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Carlos Mario Barbarán Alvarado

Periodista - Escritor - Poeta

ijo de don Carlos Barbarán y de doña Concepción Alvarado nació Carlos Mario en la localidad salteña de Campo Quijano, en el año  1905.

Desde época de estudiante se destacó por su afición a la buena lectura y sobresalía entre sobre sus compañeros cuando debían componer el resumen de los trabajos que impartía sus Maestras y, posteriormente sus profesores.

Muy joven se incorporó al cuerpo de redacción del diario “El Intransigente” donde comenzó a dar a conocer sus inquietudes literarias con cuentos, poemas y ensayos. Mas tarde, ya en la década del 30’ del siglo anterior permanentemente es requerido por colaboraciones para las páginas culturales de “La Nación”, “El Hogar” y “Mundo Argentino”, como así para publicaciones del interior del país, de Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay. Su obra fue volcada en el libro “Donde los hombre mueren riendo” y por lo general trasluce el ambiente lugareño.

Al decir por Raúl Aráoz Anzoátegui, refiriéndose a las letras salteñas se expresa: “Al nombre de los venerables de la literatura salteña –Castellanos y luego Juan Carlos Dávalos- sucedió una generación intermedia donde aparecían nombres como los de Luzzatto, Carlos Mario Barbarán Alvarado o Julio Díaz Villalba.

Cuentas los memoriosos que Carlos Mario Barbarán al ser elegido intendente de Campo Quijano algún envidioso cuestionó el arte de escribir del “lord mayor” del pueblo. Para demostrar su capacidad literaria dictó una resolución municipal redactada todo en verso. Con el tiempo este documento desapareció para engrosar algún archivo particular en razón que no pudo ser habido ni en los archivos de la Comuna ni el Oficial de la Provincia.

Entre la obra cumbre de Barbarán Alvarado se encuentra: “Donde el Hombre Muere Riendo”, impresa en los Tallegres Gráficos Inti, en 1974.

Por el cerro anduve
Desde la alborada,
Buscando afanoso
Una flor extraña.

Una flor de estío
De cuatro colores,
Que en las cumbres nace
Junto a los pedrones.

Su corola roja,
Lila, blanca y azul,
De curar las penas
Tiene la virtud.

Se la cuelga al pecho
Con paciente afán,
Y a los pocos días
Los males se van.

Al oír mis quejas
Con mucho secreto
Dióme esta receta
La bruja del puesto.

¡Pero hallar no pude
La preciada flor,
Y las penas siguen
En  mi corazón!...

 

EN EL TEATRO

Distraídos vagaban mis ojos
Navegando sin rumbo en el mar,
En un mar de miradas joviales
Que inundaban la sala teatral.

En un breve intervalo de la obra
Los marinos hallaron al fin,
En la gran extensión de las olas,
Un pedazo de tierra feliz.

Pues, mis ojos, cansados viajeros,
En tus ojos llenos de ardor,
Salvadores del triste naufragio,
Encontraron el puerto de amor.

De ese puerto seguro y tranquilo,
Nunca, nunca quisiera partir…,
Tengo miedo del fiero oleaje
que palpita en el mar del sufrir.

 

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