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Carlos Ibarguren

EVOLUCION EN EL PENSAMIENTO DE CARLOS IBARGUREN

En el desarrollo del pensamiento de Ibarguren, es dable reconocer dos etapas sensiblemente diferenciadas: una, la de su juventud, que lo configura dentro del liberalismo tan característico de fines del Siglo XIX; la segunda, de hombre público y de reconocido prestigio, subyugado por ideas nuevas de las que se convierte en procurador y propagandista, a mediados de la década del veinte; es el nacimiento del llamado nacionalismo argentino.

La Argentina de fines del siglo pasado se nos presenta vigorosa y pujante, su clase dirigente tiene la mirada puesta en Europa, se tiende a consolidar los principios de Alberdi quien entendía que gobernar era poblar, cobra singulares características la presencia de Gran Bretaña en nuestra economía debido a las cuantiosas concesiones otorgadas para la realización de trascendentales obras públicas, como la de extensión de las líneas del FF.CC. de 2.318 kms a 5.964 kms, durante la administración del General Roca, la proliferación de realizaciones de envergadura para el progreso nacional efectuadas en base a empréstitos en el extranjero, el importante aporte inmigratorio, el impulso a la cultura argentina; todo ello va modelando una mentalidad de rasgos bien definidos que se encuentra claramente caracterizada en los hombres de la Generación del 80.

Buenos Aires deja de ser la gran aldea para convertirse en una urbe de importancia internacional, guardando similitud con París, en forma especial en sus edificaciones, en su refinamiento y cultura.

La mentalidad liberal era la gobernante y como bien la definió alguien, para las nuevas generaciones era considerada como un bien heredado de sus mayores. Ello ocurrió con Ibarguren quien nació en un hogar en cuyo seno conoció a figuras importantes de la época, liberales en su mayoría, como Sarmiento, de quien el padre de Carlos Ibarguren fue un entrañable amigo y ferviente correligionario, o Wilde, recordado por su talento, al mismo tiempo que por la abierta oposición anticlerical y laicista; todo ello produjo indudable influencia en el pensamiento del joven. Así lo recordará años más tarde refiriéndose al discurso que pronunció el día de su graduación como abogado: "mi discurso -afirmó- expresión de los ideales juveniles en la víspera de terminar el Siglo XIX, sostuvo la necesidad de que nuestra generación, en vez de dedicarse al campo ofuscador de la política -como lo habían hecho los anteriores- debía consagrarse al estudio de las ciencias sociales, porque la organización económica y social argentina era tan deficiente como primitiva", más adelante agrega: " teníamos absoluta fe en la ciencia, en la sociología que surgió entonces, en el progreso indefinido que se alcanzaría por los adelantos técnicos que harían felices a los pueblos".

Todo ese cuadro de progreso trajo como consecuencia la conformación de una mentalidad materialista y una visión sensual de la vida, produciéndose una aguda crisis de orden moral que tuvo principal incidencia en el terreno político.

Cabe destacarse que durante el tiempo en que Ibarguren profesó su liberalismo accedió a la función publica o a la cátedra, no por recomendaciones ni influencias comiteriles sino en mérito a sus cualidades de gran señor y a la brillante formación intelectual. Sus mismas candidaturas a diputado nacional y a presidente de la Nación, surgieron por considerársele una figura independiente con respecto a las fuerzas políticas en pugna en esa época, a tal punto que su proclamación para dichos cargos se hizo aunque éste no se encontraba afiliado a las agrupaciones políticas que lo promocionaban.

Uno de los testimonios más elocuentes de su concepción de vida y de política durante su liberalismo es el discurso dirigido a los egresados de la Facultad de Derecho de la UNBA el 12 de agosto de 1912: "Vivimos en lo inestable. El embrión no ha perfilado aún sus rasgos definitivos y, como los médanos de las pampas, sus líneas móviles y livianas acusan la adventicia formación. Lo improvisado reemplaza aquí a lo inconcluso y tal es la fuerza cambiante de este gran país en germen que lo observa Groussacx, con verdad no es solamente una Argentina distinta, sino un argentino nuevo que elabora cada generación". Refiriéndose a nuestra mentalidad, expresaba: "Es superficial y ligera" agregando luego que "carecemos de personalidad", "somos imitadores y disimulamos, también bajo ese aspecto, con apariencias" y formula una apreciación importante acerca del sistema educativo de su época que hasta hoy perdura "nuestro sistema educativo contribuye a la repetición fácil y a la súbita erudición" aseverando que: "pensar no es exponer lo que otros dicen, ni educar es transmitir lo que se ha leído". En los tramos finales de su mensaje afirma "el problema de la instrucción pública es el de la "inteligencia argentina", "... y no se resolverá con leyes y decretos sino enseñando y propendiendo con el ejemplo a que los jóvenes observen, mediten y obren por sí mismos. Entonces brotará copiosa la savia enchida de fecundidad". Tiempo después empiezan sus trabajos de investigación y de docencia que formarán luego parte de los principios sustentados por el nacionalismo, refiriéndose al imperioso cambio que debía realizarse en nuestra Patria. Ibarguren expresaba: "Ahora es necesario organizar la nación para que en lugar del individualismo, que lleva consigo el germen de la anarquía, se imponga el concepto social y solidario de nación homogénea y en vez de la exhaltación romántica de una absoluta libertad personal -asevera más adelante- predomine un patrimonio espiritualista en el que el individuo debe su acción y hasta su sacrificio a la Patria que está representada por la Nación".

Frente al estado de anarquía reinante en la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen, en cuya administración primaron, en muchos casos los intereses del comité o en otros, las desmedidas ambiciones materialistas de ineptos colaboradores, cobran vigencia las palabras del esclarecido Leopoldo Lugones, cuando dice: "Toda libertad contraria al bien de la Nación, deja de ser tal, para convertirse en delito", frente a esa desjerarquización de los estamentos del poder y a la carencia de respuestas concretas de parte del Parlamento, surge un movimiento que plantea en forma abierta la criss del sistema sufragista y liberal. En efecto, el nacionalismo, nace desde los albores de la argentinidad pero cobra unidad doctrinaria allá por los años 1927, con el grupo integrado por Ibarguren, Robert Leferrere, los hermanos Irazusta, Juan Carulla, Ernesto Palacio, algunos de los cuales iniciados a la política como redactores del famoso diario antirigoyenista "La Fronda", dirigido por el célebre Francisco Pancho Uriburu, formando la Liga Republicana, brazo aliado de la administración de uno de sus simpatizantes, el Teniente General Don José Félix Uriburu.

En su libro "La Inquietud de esta Hora", Ibarguren luego de considerar la crítica situación mundial y nacional como fruto de las anteriores gestiones gubernamentales populistas, plantea la necesidad de dar vigencia al nacionalismo católico: "Es esta la hora -decía- del nacionalismo espiritualista que está fundando nuevas instituciones político-sociales y que se opone a la expansión de la corriente materialista del marxismo internacional". En otro pasaje expresa: "La Nación para el nacionalismo debe formar un cuerpo fuerte, unido, disciplinado en jerarquías, aparece en el sistema demo liberal como un conglomerado de intereses antagónicos, que luchan por predominar dentro de la débil armazón de un estado conducido por banderías políticas que no interpretan realmente, ni representan a los verdaderos valores sociales". Para Ibarguren el nacionalismo es también "un concepto" sentimental y místico que impregnado de la trama moral e histórica de una nación debe tender enérgicamente a elevarla y engrandecerla".

En esta pincelada fugaz, he tratado de aprisionar toda la fuerza espiritual que proyecta el pensamiento y la acción de Carlos Ibarguren, un salteño que supo de honor e hidalguía y que quiso subordinar los principios de su conducta a dos ideales supremos. Dios y la Patria, concibiendo a esta última como una unidad de destino en lo universal, una empresa en la que participan todos los miembros de una determinada comunidad nacional con un espíritu solidario en donde predominan sólo los intereses de esta. Estoy firmemente convencido de que se torna imperiosa cada vez más la necesidad de restaurar en el alma argentina los imponderables aportes de espíritus tan puros y tan patriotas como el de Ibarguren, ya que el patriotismo moral y la capacidad de los hombres de bien, son baluartes inexpugnables ante las asechanzas del enemigo traidor y asesino que se encarama hoy en la subversión apátrida, en el marxismo ateo, en la pretendida división de la familia, en la desjerarquización de los valores imperecederos, en la desnaturalización de la misión educativa y en la negación de Dios.

Diego Cornejo Castellanos

Diario El Intransigente 14 de mayo de 1978
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