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Clodomiro Arce Romero

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UN ALUMNO DE GOUNOT EN LA SALTA DE FINES DEL SIGLO XIX (*)

Por Carlos María Romero Sosa

ontaba yo pocos años –y pido perdón por ser autorreferencial- cuando el sacerdote de origen alemán y extensa actuación religiosa, cultural y docente en el país, R. P. Santiago Lichius (1877-1973), perteneciente a la congregación del Verbo Divino, visitó un día nuestra casa. Este organista virtuoso, compositor, musicólogo y frecuente colaborador en los periódicos con notas sobre crítica musical y temas piadosos, recibió en la oportunidad de manos de mi padre, varias partituras originales de quien fuera también otro creador musical, en su caso de finales del siglo XIX y principios del XX: el salteño presbítero doctor Clodomiro Arce Romero, nacido en la ciudad del cerro San Bernardo el 14 de noviembre de 1854 y fallecido allí el 27 de septiembre de 1909.

Habrá motivado la entrega de esas partituras, el convencimiento que nadie mejor que el padre Lichius  para analizarlas y en su caso difundirlas. Ignoro qué piezas o fragmentos de ellas pudieron haber sido  las obsequiadas entonces, ya que en las biografías del doctor Arce, tanto  la incluida en el Diccionario Histórico Argentino, dirigido por los historiadores Ricardo Piccirilli, Francisco L. Romay y Leoncio Gianello; como la inserta más tarde en el Nuevo Diccionario Biográfico Argentino de Vicente Osvaldo Cutolo, se lo menciona  como compositor de dos misas, de numerosas piezas musicales para órgano de carácter litúrgico y de una Rapsodia de proyección folclórica. Tiempo después el P. Lichius   proporcionó al obsequiante una hoja pentagramada que contiene la obra original de Arce para voz y órgano con arreglos de aquél según se lee al final con su letra y firma, titulada “Ecce altare domini, expresión bíblica que se repite en función de antífona en la partitura.  

No era improvisada ni accidental su pasión musical. En la obra de Roberto G. Vitry: “Mujeres Salteñas”  publicada en Salta en el año 2000,  al trazar la biografía de doña Antonina del Carmen Alvarado de Moyano, hija del brigadier general Rudecindo  Alvarado,  dama patricia a la que la historia salteña reconoce como notable benefactora, se señala que entre las muchas obras caritativas y piadosas debidas a su generosidad como la contribución para erigir  la torre de la basílica de San Francisco y la construcción de su altar mayor o la restauración de la histórica torre de la iglesia de la Merced,  el dato -vivo por cierto en la tradición familiar- que Carmen Alvarado de Moyano fomentó la vocación artística de Arce y su  particular inquietud  por la música sacra, llegando a costearle un viaje a Europa en su juventud, para que en París se perfeccionara en armonía y composición con Charles Gounot. Al respecto solían testimoniar sus hermanos  Josefa y Pascual Arce quienes lo sobrevivieron varias décadas, sobre la veneración  que manifestaba   por el genial autor de “Fausto”. Incluso en uno de sus posteriores viajes al Viejo Mundo visitó  al  antiguo maestro en su residencia parisina de St. Cloud.  

Hijo de  Felipe Arce y Zelarayán y de Matilde Trinidad Romero de la Corte, sobrina del general Güemes,  Arce realizó sus estudios sacerdotales primero en su provincia y luego en el Seminario de Loreto, en Córdoba, en cuya Universidad se doctoró en Derecho Canónico. Ordenado sacerdote en Salta en 1878 por su pariente, el franciscano monseñor Buenaventura Rizo Patrón, tercer obispo de la diócesis salteña, fue luego catedrático en el Seminario Conciliar de Salta fundado por el mencionado pastor en 1874 y del que llegó a ser rector. Canónigo de la Catedral de Salta y  fiscal eclesiástico, el diario La Provincia dirigido por el poeta satírico Nicolás López Isasmendi, en la nota necrológica que le dedicó el 28 de septiembre de 1909 donde informaba que el acto del funeral se realizó en la Catedral, subrayando su condición de “decano del venerable cabildo eclesiástico de esta diócesis”. 

Se desempeñó antes como párroco de  Nuestra Señora de la Candelaria de la Viña en la segunda mitad del siglo XIX, cuando activó la edificación de la torre y el campanario que proyectó el ingeniero Rauch, como informa Telma Chaile en su trabajo “La tradición de la Virgen de La Viña. Construcción colectiva y homogeneización de los relatos devocionales en Salta, Argentina, a fines del siglo XIX y principios del XX” (Hispania Sacra, Vol 65, Nro. 132 (2013). Esa iglesia debió ser entrañable para él:  su tío el canónigo  Pascual Arce Zelarayán –que firmaba “Arze” con z- había ejercido allí el ministerio parroquial y promovido  la creación del nuevo templo de estilo italianizante, hoy Monumento Histórico Nacional; en tanto que  su abuelo materno, el guerrero de la Independencia y del Brasil, Gregorio Victorio Romero González, uno de los capitanes de Güemes,  había donado en su juventud terrenos de su propiedad situados en la actual calle Alberdi al 400, para que junto a la modesta capilla original del Nazareno o capilla de La Viña, se erigiese un templo destinado a honrar la advocación de Nuestra Señora de la Viña, lo cual se concretó décadas más tarde con el producido de nuevas donaciones de otros fieles.     

En 1903 –da cuenta un artículo aparecido en El Liberal de Santiago del Estero el 18 de mayo de 2019- el doctor Arce era visitador diocesano del obispado de Tucumán a cargo de monseñor Pablo Padilla y Bárcena y a   sugerencia suya, se decidió desmembrar del curato santiagueño de Matará a Mailín y constituir allí una nueva parroquia próxima al añoso algarrobo donde se inició  la veneración del  Señor de los Milagros de Mailín. Además fundó en Salta la Sociedad de Obreros Católicos de San José, que se integró luego a los Círculos Católicos de Obreros creación del sacerdote redentorista Federico Grote en 1892. Actuó en el periodismo local divulgando a través de la prensa las ideas en materia social de la encíclica “Rerum Novarum”. En 1908 participó en la primera peregrinación argentina a Tierra Santa junto a figuras eclesiásticas y laicas de prestigio, entre ellas  el tucumano monseñor Julián Toscano –hoy enterrado junto al altar mayor  de la catedral de Cafayate donde fue párroco-, monseñor fray Zenón Bustos y Ferreyra, monseñor José Américo Orzali, el entonces franciscano fray Pacífico Otero, después eminente historiador sanmartiniano, o  la madre Camila Rolón, fundadora de la Congregación de las Hermanas Pobres Bonaerenses de San José y cuya causa de beatificación y canonización se tramita en la actualidad.  Del periplo iniciado en el puerto de Buenos Aires rumbo a los lugares sagrados de la cristiandad  dejó testimonio escrito en sus  “Memorias de viaje a Palestina”. En 1903 el papa León XIII le otorgó la cruz “Pro Ecclesia et Pontífice” y suscribió  el correspondiente diploma que acompaña a la condecoración  el entonces Secretario de Estado, cardenal Mariano Rampolla.

Aparte de la fundamental dedicación al orden sagrado y de su afición por la música, el doctor Arce tuvo gran  interés por las ciencias naturales y destacan sus biógrafos, que reunió un herbario en su hogar que lucía en vitrinas en la sala donde ejecutaba su armonio; como si esos testimonios muertos de la naturaleza le inspiraran volar hacia las regiones inmateriales e imperecederas del arte. En especial desarrolló estudios etnograficos y arqueológicos y participó en expediciones arqueológicas junto al nombrado monseñor Toscano, destacado historiador y arqueólogo  autor de ensayos  en la materia tales como: “La región calchaquina” (1898) e “Investigaciones sobre arqueología argentina” (1910). Y con el ingeniero Víctor J. Arias, uno de los primeros estudiosos de la Cultura de La Candelaria que después profundizó Alfred de Metraux.  En una de esas expediciones, el doctor Arce halló al norte de Cachi  un vaso lítico ceremonial con forma de jaguar hembra en estado de parición, con guardas decorativas en su exterior talladas en la piedra que representan hojas de árboles. Esa pieza despertó en los años cuarenta del siglo pasado la atención del antropólogo José Imbelloni, en tanto Dick Edgar Ibarra Grasso destacó en el objeto alguna influencia del Tiahuanaco. 
                                                 
Es de imaginar a Clodomiro Arce Romero, un día con el oído atento al pentatonismo andino de raíz incaico revivido en las  nativas bagualas, y extasiado otra jornada frente a la sublimidad de las melodías de Charles Gounot, al tener el privilegio de escucharlas en versión del maestro. O tragando tierra en sus excavaciones  arqueológicas y al regreso de cada yacimiento, dado a predicar desde el púlpito con inspiración ascética  enriquecida por esas experiencias, aquel pasaje del Genesis:  “polvo eres y al polvo volverás”.

(*) Se publicó en La Prensa el 7 de junio de 2020.-       

 

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