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Juan José Jacobo Botelli

Autorretrato

Nace en Salta un 10 de Febrero de 1923.

Comienza sus estudios musicales desde muy temprana edad bajo la guía del maestro José Mantuano (bandoneón, teoría y solfeo); continua sus estudios orientados ahora al piano con los maestros Juan Dacal y Luis Alberto Prevot, todos ellos en Salta. Posteriormente realiza estudios de composición (armonía y contrapunto) con los maestros Enrique Mario Casella e lmre Kardos en Tucumán y Salta respectivamente.

Se considera 1946 como el año en que su producción como compositor profesional tanto en música “seria” como en música popular.

En el final de su vida se entregó integramente a las artes plásticas desarrollando un estilo particular y hermoso como todo lo que hizo en el campo del arte.

Lago del Parque San Martín

La Salta de Antes

Carmen

Carmen, Arturo y Juan

Sus obras musicales más importantes son:

Zamba de los dos, La Felipe Varela, zamba, Preludio y baile; Salteño viejo, zamba, Vidala doble, todas con letra de José Ríos.

Nostalgia de tu ausencia, serenata con letra de Roberto García Pinto;

Cantaré cuando me muera, zamba con letra del mismo músico;

El zapatero, gato y La apenada, zamba, con letra de José Ríos;

Zamba en las estrellas, con letra de Antonio Nella Castro;

La niña de los lapachos, zamba con letra de Cesar Perdiguero;

Calixto Gauna, zamba y Diablo del Carnaval, chacarera con letra de José Ríos;

Obrajera, zamba con letra de Oscar Nella Castro;

Zamba de Orán, con letra de Jaime Dávalos;

Gaucho, zamba con letra de Guillermo Villegas;

La Juana Figueroa, zamba con letra de José Ríos;

Zamba de un cantor, con letra del mismo músico;

Vidala de la lluvia, con letra de Miguel Ángel Pérez;

Volar de tu desamor, zamba, con letra de Raúl Aráoz Anzoátegui;

A Serapio Guantay, canción con letra de Juan Carlos Dávalos:

La querendona, zamba con letra del mismo músico;

Coplas del calladito, chacarera con letra del mismo músico;

Chacarera de los loros, con letra de Juan José Coll;

La familia de Juanito Laguna, milonga lenta con letra de José Ríos;

La Chocolate Saravia, zamba con letra de Antonio Nella Castro;

Zamba de mujer, con letra de Cesar Perdiguero;

Para el Niño Dios, con letra del mismo músico:

La lluvia en tus ojos, zamba con letra de José Ríos;

Canción de la alcancía, con letra de José Gallardo;

A orillas del Lorohuasi, con letra de José Ríos;

Los Infernales, zamba con letra de Guillermo Villegas;

Lo que me falta, zamba con letra de José Ríos.

Pajarito Velarde y Zamba del Carnaval, ambas con letra de José Ríos;

Canción lejana, con letra de Jacobo Regen;

Pa’ don Nicolás, bailecito con letra de Miguel Angel Pérez y

El recuerdo vuelve, con letra de Jorge Díaz Bavio.

Es escritor y tiene publicados los siguientes libros de prosa y verso:

El canto del gallo (cuentos, relatos, misceláneas), edición de la Cooperativa Gráfica de Salta del año 1957.

Poemas, es una edición que tiene la particularidad de haber sido compuesta a mano en una imprenta realizada por el mismo autor. Data de 1963 y denominó a este emprendimiento El coyuyo.

Cuentos y relatos, Ed. El Coyuyo, 1967.

Soliloquios y ensayos, Ed. El Coyuyo. 1974

De la tierra y el cielo (Poemas), Ed. El Coyuyo.1977

Apuntes en el diario, Ed. El Coyuyo.1981

Los italianos y descendientes en Salta. Edición de Artes Gráficas Salta.1983 La historia del vino en Salta, edición de la Fundación Etchart.1986

Selección y prólogo de coplas salteñas, edición de la Confederación Empresaria Salteña.1987

Coplas y refranes de Salta, edición de la Fundación de Canal 11 de Salta.1987

Juan Carlos Dávalos: testimonios salteños, Edición de la Fundación Etchart a los cien años del nacimiento de Dávalos.1987

Antología. Ed. El Coyuyo. 1988

El zumbido intelectual, selección de notas publicadas en Diario El Tribuno. Gofica Impresora. 1992.

Gallero viejo (cuentos).1994

El diario sobrevivir (notas).1996

Sabor provinciano. Editado por Gráfica Logos, Tartagal. 2001

Salteño viejo. Ed. El Coyuyo.2004

 

José Juan Botelli: Uno y múltiple

Por Gregorio A. Caro Figueroa

José Juan Botelli fue uno y múltiple. Uno, en su integridad moral, en su responsabilidad y en su compromiso. Múltiple, por la diversidad de las expresiones de su creatividad. Sin ostentaciones ni paternalismo, tendió un puente entre generaciones de escritores salteños: entre la de Dávalos con la suya, y entre ésta y la siguiente.

A diferencia de la provocativa y jactanciosa afirmación del manifiesto de “La Carpa”, Botelli no creía que la cultura era como esos cines continuados donde la función comenzaba cuando llegaba el espectador. Su arraigo no lo encerró en el localismo ni lo puso de espaldas a lo universal. Entendió que, sin innovación, una tradición perdía vitalidad, pero también que, divorciada de la tradición, una cultura se empobrecía.

Era sobrio, discreto, sereno, austero hasta en las palabras. Una vez recordó que Eduardo Mallea solía decir que se escribe para dejar de hablar: “ese es mi caso”, confesó Botelli.  

Quizás fue Jaime Dávalos quien mejor definió la personalidad de José Juan Botelli. Poco después de cumplir cincuenta años, con solo dos trazos, Jaime dibujó el perfil de Botelli: “Humilde sin agachadas, paciente artesano de su propia vida”. Coco Botelli y Jaime se conocieron en 1938 cuando éste tenía 17 años y aquél 15. Ese encuentro abrió las puertas a la vieja casa, a la hospitalidad y a la amistad de don Juan Carlos Dávalos y de sus hijos, con Botelli.

Ese rasgo de Botelli no es menor en el mundo de los cultos donde la modestia no es moneda corriente. Gandhi decía temer “la dureza de corazón de los hombres cultos”. Hace pocos años, apoyándose en que “los escritores desayunan egos revueltos”, el crítico español Juan Cruz escribió un libro sobre la soberbia de ciertos intelectuales obsesionados por adjudicarse la condición de seres superiores.
“Los escritores se juntan muchas veces para medirse, y si se miden con la altura se sienten altos; en la costumbre de nombrar (a escritores importantes, a políticos, a artistas) hay también un egocentrismo que cultiva muchísima gente, pero que los escritores animan selectivamente: se es más, se piensa, si se está con quien es más”, explica Juan Cruz.

Cuando hablaba no desenvainaba ninguna de estas espadas que usan los dogmáticos. Jamás acaparaba la palabra ni pronunciaba sentencias condenatorias. No hacía ostentación de conocimientos ni se jactaba de méritos.

Fotografía de Alejandro Ahuerma

En 1974 Botelli escribió en su libro “Soliloquios y ensayos”: “Hay seres que para sentirse importantes, les basta con aparentarlo”.  Botelli no necesitaba sobreactuar modestia: era natural e íntegramente modesto. Por primera vez que yo recuerde, en 2002 y por un instante, Botelli advirtió que Salta se estaba poblando de “salteños importantes”: mitómanos, fabuladores y desayunadores de “egos revueltos”.

“Unos quieren pasar como genios en vida”, anotó. Son los que se jactan de haber compuesto 500 obras musicales “que nadie interpreta”. Los aparatos de autopromoción, la excesiva exposición pública y la publicidad “no mejoran a las personas y menos a la obra”, anotó. Recordó entonces la sátira que escribió Manuel J. Castilla, inspirado en “un famoso figurón acomodaticio político de su tiempo al que apodaban Mandinga: “De costado yace Mandinga / incómodo debe estar  / tan solo después de muerto / no se pudo acomodar”.    

Los veinte libros que publicó, las poco más de cien de composiciones musicales, su producción como artista plástico, ceramista, carpintero, profesor de música, fotógrafo, editor–imprentero, los treinta años dirigiendo la página literaria de “El Tribuno” y  su gestión en la Dirección de Cultura, no alteraron esos rasgos personales, que no ostentaba pero que se percibían en gestos, actitudes, transparencia, y hasta en su tranquilo modo de pasear y saludar todas las mañanas por el centro de la ciudad.

Pero ese estilo de Botelli no puede confundirse con el de la modestia y la bondad por omisión. Por el contrario, en su caso la generosidad era tan serena como activa, y tan activa como despojada de toda especulación.  Jamás le escuché hablar mal de nadie ni mostrar ningún rencor. Fue un hombre recto, de carácter templado, amplio, sin cargas ideológicas.

En medio de cierta bohemia del ambiente de su época, fue una excepción. Fue hombre de su familia, de sus amigos y de su casa de calle Necochea 556 –la misma en que nació y vivió hasta su muerte-. Esa casa era un mundo propio pero abierto en el que reunió su paternidad, su estudio, su piano, su sala de ensayos, su atelier, su imprenta Minerva;  el horno para sus cerámicas, su taller de carpintero y su laboratorio fotográfico.

Hoy se cumplen 92 años del nacimiento de Coco Botelli. Su padre fue Juan Botelli Bassani. Su madre Nicéfora Cabral. Por su abuelo, Giovanni Agostino Botelli, un milanés, herrero y comerciante radicado en Salta, tiene raíces italianas. Por su madre, antepasados españoles  y árabes. Fue bautizado como José Jacobo, aunque luego usó el “José Juan”.

Por eso eligió el seudónimo  Jacobo Cabral para firmar artículos periodísticos. A  diferencia de la confesión de llevar “sangre jacobina”, que hizo Antonio Machado en su “Retrato”, el estilo y las ideas de Botelli no lo eran. Pero Botelli sí, como escribió Machado, era “en el buen sentido de la palabra, bueno”.

Cuando tenía tres años, Coco quedó huérfano de padre. Sus hermanos mayores fueron trabajadores en las obras ferroviarias del Huaytiquina. Con esos ingresos pudieron comprar un bandoneón, que ninguno de ellos aprendió a tocar. Pero sí lo hizo Coco quien, a los 9 años, aprendió con José Mantuano.

En 1931 Coco está de “andanzas” en el Tabacal, “deslumbrado por el ingenio azucarero que era el más grande de Suramérica”. En 1932 aparece cursando la primaria en la Escuela Normal; ingresó después al Colegio Nacional donde conoció y tuvo como profesor a Juan Carlos Dávalos, la persona que más influyó en su vida cultural.

Coco debió tener quince o dieciséis años cuando, acompañado de un amigo, emprendió la aventura de viajar a Buenos Aires donde tenía parientes. Durante su permanencia en Buenos Aires, recordó, vivió precariamente. En 1945 trabajó como empleado de Vialidad Nacional en Las Lajitas (Anta), viviendo en un campamento en medio del monte.

Al año siguiente conoció al Cuchi Leguizamón y a Manuel J. Castilla, y a los demás integrantes de ese grupo de escritores y músicos que –para temor de su novia- formaban la “bohemia salteña”. Estudió música con Juan Dacal, Imre Kardos y Alberto Prevost en Salta, y con Enrique Mario Casella en Tucumán.

Que esos miedos se disiparon lo prueba el hecho que en 1951 su novia, Carmen Oliver Velarde, se convirtió en su esposa y principal apoyo. Del matrimonio nacieron Arturo (Pachula) y Juan, ambos músicos. En 1956, el rector del Colegio Nacional, Roberto García Pinto, incorporó a Coco como profesor de Música, tarea que desempeñó hasta 1982. De ese año es “La Felipe Varela”, con letra de José Ríos: una de sus composiciones más exitosas. En 1957 publicó su primer libro “El canto del gallo”, poesía y prosa, al que calificó como “libro bautismal”, “pero imperfecto”.

El domingo 4 de febrero de 1962, poco antes de cumplir 39 años, se hizo cargo de la dirección de la página literaria del diario “El Tribuno”, que dirigió hasta 1985. En el primer número de ese suplemento y en pocas y claras palabras, Botelli definió su orientación: “apoyar, difundir y retribuir en parte”, el trabajo de intelectuales y artistas de Salta. Su intención coincidió con los hechos: abrió esas páginas no sólo a los consagrados sino “a los nuevos y desconocidos”.

“No caben aquí celos políticos o artísticos o de otra índole, que suelen incubarse en los medios provincianos”, advirtió.  Botelli no proclamó “pluralismo” –palabra de poco uso  entonces-: lo practicó y muchos podemos dar testimonio de su honestidad y coherencia. “Cada página que se publique será trabajo limpiamente realizado”, añadió. En ese primer número incluyó textos en prosa de Julio Espinosa, el Cuchi Leguizamón; poemas de Carlos Hugo Aparicio, Isidro Morón y Mercedes Clelia Sandoval, además de una xilografía de Benjamín Heredia.

Fue director de Cultura de la Provincia desde 1971 hasta 1976. Al igual que lo hicieron otros antes, como Raúl Aráoz Anzoátegui; y Eduardo Subirana Farré después, Botelli rechazó la pretensión de politizar la cultura o usar lo público con criterios de amiguismo. Advirtió que era un error, tanto esperar demasiado de los organismos oficiales de cultura, como también adjudicar a su escaso o nulo apoyo el fracaso de las iniciativas culturales privadas. “Si culturalmente soy algo, lo debo a la influencia de los grandes amigos”, dijo en 1994. 

Cuando cumplió 70 años los recordó en un artículo que tituló “Mis siete muertes en 70 años”. Mencionó los médicos que lo atendieron, desde que su vida corrió riesgo por primera vez cuando tenía 7 años. “¿Me salvarán? Si viene el caso? Claro que ahora todo depende de que El de arriba aún no quiera abrir la puerta,…hasta quien sabe cuándo”. En 2006, cinco años antes de su muerte, escribió su epitafio: “Me hubiera gustado no morirme nunca”. 

A comienzos de noviembre de 2010 fue internado, sumando a ese episodio de salud no menos de diez a lo largo de su vida. Murió el 17 de noviembre de ese año. A 92 años de su nacimiento, Coco Botelli está no sólo en su obra sino en su ejemplo de fina y fértil humanidad.-

 

 

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