asomando en el paisaje
José Juan Botelli tiene caudal de voz y emociones para hablar de Arturo Dávalos, porque Arturo era su amigo. Y alguna vez supo hablar del "ripio fino", como el segundo de los Dávalos solía llamar a sus producciones líricas más "serias".
Al "ripio grueso" lo conformaban esos otros versos de tono irónico o satírico que con tanta facilidad componía. Sobre los primeros poemas, Botelli se preguntaba: "¿Cómo llegó a esa habilidad y a ese manejo de hallar las palabras justas? Sólo un cultivo secreto y continuado puede llegar a madurar. No se hace nada con el simple talento, si no se le decanta y purifica en la obstinación de un largo proceso de `padecimiento íntimo', de gustoso rigor. Su facilidad no es sólo simple herencia sanguínea o cósmica. Hay algo más que la simple entrega o la simple recepción de un don que viene de la naturaleza.
Arturo hubo de ser, sin duda, un intimista que sufrió en silencio una decantación, una cristalización que tomó un buen tiempo en acomodar aristas, ganar pulimento y finalmente relucir en el esplendor de su hermoso soneto Dios.
Además, era difícil que se pusiera a escribir en serio. Su obsesión profunda, la hondura de su cosmovisión le hacía captar a este mundo en su faz ridícula. El hombre era para él un simple comediante lleno de comicidad, un grosero aparentador de circunstancias; por eso, quizá, en su soneto Dios prefirió hablar con seriedad disimulada entre las hojas, el sol, la savia y un mismo Ser irreal y sin trampas: Dios, que finalmente se esconde, se escabulle para terminar como desilusionado, o riéndose de la propia creación...".
Soneto
Escucho a Dios en la callada umbría.
Lo veo en el milagro de la hoja.
Está en mi savia y en mi sangre roja
y en el vino y el pan de cada día.
El es la estrella que mi paso guía
y las raíces que la acequia moja
y la tarde que de oro se despoja.
Y el grillo y su violín monotonía.
Tiene manos de tronco retorcido.
Sus ojos miran con el sol que quema
y en el viento transmite su mensaje.
Como los hombres lo han escarnecido
siendo Dios inventó una estratagema
y se ocultó por siempre en el paisaje.·
Edición: Agenda Cultural del Tribuno del 10 de diciembre de 2000