Volver Mapa del Sitio

La Muerte del Angelito

Ay… Aita… pobrecito mi huahuita…

Por CLAUDIO OMAR ARNAUDO

Desde la antigüedad los niños que fallecen antes de los siete / ocho años de edad, se transforman en angelitos. ¿Qué pecados pudieron cometer a tan corta edad?, la respuesta lógica es ¡Ninguno! Entonces no hay duda los niños que se mueren van directamente al cielo convertidos en ángeles protectores. Pero antes hay que suplicar a la muerte con un particular rito fúnebre de carácter festivo: el velorio del angelito.

Su práctica se expandió en toda América, desde México hasta el sur del continente. En la actualidad, en nuestro país se circunscribe casi exclusivamente a la provincia de Santiago del Estero.

No es una creencia, ni una práctica que respondan plenamente a la doctrina católica, pese a que varios de sus componentes son propios del catolicismo.

Por lo tanto estas prácticas y creencias no surgieron oficialmente, sino a consecuencia de una construcción popular en la que se sincretiza contenidos católicos y otros específicamente elaborados para este fin. Pero también en este caso, como en todas las devociones y prácticas religiosas populares, nos encontramos ante un universo simbólico que aporta, y mucho, a la materia.

El hecho de que esta práctica se haya observado abundantemente entre la América Negra de Venezuela, Puerto Rico, Colombia, Ecuador, Perú, etc., fueron argumentos validos para que algunos investigadores sostuvieran que se trataba de una costumbre de origen afro.

A su vez, por su enorme extensión geográfica, alcanzando a casi todas las poblaciones originarias de estos suelos, provocó la sospecha de antecedentes nativos

Sin embargo, hoy se sabe que esta tradición llegó para instalarse en América  de la mano de los españoles. Más precisamente, de quienes portaban la tradición valenciana del “Vetlatori del Albaet”, cuya traducción literal sería “velatorio del niño muerto sin pecado” (1)

Al parecer, fueron los árabes, tras la invasión  del Siglo VIII, los que introdujeron en España la creencia de que un niño fallecido se transforma en angelito. Importa destacar que no se trataría solamente de “un modo de decir”. No es que un niño fallecido pasa a ser como un angelito, sino que realmente se convertiría en tal. Ésta parece ser la certeza más profunda.

Numerosos  testimonios dan cuenta de cómo se celebraba este ritual fúnebre, cuya esencia se mantiene casi similar en las prácticas actuales de Sudamérica.

“…Tras su fallecimiento, se cubría al niño de blanco y se le ceñía en su cabeza una corona de flores; sus labios y mejillas se  pintaban con color carmín, se cubría su cuerpo con flores blancas y se prendían cuatro velas, dispuestas una en cada extremo del féretro, éste también de color blanco. Cuando todo estaba preparado comenzaba la danza del vetlatori ejecutada por tres parejas de bailarines con música de guitarras o de bandurrias y repiques de castañuelas. La fiesta podía durar varios días, se comía y se bebía como en cualquier festividad...”.

“…Cuando ellos fallecían [los niños], los preparaban bien como en una sillita y... después sí (...) les colocaban sus alitas... Durante eso pues antonces uno estaba tocando y los demás preparando el ángel ahí al frente, tocando y cantando... Lo tenían todo el día, como dicir, si moría hoy en la mañana, hoy todo el día y la noche, la noche hasta el otro día que se le daba sepultura. Lo sacaban del campo hasta el pueblo, cuando había la posibilidad, con música todo el camino... hasta que llegaba uno al pueblo. Tocábamos un rato y de ay descansábamos y seguíamos tocando. Llegaba uno al pueblo y antonces lo mismo, se velaba un rato, se colocaba en una posada por ahí mientras se abría la sepultura pues, antonces durante ese rato uno seguía tocando y después se llevaba con música hasta el cimenterio y se le daba sepultura…” (Conversación en fecha 10 de enero de 2011).

Maricel Pelegrín, en su estudio “El Vetlatori del Albaet en Valencia y su correlato en el Velorio del Angelito en Santiago del Estero, Argentina” relata un hecho digno de mención. Según pudo documentarse, estos rituales han sido prohibidos durante el siglo XVIII a instancias del obispo de Orihuela, don Josef Tormo. Ocurrió que por entonces se produjo en la zona una muy alta mortandad infantil, lo que provocó abundancia de vetlatoris. Ante esta situación, el obispo se dirigió a la Real Audiencia de Valencia solicitando su intervención, de la que consiguió respuesta favorable. Estos son algunos párrafos de su carta:

 “…En número considerable de estos pueblos se ha introducido la bárbara costumbre de los bayles nocturnos con motivo de los niños que se mueren (...) no habiendo bastado para exterminar los daños espirituales y temporales que de ello resultan, el desvelo de mis Antecesores y mío, y excomuniones fulminadas para desterrarlo (...) Suelen juntarse hombres y mugeres, la mayor parte mozos y doncellas en las casas de los padres de los difuntos, y contra las leyes de la humanidad se gastan chanzas, invectivas y bufonadas contrarias a la modestia, y consideraciones cristianas que presentan la muerte de un hijo; y después se bayla hasta las dos o tres de la mañana (...) La grande población de aquel territorio hace mui frecuentes estas funciones, por los muchos niños que se mueren, lo que ocasiona que se pierdan muchos jornales, pues como el retirarse a sus casas es a hora en que es mui difícil logren el descanso correspondiente de la noche para trabajar entre el día, se aumenta su infelicidad y miseria y se perjudican los expresados fines…”

El obispo es claro. Para él, y sus antecesores, se trata de una bárbara costumbre que no pudo ser desterrada ni con excomuniones. De allí que apele a la Real Audiencia procurando la prohibición civil de esta práctica debido a que por ella se pierden muchos jornales.

 

Los Angelitos en  Argentina:

Esta tradición recorre casi todo el continente americano, por ende también nuestro país, en una vasta extensión que va desde el Neuquén hasta las provincias del norte se propago estas prácticas. No obstante,  en Santiago del Estero donde el velorio del angelito aún perdura con mayor intensidad.

También aquí se viste al niño de blanco y se lo ubica en un féretro de ese color. También aquí se lo adorna con flores y se ornamenta la sala con imágenes religiosas. Igual que en la antigüedad valenciana, también se extiende una tela o sábana blanca que representa al cielo. También aquí el clima es festivo.

Existen algunas diferencias en relación a otras costumbres: la madre le pone leche en la boca como si necesitase alimento para el viaje que va a emprender y la madrina le aplica, en sus brazos, un par alas fabricadas con papel. En algunos casos le atan un cordón al cuello o a la cintura. En otros, ponen una manta con flecos sobre el ataúd. Pero en ambos, con el mismo objeto: para que los visitantes hagan un nudo, en el cordón o en los flecos mientras le piden algún deseo. Esos nudos, además, les servirán de “escalera al cielo”; de ellos se tomarán al momento de morir para que el angelito los ayude en el ascenso final.

Como en la Valencia española, aquí  nadie debe llorar, y mucho menos la madre. Si la madre llora puede mojarle las alas e impedirle su vuelo. El llanto está expresamente vedado, todo debe ser alegría. Y esa alegría se expresa con cohetes, con música, con baile... igual que en los vetlatoris. Tampoco puede faltar la comida: guiso a la noche y asado al día siguiente,  si hay comida, también hay bebida: vino, ginebra, chicha, cerveza... Los gastos corren a cuenta de la madrina.

El salteño José Mamani, nacido en Rosario de Lerma afirma sobre el tema: “…Esta fue una costumbre muy arraigada en todo el norte, en Salta tenia algunos aspectos que la hacían única… cuando fallecía un niño pequeño, era para la creencia popular un angelito cuya alma ascendía directamente al cielo…. Cuando moría el pequeño los padres hacían llamar de urgencia a la madrina del muertito para que  presida toda la ceremonia…se preparaba un cajoncito de madera blanca, se lo adornaba el lugar con flores naturales, también se ponía coronas de papel. Se ponia una sábana blanca en el techo simulando el cielo… Se decía que era mejor llenarlo de harina al angelito y ponerle una escalera de papel para que llegue pronto al cielo…  le colocaban alas de papel… se le cantaban al angelito canciones de navidad, villancicos y cantos religiosas alegres... Se colocaba una o dos velas, no más en el velatorio… Los parientes solían hacer cordones de hilo de oveja o llama que eran anudados, mientras se hacia el nudo se le pedía…para que llegado el caso el angelito los ayude a salir del purgatorio o otros pedidos.... La madrina ataba al finadito a una pequeña silla o en el mismo cajón y se lo colocaba en el centro del cuarto donde era velado… En el velatorio se acostumbraba una fiesta en la que las mujeres horneaban empanadas y otras cosas y los hombres no hacían faltar el vino o caña…. Luego se comía y se cantaba, con caja y guitarra, las coplas eran infaltables. Se hacia el baile del angelito y mientras  se servía café, caña, aloja y aguardiente… Muchas veces los vecinos pedían el cuerpo del angelito para honrarlo también ellos en sus casas con alegría, así el cuerpo pasaba de casa en casa hasta que era enterrado. Algunas de estas fiestas duraban varios días aunque ya el angelito haba sido enterrado…”

Un sentido para la muerte:

En cualquier cultura y en todas las épocas, la muerte de un niño suena como un hecho “contra natura”. Los niños tienen un único horizonte lógico: vivir y crecer. Así, si toda muerte es en algún sentido un absurdo, para la comprensión humana, cuánto más la muerte de un niño. Es este natural y espontáneo convencimiento, lo que plantea la necesidad de darle un sentido al fallecimiento prematuro. Y es esto, por tanto, lo que está detrás de la concepción del angelito.

También es por ello que se extendió tan amplia y prontamente a casi toda América, especialmente, en los contextos cosmogónicos que le asignaban un lugar privilegiado a sus difuntos y a los rituales mortuorios. Si un niño muere, es porque Dios lo quiere o lo necesita como angelito. Su muerte no es aventurada, ella habla del cumplimiento de un mandato divino, en el “más excelso” de los sentidos.

En cuanto a esta apropiación americana cabe, precisar algunos detalles:

El rito.

Si bien,  se considera que todos los niños después de fallecer son potenciales angelitos, esta transformación no se daría en lo inmediato. El velorio del angelito  se compone de dos partes: el ritual funerario por un lado y la fiesta por el otro.

En su concepción más primitiva, que aún perdura, el ritual del velorio con todos sus componentes es necesario para que esa transformación se produzca. Vale decir, que lo que deviene en la festividad  no es estrictamente la muerte del niño. Ese es un hecho triste, naturalmente penoso. La fiesta, entonces, es la forma ritual de agradar a Dios para que lo acepte como un ángel.

Por eso en la creencia se dice que si la madre llora puede romper el conjuro, ya que el llanto le moja las alas. Pero además, también hay que agradar al niño para que una vez convertido en angelito, sea benevolente con sus deudos y además protector de su familia y sus amigos.

El bautismo.

Otro punto importante es el del bautismo. Tal vez, en la tradición valenciana, no se imaginaban la hipótesis de que un niño fallezca sin estar bautizado. En “tierra de misión”, en cambio, la carencia de sacerdotes abona y concreta esta posibilidad.

  • ¿Qué ocurre, pues, con los niños que fallecen antes de ser bautizados?
  • ¿Cómo se hace para que esa muerte no carezca de sentido?
  • ¿Morirá el niño como un simple “animalito o en el peor de los casos ande penando” porque no hubo tiempo para su bautismo?

No puede soslayarse que la primera evangelización ha sido sumamente estricta en cuanto a la importancia del acto bautismal para alcanzar la gloria eterna. Pero el genio popular, insatisfecho con la alternativa del limbo, no quiso aceptar el absurdo de la muerte de un niño y su carencia de sentido. Se hizo necesario encontrar alguna manera que devuelva la paz a sus padres y a sus seres queridos. Esta se encontró sin demasiados conflictos: se bautiza al niño después de muerto.

No se puede aseverar si se trato de una práctica demasiado extendida, pero testimonios recogidos en el año 2001 por Maricel Pelegrín en Santiago del Estero, dan cuenta de ello. La hija de una rezadora, muchos bautismos en zonas rurales eran realizados por rezadoras/es; en algunos lugares también existían los llamados licenciadas/os (con licencia de la iglesia para bautizar), explica lo que aprendió de su madre: “… al niño muerto se le pone el nombre Jesús o Nazareno. No importa cómo lo querían llamar los padres, ése tiene que ser el nombre. Después se lo bendice con agua bendita...Ya no es de acá. Es de otro mundo...”

Como un angelito:

En la actualidad, y entre los creyentes urbanos o suburbanos, también se dice comúnmente, que el niño fallecido es un angelito. Sin embargo, no parece que ese “decir” refiera al mismo “ser” que en las tradiciones rurales mencionadas.

Aunque no haya explicitación, puede entreverse un contenido diferente, más parecido a “como un angelito” destacando que por su pureza e inocencia no puede estar sometido a juicio divino, y en muchos casos, además, se confía plenamente en su capacidad protectora y/o intercesora.

En estos ámbitos, el rito funerario, tales como velorio, misa, responso, etc., ya no tiene el mismo carácter antes nombrado, sino que acontece como el momento específicamente religioso/cultural de la despedida sin necesidad de ocultar la tristeza.

En cuanto al sentido, aquí tampoco se plantea del mismo modo. Se tiende a asumir como algo que ocurre por naturaleza,  y que forma parte de las “leyes” o del “misterio” de la vida. Por otra parte, a medida que se crece en la capacidad para acceder y para comprender las causas biológicas de los decesos, se tiende a pensar más en su evitabilidad que en su finalidad.

Angelitos Especiales:

Todo niño fallecido, convertido en angelito, tiene por misión de proteger a sus padres, hermanos, padrinos, abuelos, vecinos...

Sin embargo, también existen en nuestra región algunos angelitos especiales, en una palabra distintos. Son los que aun sin pasar por el rito del velorio, se convirtieron en particulares sujetos / objetos de devoción, los que trascendieron a su entorno inmediato constituyéndose en devociones populares más o menos extendidas.

Entre estos se puede citar:

Pedrito Hallao:

Lo encontró, una mañana, el sereno del Cementerio Norte de San Miguel de Tucumán. Durante la noche había escuchado gemidos, pero pensó que se trataba de un ánima en busca de paz.

Lo encontró tirado en el portón de entrada, era un bebé recién nacido que agonizaba de frío y estaba repleto de picaduras de hormigas. Se dice que vestía una ropita muy fina y cara, y que su madre, por tanto, debía ser una mujer adinerada. Fue el 29 de junio de 1948, día de san Pedro.

Por eso, lo llamaron Pedrito Hallao  “el encontrao” y con ese nombre lo bautizaron en la capilla del cementerio poco antes de morir.

Su fama de angelito creció de inmediato. Las autoridades del cementerio le construyeron un monumento y comenzó a recibir enorme cantidad de visitas. Sus principales devotos son los niños y estudiantes. Le ofrecen lápices, cuadernos, hojas de carpeta y le piden que los ayude con sus exámenes.

Miguelito - Miguel Ángel Gaitán:

Su caso es muy particular, distinto a casi todos. Miguelito nació el 9 de julio de 1966 en Banda Florida, provincia de La Rioja. Poco antes de cumplir un año, el 24 de junio de 1967, fallece de meningitis y su cuerpito es enterrado en el cementerio de Villa Unión.

Hasta aquí, es uno más de los tantos casos de mortandad infantil de los que sus padres, Argentina Olguín y Bernabé Gaitán, conocían muy bien: sólo sobrevivieron nueve de sus quince hijos.

Pero la historia se reabre siete años después. Un día de 1973, una fuerte tormenta remueve la tierra y los ladrillos que cubren el cajón. Un empleado del cementerio se dispone a reparar la tumba y se le ocurre espiar adentro del ataúd: descubre que el cuerpo estaba prácticamente intacto.

Rearman la tumba y al poco tiempo, en forma “misteriosa” vuelve a destruirse su cubierta y se desparraman los ladrillos dejando el cajón a la vista.  Lo mismo ocurrió en una tercera oportunidad. Pero a partir de esta vez, deciden dejar el cajoncito descubierto.

En los días siguientes se encuentran con otra novedad: la tapa del cajón apareció removida. Le pusieron piedras y objetos pesados para evitar que se levante y no consiguieron su objetivo: todos los días encontraban el cajón con su tapa a medio abrir mostrando el rostro de Miguelito; un rostro entero, oscuro, como moldeado en barro. A partir de entonces resolvieron dejar el ataúd al descubierto “…porque eso es lo que quiere Miguel Ángel…”, dijo la mamá y las visitas se multiplicaron de inmediato.

En pocos días lo trasladaron a una sala especial y le construyeron una caja con tapa de vidrio para que todos los peregrinos puedan apreciar su cuerpecito. Hoy su panteón tiene dos salas más, una al lado de la primera y otra en un piso superior. La mamá, le cambia la ropa todos los días, como si estuviese vivo (2) .

A Miguelito le piden de todo. Pero en especial, por la salud y el éxito escolar o deportivo de los más chicos. También recibe ofrendas a montones: placas, cuadernos, útiles escolares, fotos, ropa y juguetes. Sobre todo eso: muchos juguetes. Dicen que “por las noches, cuando queda solo, se entretiene jugando”.

Pedrito Sanhueso:

El horrendo crimen del nene de 6 años, ocurrido el 19 de mayo de 1963, conmovió a miles de salteños que hoy lo consideran “un niño milagroso y protector de los estudiantes”.

El padre de los mellizos fue el jefe del Destacamento Policial de la Estación Gobernador Solá, del Ramal C-14, el comisario Julián Barboza. Este hombre, cuando Pedrito tenía 4 años, se lo pidió a Ángela para que su cuñada Purísima Copa lo críe en Salta capital.

A los 6 años, a menos de un mes de su cumpleaños, el domingo 19 de mayo de 1963, su primo Pablo Copa, un mecánico de 20 años, lo golpeó brutalmente y lo violó.

El 26 de junio de 1956, nacían Pedro y Pablo, cerca de Santa Rosa de Tastil, Departamento de Rosario de Lerma,  los mellizos de Ángela Sanhueso, una humilde pastora de ovejas de 24 años que vivía a más de 3.000 metros de altura. La mujer ya tenía dos hijos de una pareja anterior: Demetrio de 13 años y Norberto de 10. Aquella madrugada, con un mechero, fue su hijo Demetrio quien cortó la oscuridad del rancho de barro y piedra para atender el doble e inesperado parto de su madre. Ni siquiera Ángela sabía que iba a dar a luz a mellizos. En ese paisaje inhóspito no había médicos que atendieran su embarazo."…Ella me despertó a las 5 de la mañana y me dijo: 'Cortame aquí'. Era el pupito. Me pidió que lave al chico y que no lo vaya a golpear. En el suelo había un cuero de oveja, como una cuna…", recuerda Demetrio, todavía dolorido por el crimen de Pedrito, ocurrido hace 44 años."; “…Al rato, ella vuelve a quejarse y nace otro changuito más flaquito, pero al ratito muere. Como habían sido los fogones de San Pedro y San Pablo, mi mamá les puso Pedro y Pablo, éste último es el que murió…", relata en diálogo con el diario Clarín (3).

El padre de los mellizos fue el jefe del Destacamento Policial de la Estación Gobernador Solá, del Ramal C-14, el comisario Julián Barboza. Este hombre, cuando Pedrito tenía 4 años, se lo pidió a Ángela para que su cuñada Purísima Copa lo críe en Salta capital.

A los 6 años, a menos de un mes de su cumpleaños, el domingo 19 de mayo de 1963, su primo Pablo Copa, un mecánico de 20 años, lo golpeó brutalmente y lo violó.

A los 6 años, a menos de un mes de su cumpleaños, el domingo 19 de mayo de 1963, su primo Pablo Copa, un mecánico de 20 años, lo golpeó brutalmente y lo violó. Pablo lo creyó muerto y llevó el cuerpo a la cortada de ladrillos "Robledo", cerca de la casa de los Copa. La vivienda estaba donde hoy queda el barrio El Milagro, en el sur de la capital provincial, a no más de diez minutos del centro. Sin que nadie lo viera, Pablo arrojó a su primo al fondo de un aljibe, a seis metros de profundidad. Pero Pedrito volvió del desmayo y comenzó a gritar. Entonces, sin compasión, su primo buscó un palo y lo hundió hasta ahogarlo.

Pablo fue detenido como presunto autor del crimen y la Policía también arrestó como encubridora a su madre Purísima Copa. El niño fue velado y su féretro fue llevado hasta el Cementerio de la Santa Cruz, el más antiguo de Salta. Su tumba, sin foto, hoy se convirtió en un santuario donde la gente deja juguetes, exámenes, cartas, guardapolvos, copias de títulos universitarios. “…Pedrito está considerado por la fe popular salteña como 'el protector de los estudiante', y su tumba es la más visitada del cementerio", dice el administrador del cementerio. .

Del pasado de Pedrito no se conocía nada hasta una investigación periodística del diario Clarín que localizó a Demetrio, quien por entonces vivía en Campo Quijano.

Los que visitan el santuario de Pedrito saben de él por lo que figura en la placa que los docentes y sus compañeros del primer grado le dejaron con una leyenda:"No conoció padres, a los 6 años subió a los cielos mártir y víctima de un monstruo humano. Rogad a Dios por su alma inocente. No lo olvidaremos más".

El historiador Miguel Ángel Cáceres recopiló datos sobre Pablo Copa y su madre: "Los dos fueron absueltos por el beneficio de la duda, aunque estuvieron presos tres años a la espera del juicio".

Pedrito se convirtió en el más popular de los difuntos del cementerio, donde hay 19.000 nichos y 3.000 mausoleos. Desde la Iglesia salteña sostienen: "Ese chico no es un Santo"."Lo de Pedrito Sanhueso es una devoción que la gente tiene por las benditas almas del Purgatorio", afirmo un integrante de la iglesia salteña. Demetrio cuenta que su madre sacaba el rebaño a pastar y cargaba a Pedrito en sus espaldas en un aguayo. Le dio leche de cabra porque ella no tenía, y lo dormía a la sombra de un cardón. "Pedrito tenía 4 cuando Barboza se lo pidió. Pedrito lloraba. No se quería ir…".

"Almita desconocida":

El Diario de las Américas público sobre este caso: En la frontera entre Bolivia y Argentina está la tumba de “Almita desconocida”,  llamada así porque se desconoce su identidad. Sólo se sabe que las partes desmembradas del cuerpo pertenecen a una niña de entre 12 y 16 años,que fue enterrada en el año 2002 en Yacuiba, una ciudad calurosa del sur de Bolivia, con unos 90,000 habitantes, que comparte frontera con Argentina.

Un reportaje de la revista Gatopardo, revela quela tumba de la Almita Desconocida es mucho más que una tumba: es un pedazo de cemento con la forma de un ataúd, dentro de un tinglado con el techo cubierto con láminas de calamina. Está pegada a uno de los muros del cementerio Divina Paz de Yacuiba y hasta allí van quienes consideran que la víctima de un asesinato a sangre fría es capaz de atraer la buena suerte y brindar protección a sus familiares”.

La identidad de Almita es aún un misterio. De acuerdo a la investigación realizada por la publicación,algunos dicen que tenía 12 años; otros, que 13, 14, 15 o 16. Se cree que era una “mula”, una “tragona” que había atiborrado su estómago de cápsulas rellenas con cocaína. Algunos sostienen que fue víctima de un ajuste de cuentas, que la cortaron por venganza con una motosierra. Otros, que la interceptaron los sicarios de un grupo rival para hacerse con la droga que llevaba en los intestinos. Y no faltan los que aseguran que su cuerpo fue cercenado por un psicópata transfronterizo.”

Dicen los que vivieron el acontecimiento, entre ellos, Juan Casazola, el empleado más antiguo del cementerio que “sus restos habían sido mordidos por los perros y ya no había intestinos, eso sí, pero la cabeza estaba, claro que estaba, aunque en mal estado”.

El pueblo, que a principios del 2002 parecía un pueblo mexicano por la violencia del narcotráfico, se ha convertido en un lugar de peregrinación para ver a la Almita Desconocida.

Durante la temporada seca, la cocaína suele pasar a Argentina en avionetas. Y durante la de lluvia, el narco recurre al tráfico hormiga: introduce la droga a través de caminos secundarios que nadie vigila, echando mano de jóvenes que viven en los barrios próximos a la frontera.

Dicen los pobladores de Yacuiba, que además de los narcotraficantes, muchas otras personas van a pedirle a Almita desconocida, entre ellos los estudiantes que dejan como ofrenda sus cuadernos.

Juan Cravero:

 Conocido como San Juancito de Realicó: Publica el Diario La Nación el 11 de marzo de 2006:Un niño de siete años a quien toda la comunidad de un pueblo de la provincia de La Pampa consideró un santo.

Entre las muchas historias místicas que han tenido lugar en el interior de nuestro país, hay una, ocurrida hace 100 años, que resulta entrañable: la del milagro de Juan Cravero, un niño de Ítalo, un pueblito del sur cordobés

Después de su muerte, Juancito se le habría aparecido varias veces a su familia, pidiéndole que sus restos estuvieran en el cementerio de la localidad de Realicó, en el norte de la provincia de La Pampa.

Cuando, al exhumarse su cadáver se comprobó que el humilde cajoncito de pino blanco estaba intacto (hasta las marcas del lápiz del carpintero tenía) el traslado resultó un imperativo de conciencia para la familia de inmigrantes italianos que lloraba la muerte del niño.

Como buenos agricultores, sabían que si había tierra habría trabajo. Por eso partieron hacia Realicó, donde el chico fue para siempre San Juancito.

Había trascendido que Juancito era milagroso, por eso el traslado de sus restos fue acompañado por un bizarro cortejo desde Italo.

Hombres y mujeres en coches, jardineras y sulkys y paisanos de a caballo pernoctaron la primera noche en la chacra de Cravero donde se efectuó el velatorio para seguir temprano en la mañana a fin de recorrer los casi 80 kilómetros hacia la morada final.

Cuentan los memoriosos que "seis muchachas vestidas de satiné celeste, traían sobre las rodillas el cajón de Juancito" y que a medida que se acortaba la distancia, comenzaban a gestarse ciertos aires de sugestión individual y colectiva que inhibían muchas veces a los incrédulos.

Uno de los hechos que se conocieron fue el que le sucedió a un paisano desconfiado que había llevado ante la tumba, junto con su mujer, una criatura de pecho gravemente enferma.

Al verla curada en el acto, entre conmovido y absorto, el paisano atinó a expresar: "No hay que darle güeltas... Hay que creer o reventar".

Durante décadas, cuando todavía corrían los trenes de pasajeros, llegaban hasta Realicó personas agradecidas que depositaban flores en la tumba que aun perdura con las mismas características. Otras hacían ofrendas o prometían volver en sus hijos.

El tema tuvo otras aristas y excedió el ámbito lugareño. El dramaturgo Pedro E. Pico llevó el caso "San Juancito de Realicó" al tablado del Teatro Odeón de Buenos Aires, en una obra donde actuaron Olinda Bozán, Mecha López, Martín Zabalúa y otros renombrados actores del teatro nacional.

Rezo criollo:

Poco a poco el olor a crisantemos comenzó a diluirse, las placas del interior del espacioso panteón, testimonian aquellas presencias foráneas que en su desesperación buscaban consuelo en el cementerio de un pueblo del norte de La Pampa. El mismo pueblo que se apresta a celebrar en escasos doce meses su Centenario y a recuperar a San Juancito de Realicó desde el sentimiento inevitable de pertenencia.

En las "Instrucciones para que la Oración a San Juancito sea eficaz" se indica que debe ser rezada por la persona interesada en el mismo sepulcro y si estuviera muy enferma, imposibilitada para trasladarse, podría ir en su lugar un pariente más cercano.

Dicen que podría volver el tren. Los caminos de tierra ahora tienen pavimento y es mas fácil llegar. Hay señales dispersas, pero que ya no parecen remotas, porque si los tiempos de la fe con aquellas características no concuerdan con los actuales, debe quedar seguramente algún criollo dispuesto a acodarse a un mostrador para apurar una grapa, antes de ir al cementerio, quitarse el sombrero y pedir un milagro.

Hay también mucha más gente que por pudor no se anima a confesar sus deseos de rezarle al chiquilín hijo de gringos que muriera allá por el año en que el pueblo que eligiera para su descanso eterno, comenzaba a andar.

Martita:

Una abuela de 85 años, con hijos, nietos y algún bisnieto. Así sería, quizá, la vida de Marta Ofelia Stutz. Pero sólo fue “Martita”, la nena de 9 años que se perdió para siempre el 19 de noviembre de 1938.

El Diario la Nación en su edición del 23 de enero de 2018 pública: La misteriosa desaparición de Martita Stutz, el caso que marcó la historia policial cordobesa:

Era el sábado 19 de noviembre de 1938 cuando Martita, de 9 años, llegó a su casa después de su último día de clase en la escuela Alejandro Carbó. Se sacó el guardavolpo y pidió una moneda para ir a comprar la revista Billiken. Nunca más apareció. Desde entonces, el destino de Marta Ofelia Stutz se convirtió en un misterio que nadie pudo olvidar.

La incertidumbre consumió a su familia. Sus padres y sus dos hermanos menores fueron "tragados" por la tristeza y los sospechosos terminaron rehaciendo sus vidas en otras provincias sin que nadie más los buscara. "Martita es como un fantasma; no quedó nadie detenido, no hubo condenados -dice a LA NACION Esteban Dómina, autor del libro "La misteriosa desaparición de Martita Stutz-.

Cuando la desaparición de Martita se hizo pública, conmocionó a Córdoba y, a medida que pasaban los días, al país. Los Stutz eran una familia típica de la clase media de aquellos años; papá oficinista, mamá ama de casa, los chicos en el colegio.

La nena salió de su casa al kiosco cercano, frente a la escuela Yrigoyen, donde había bastante gente porque se inauguraba una obra en ejecución. El kiosquero -el lugar cerró hace pocos años- aseguró que la vio cruzar la calle y caminar en dirección a su casa. Pero nunca llegó.

"La búsqueda fue intensa, con los medios que había a disposición, que no eran sofisticados, pero la investigación se hizo con torpeza, fue rudimentaria", describe Dómina. El caso rápidamente trascendió los límites de Córdoba. Sin pistas, la policía estaba "desconcertada".

Pasaron varios meses hasta que una prostituta apuntó contra Antonio Suárez Zabala, un hombre sin antecedentes, casado, padre de dos hijos, que trabajaba para un laboratorio médico. La joven afirmó que había escuchado que "pedía chicas". Así nació la historia del "vampiro de Córdoba".

Antonio era hermano de Francisco Suárez Zabala, el farmacéutico inventor del Geniol en sociedad con un perfumista de apellido Dubarry. Hubo versiones que sostenían que él ayudó a que el cuerpo de Martita fuera trasladado a una estancia en Bragado (Buenos Aires). Allí, en Montelen, la niña aparecería luego como un "fantasma", según diversos relatos.

En esa nueva etapa del caso hay ribetes que Dómina no duda de rotular como "alocados". Las líneas de investigación llevan a José Barrientos, un guarda de tren, "con su mujer ligada a las 'casas de citas'. Los datos dicen que llevaron a su casa a Martita, ya muerta, y que entregaron el cuerpo a un vecino -Humberto Vidoni- dueño de unos hornos de cal en La Calera, donde la habrían incinerado.

"Mono", el sabueso entrenado que la Policía trajo desde Buenos Aires, encontró un colchón enterrado en el patio de los Barrientos. Ellos y Suárez Zabala fueron presos.

Los puntos oscuros de la investigación

"La gente se agolpaba ante las pizarras de los diarios donde se publicaban las noticias, el caso se devoraba", apunta Dómina. Como se habló de que una "mujer rubia" tomó de la mano a Martita cerca de su casa, ese color de pelo se convirtió -por un tiempo- en un "estigma". Era "la perversa, la malvada que la entregó; ninguna quería ser rubia", asegura el escritor.

El radical Amadeo Sabattini gobernaba Córdoba en esa época. Por los problemas en la investigación, la oposición demócrata logró interpelar a su ministro de Gobierno.

En tanto, otro hecho ensució aún más la causa: Vidoni, el dueño de los hornos de cal, fue torturado por la policía hasta morir, lo que desembocó en la renuncia del jefe de la fuerza, Argentino Auchter, quien en 1945 fue candidato a gobernador del peronismo.

"Sabattini sufrió un desgaste -avanza Dómina-, como a nivel nacional gobernaban los conservadores; hasta se llegó a plantear la posibilidad de intervenir la provincia". Dedoro Roca, el impulsor de la reforma universitaria cordobesa, se convirtió en el defensor del principal sospechoso, Suárez Zabala, que ni bajo tortura confesó.

En 1941 fue condenado a 17 años de prisión por proxeneta. Dos años después, el caso -por apelación de la defensa- llegó a la Cámara, que lo dejó libre por falta de pruebas. Entre Mendoza y Chile se perdió su rastro.

"Los camaristas votaron divididos; Antonio de la Rúa -padre del ex Presidente, Fernando- se inclinó por que era culpable. Pero las pruebas era débiles, todas testimoniales. Y sin el cuerpo, era difícil".

El caso Stutz marcó a Córdoba durante años. "Los mayores recuerdan que sus mamás no los dejaban salir solos, les pedían no hablar con extraños, no aceptar caramelos. La familia, consumida por el dolor, bajó la persiana. El hermano menor murió hace pocos años; su hermana vive pero nunca quiso hablar", concluye Dómina.

Adrianita, la santa milagrosa de Varela:

24 CN Conourbano On Line Guillermo Zanetto / Andrés Randazzo 26 de junio de 2012 En el cementerio municipal el mito se convierte en realidad. El mausoleo donde se encuentran los restos de la nena que falleció a los once años está repleto de placas metálicas. Algunos son pedidos, la mayoría agradecimientos. La leyenda con su nombre y las fechas de nacimiento (4/11/1957) y su muerte (4/5/1969) quedaron rodeadas de cientos de apellidos de todas partes del país. Las flores están frescas y aseguran que “cada dos días” deben sacarlas porque “no entran más”. El santuario es la muestra física de una leyenda urbana que, al menos en Varela, tiene miles de creyentes.

La historia de Adrianita, con sus milagros y apariciones, estuvo a punto de llegar al Vaticano para que se tratase su beatificación, pero la documentación cayó en el olvido, a diferencia de las historias de curaciones y agradecimientos, que se multiplican.

 

A pesar de que dejó el mundo en 1969, cuando no existía la tv color y mucho menos Internet, Adrianita Taddey  tiene documentales en Youtube, una página online, Facebook y Twitter. Allí, los pedidos, agradecimientos y milagros quedan registrados como un panteón virtual. 

“Viajé 800 km para llegar de mi hogar hasta tu descanso eterno, sólo para agradecerte y mostrar al mundo la bondad que tenés. Gracias Adrianita, me encantó estar allá a tu lado”, escribió Juan Pablo Villareal y su mensaje es uno más entre los miles que llegan a las páginas. Sin embargo, no todos conocen su historia, o no hay consenso total sobre ella.

Según describió su hermana Liliana, Adriana Graciela Taddey Turecky nació el 4 de Noviembre de 1957 en el seno de una familia de inmigrantes Checoslovacos muy religiosos. Tanto es así que su madre tuvo una premonición y dijo que “iba a hacer santo a su nombre”. Todo marchó bien hasta que Adrianita cumplió tres años y sufrió una descompensación en la que su familia asegura que falleció unos minutos. Cuando los médicos lograron que reaccionaria volvió, pero ya no era la misma.

No sólo había perdido la movilidad en casi todo el cuerpo, sino que su cara, sus gestos y su sonrisa eran diferentes. “Mamita, te tengo que contar algo, esta noche vino una señora muy linda y me dijo que yo me voy a curar y voy a caminar. Era la virgen", contó la nena. Desde allí, comenzaron las cosas inexplicables.

Desde el hospital, Adrianita veía todo lo que pasaba en su casa sin que le cuenten nada. Así, conoció la muerte de su perro y describió la forma en que apareció sin vida sin ninguna referencia externa. Incluso los niños con los que compartía sala “se curaban” de forma extraña. Al volver a su hogar, continuó su tratamiento y cada vez más gente comenzó a llegar para pedirle por su salud. Su vivienda, se convirtió para ese entonces en un improvisado centro de tratamiento.

Pero a los 11 años, la vacunación de rigor en todos los chicos del colegio surtió un efecto inesperado en la niña y complicó su salud. Adrianita dejó de existir ese invierno de 1969. Una imagen de un corazón y un bastón –registrada en una foto de la época- coronó el cielo en ese mismo momento. Para los fieles, era el paraíso, recibiendo la visita de su nuevo ángel.

Relato Popular:

El Linyerita

Cuenta una señora pobladora, vieja pobladora del barrio de donde está la cruz del linyerita, cerca de las vías del tren, la historia de ese linyerita. Dice que un día aparecieron por ese lugar de la ciudad que es el norte, como linyeras, dos muchachos. Eran del sur, posiblemente rosarinos. En un boliche que había por ahí, se arrimaron ellos una noche. Dice que hubo un entredicho entre el mayor de los muchachos y uno de los hombres que estacan ahí bebiendo, jugando a las cartas. Los muchachos se retiraron, pero esos hombres los persiguieron, y al llegar ahí a la orilla de las vías del ferrocarril, los atropellaron y por herirlo al mayor, por error, en la oscuridá, lo hirieron al chico, al que no había dicho nada. Y los hombres se fueron, huyeron. Quedó el compañero, pero murió el chico. Ahí no más murió. Para evitar inconvenientes, el amigo se fue. El chico quedó abandonado, muerto. Entonces los vecinos se reunieron y le dieron sepultura. Pero como se estila aquí en el norte, en el lugar que cayó muerto pusieron la Cruz. Esta misma señora se ocupó, con sus hijos, de hacer, como un nichito para poder ponerle velas. Y bueno, cuando tenía inconvenientes, cuenta esta señora, que ella recurría a esa alma, porque ella siempre le rezaba a ese niño, porque sabía la inocencia de ese niño. Y siempre les hacía muchísimos milagros. Y hoy es tan milagroso que todo el mundo le hace promesas. Los días domingos es increíble la gente que va ahí y se baja ahí. Todo el mundo prende su velita. Y las promesas cumplidas las pagan con prendas, zapatitos de niños se ven colgados, ropitas, muchísimas cosas, flores. Como no habían calles abiertas, andaban por las vías y por ahí llegaron a Santiago los dos linyeras. Y éste es el Linyerita milagros…”, Amanda Barrionuevo, Santiago del Estero.

Existen otros angelitos especiales, tal vez menos conocidos.más angelitos especiales: los mellizos Lucas Hallao (Tucumán, fallecidos en 1946); Adrianita (Florencio Varela, Buenos Aires, fallecida en 1969); y El Almita Perdida (Santiago del Estero, sin fecha ni datos), entre otros, son los más conocidos.

 

 

CITAS:

(1) “albaet” es el diminutivo de “albat”, palabra de origen latino que refiere a la blancura, alba...

(2) La momificación natural es un fenómeno que ha sido ampliamente estudiado. Existen momias naturales antiquísimas y distribuidas por todo el planeta

(3) Diario Clarín, edición del 20 de mayo de 2007.

 

CLAUDIO OMAR ARNAUDO
Todos los derechos reservados portaldesalta 2010/2016